De la selva el aullido


Por José Joaquín Beeme
www.fundaciondelgarabato.eu

«La selva tropical está siendo destruida muy rápidamente, con todos esos nuevos virus que van a colonizar el mundo, aniquilando vastos sectores de la población.

     Estoy sólo citando el New Yorker, ya saben. Toda revista de gran tirada trata de imaginar que el mundo acabará si no tenemos selvas tropicales. Bien, se puede decir que el mundo ya ha terminado.» Will Randall [Jack Nicholson] en la película Lobo (Mike Nichols, 1994), que revisita el mito del licántropo desde la depredación social y las despiadadas empresas que devoran el mercado (editorial, en este caso) a dentelladas secas y calientes. El guión de Jim Harrison, premio Saturno de la Academia de Cine Fantacientífico, Fantástico y de Terror, se basa en su primera novela, escrita mientras convalecía tras caerse de una montaña en una cacería, y ambienta esas memorias apócrifas en los bosques, poblados de coyotes y lobos rojos canadienses, de su Michigan natal, concretamente en la península que bordea el lago Superior. Como en otras de sus novelas breves (las más famosas, también adaptadas al cine, son las que forman el volumen Leyendas de otoño), abundan las notas poéticas y seguramente elegíacas por una naturaleza salvaje en trance de corrupción. Su protagonista, entre Kerouac y Hemingway, vagabundea en cámper por abiertos horizontes, compañeros el whisky, los libros y las mujeres que le salen al paso, mientras fluye su conciencia panteísta de la estirpe de Whitman: «Durante años he considerado la Tierra encantada. Enfurecidas bestias en configuraciones no zoológicas que difícilmente dejan huella: gobiernos les llaman. Heridas que nunca sanarán en cada acre de terreno, cubiertas por la cicatriz de nuestra existencia. Pensamiento de fondo: no quiero vivir en esta tierra, pero tampoco morir en ella.» Como recuerda en su propia biografía (Al margen), donde no descuida su pasión por la buena comida y las francachelas con Nicholson, los aborígenes de su patria chica (indios anishinabek) demostraron siempre una actitud humilde y profundamente religiosa hacia todo lo natural, sin necesidad de urgentes campañas medioambientales o de contingentar las pocas criaturas libres que nos van quedando. Sin necesidad tampoco de lo que llama pornografía de la naturaleza o literatura ambiental masturbatoria. «Yo soy parte de la naturaleza, soy naturaleza, ¿o qué cojones nos creemos? Somos la más peligrosa forma de naturaleza, y mejor que nos demos cuenta de ello en medio de todas nuestras pequeñas y brillantes ideas.»

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