Unos ‘goyas’ pero que muy joteros

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Por Valentín Corraliza

      Este año, cuando todo el mundo creía que el ‘iva’ cultural iba a centrar los discursos, la ausencia del ministro de educación ha trastocado el guion. El cine español no ha encajado bien que no hubiera representación al más alto nivel del ejecutivo por primera vez en la historia de sus galardones.     Aunque el actual presidente de la academia, Enrique González Macho, ha tratado de impulsar unos premios al margen de la política, al contrario que su antecesor, no ha tenido el éxito esperado. Ahora, se siente molesto por la espantada de José Ignacio Wert. Y eso que estaba consensuado concederle un ‘goya’ al actor revelación por ‘Problemas de agenda’ e iba a ser entregado por Luis Alegre, otro que tal, que también dejó su silla vacía. La silla de José Ignacio. La silla de Luis. Pero todo tiene su explicación, que diría Salomón. Habían quedado en un restaurante de la capital el mismo día y a la misma hora de la gala para tratar asuntos educacionales.Veamos.

      Tiempo ha, Luis Alegre, profesor de la universidad de Zaragoza, preguntó a uno de sus alumnos: “Dígame, ¿quién ha escrito el libro ‘Dibujos animados’?”. El alumno miró horrorizado a su señor profesor, levantó las manos y contestó rápidamente: “¡Yo no he sido, yo no he sido!”. Decidido a tomar cartas en el asunto, Alegre fue a hablar con el padre del ignorante y le dijo: “Mire usted, le he preguntado a su hijo que quién había escrito ‘Dibujos animados’ y me ha respondido que él no ha sido”. El padre, decidido, se encaró con el docente: “¡Pues si mi hijo dice que él no ha sido, es que no ha sido!”. Nuestro insigne profesor, desolado de que sus alumnos tampoco supiesen si Viridiana se escribía con ‘b’ o se escribía con ‘v’, se fue a ver a un compadre y se desahogó con él, a lo que este respondió, tratando de consolarlo: “Bueno, ¿y es verdad o es mentira que no lo ha escrito el chaval…?”. Nuestro enseñante, al borde del síncope, decidió contárselo al inspector general de educación, esperando que tomara las decisiones oportunas: “Pues si es verdad que el estudiante no lo ha escrito, ¡no se haga usted mala sangre, hombre!”. Alegre, catatónico perdido –y aquí aparece Wert-, no paró hasta que quedó con el ministro del ramo, al que refirió todo lo ocurrido, y este, siempre sonriente, le dijo al final de la cena: “No se preocupe. Usted averigüe quién lo ha escrito, que yo le aseguro que lo castigaremos como merece”. Alegre, acalorado, exclamó: “¡Para una vez que sale nombrado mi pueblo en el cine, yo perdiendo el tiempo con este inculto!”. Y Wert, desafiante, le espetó: “No me haga hablar, no me haga hablar, que debería aprender del profesor interpretado por el riojano Javier Cámara, que acude de Cartagena a Almería para sus fines docentes, y no como usted, que apenas se acerca por la universidad y así va su alumnado. Y la factura de la cena la paga usted, solo faltaba. ¡Que se vaya, hombre, que no me cuente su vida!”…

     Pero la gala siguió su curso, porque en esta vida nadie es imprescindible, y, entre buen rollito y mucho glamur, empezaron a caer los premios. El gordo se lo llevó ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, al filme, a la dirección, al guion original, a la música original, al actor protagonista, a la actriz revelación y alguno más que me dejo. Los cameos del periodista zaragozano José Luis Melero –que nombra al Real Zaragoza en su intervención como locutor televisivo- y el escritor oscense Ismael Grasa no tuvieron recompensa. La película de David Trueba, en la que se oyen fugazmente los tambores de Calanda, deriva en el triunfo del modelo estandarizado, de un cierto cine institucional. Nada que ver con la valiente ‘La herida’, de Fernando Franco (mejor director novel y mejor interpretación femenina para Marian Álvarez), un tipo de cine que huye de la fórmula fácil. La película de aire más industrial, ‘Las brujas de Zugarramurdi’, inconfeso remake de ‘Abierto hasta el amanecer’ (Robert Rodríguez, 1996), arrasó con los galardones menores: montaje, dirección artística, vestuario, sonido, dirección de producción, efectos especiales, maquillaje y peluquería. Estos dos últimos debidos al vascomaño Pedro Rodríguez,, que ya obtuviera otra estatuilla con ‘Balada triste de trompeta’. Ninguna sorpresa, ya que el filme de Álex de la Iglesia reúne todos los atributos del espectáculo más artesanal que autoral. La que se fue con las manos vacías, sin conseguir traducir en premio ninguno de sus siete nominaciones, fue ’15 días y un día’, el fallido drama adolescente de Gracia Querejeta.

      Tampoco estaría de más que la propia industria hiciera autocrítica y revisara cuál es el mensaje que lanza a la sociedad de la que se nutre y a la que se dirige. Sus propios premios, a veces, contribuyen a desvirtuarlo. Sin negar a Trueba el mérito, que películas como ‘Caníbal’ o ‘Stockholm apenas recibieran algún premio secundario alimenta esa sensación de que hay películas menos valiosas de las que realmente se hacen. Al parecer, no se puede pedir a la academia que impulse lo alternativo al gusto más extendido. Para eso ya está el premio a la mejor película iberoamericana, que este año se fue para Venezuela con ‘Amor y no tan rosa’, de Miguel Ferrari. Y la mejor película de animación recayó en ‘Futbolín’, de Juan José Campanella. Otro premio cantado era el de mejor filme europeo para ‘Amor’, de Michael Haneke, que no fue a recogerlo al no estar presente. ¿Estaría departiendo con Wert y Alegre? Estuviere donde estuviere, el director austriaco no pudo descubrir que aquí hacemos cosas como esta gala, con momentos de pasar auténtica vergüenza ajena. Para respirar, pues, tranquilos.

      Y respiración profunda provocó el ‘cabezón’ de honor concedido a Jaime de Armiñán, ese prosista metido a cineasta costumbrista. Evocó al zaragozano José Luis Borau en su encendida defensa del cine y remató arengando al auditorio con un “¡Viva la jota, viva Aragón y viva el cine español!”. El hombre, con más de sesenta años en la profesión, recordó cómo, de joven, acudió una noche a un cabaré parisino en plena segunda guerra mundial, esperando ver mujeres ligeras de ropa, y se encontró a un sujeto vestido de baturro. Y luego apareció en la escena una mujer, también vestida de baturra. Los soldados que estaban en la sala empezaron a protestar, al ver a dos personas vestidas con refajos de todo tipo, hasta el cuello, pero cuando empezaron a bailar y a sonar las castañuelas, las críticas se fueron apagando y quedaron embelesados ante el espectáculo. Vamos, una historia propia del Bigas Luna del ‘Plata’. Y la sala venga a aplaudir, entre la coba y la extrañeza.

     Quienes no se extrañaron de recibir premio alguno fueron los guionistas aragoneses Jorge Lara y Francisco Roncal, que con ‘Zipi y Zape y el club de la canica’ han dado el salto a la gran pantalla desde las series televisivas en las que habitualmente trabajan. Tampoco tuvieron suerte ni el aragonés de adopción Nacho Royo por el sonido de ‘Caníbal’, película en la que uno de los protagonistas afirma que “los mejores balnearios del mundo están en Zaragoza”, ni la zaragozana Isabel Peña, guionista de ‘Stockhom’, una película verdaderamente inteligente ninguneada por los distribuidores y los ilustrados académicos. Sí tuvo más suerte Alejandro Hernández, ganador del ‘goya’ al mejor guión adaptado junto a Mariano Barroso por ‘Todas las mujeres’ y que dedicó a todos sus amigos de Zaragoza.

     De algún modo, a la academia sí que le apetecía reconocer el trabajo, a lo largo de su trayectoria, de la actriz Asunción Balaguer, muy querida por sus miembros, y, como el largometraje documental del calandino Javier Espada no pasó el corte de calidad, ahí estaba el corto de ficción ‘Abstenerse agencias’, de otro vascomaño llamado Gaizka Urresti, una historia rodada en la zaragozana calle Predicadores sobre una pareja que visita el piso de una anciana que parece más interesada en conocer sus vidas que en venderles su propia casa. Y el mejor cortometraje documental lo consiguió el navarro Raúl de la Fuente por ‘Minerita’, que participará en el próximo certamen oscense de Espiello, festival que no le es desconocido, ya que había concurrido con anterioridad con los títulos ‘Nomadak’ (2007) o ‘Virgen negra’ (2012).

     También se llevó el documental de Pilar Pérez ‘Las maestras de la república’ la estatuilla del ‘cabezón’, una recreación, a través de imágenes de archivo y de entrevistas con familiares e historiadores, del decisivo papel que desempeñaron las mujeres en la modernización de la educación que se llevó a cabo durante los años de la segunda república. Unas mujeres que simbolizaron el objetivo de garantizar el derecho social a la educación. Una de aquellas mujeres fue la oscense Mercedes Sánchez Arbós, que aparece en esta cinta. Un documental, por cierto, que habría que recomendar al actual ministro de educación, cultura y deporte, señor Wert.

     “¿Ministro yo? Por supuesto, aunque sea de marina”, contaba el viejo chiste. José Ignacio Wert, con su ausencia en los asuntos de la cultura, escenifica una suerte de desprecio al gremio. Pero donde no había un ministro encontramos a una dama de cine, a una diosa de sangre torcida, a un ser deliciosamente fugitivo que alguna vez hizo nido en la plaza Santa Ana para echarle migas de Optalidón a las palomas. Su honestidad de ojera carnosa no acepta compasiones. Y las ha pasado putas, mientras los que ahora le adulan se ponían tibios en tabernas y tugurios. Es Terele Pávez, y su grito estremece las candilejas, cuyas sábanas han sido algunas noches cartones. Puede ser la Régula de ‘Los santos inocentes’, puede encarnar a la Melibea urbana que la calle transformó en la mejor Celestina, puede ser la vieja agria de ‘El día de la bestia’ o la bruja más bruja de ‘Las brujas de Zugarramurdi’. La suya es una verdad de actriz y su premio a la mejor interpretación de reparto es el reconocimiento a un último linaje del oficio. Pocas mujeres tan poderosas y resistentes, tan magnéticas y bravas, tan detalladas de cicatriz y de ternura. Con alguien así, pólvora de cómica, pura dinamita Pávez, a quién le importa un ministro caducado que huye para irse a cenar con un docente animado.

      Sin embargo, la ausencia del ministro rodeó la gala, como la cuerda a la garganta, por decirlo con Borges. Ese ministro que, en su día, se jactó de tener el coraje que hay que tener para soportar las críticas. Más aún: proclamó que crecía ante la adversidad, aunque se encontrase solo ante el peligro. “Yo solo tiro la toalla al salir de la ducha”, dijo, con frase digna de mármol salino de las canteras de Remolinos. Era un farol.

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