‘Los secretos de las piedras’, serie documental de Eugenio Monesma

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Por Don Quiterio

      El incansable Eugenio Monesma (Huesca, 1952) se levanta temprano y, como una suerte de Indiana Jones aragonés, observa la montaña a la que arrancará una astilla: la carga a su espalda y regresa hacia casa pensando que pesa, que más le valdría esculpir en madera o en corcho, pensando una isla, un bosque abrasado, un ángel con alas acaso mutilado.    Y nos introduce en el mundo de las piedras, de sus secretos, en la historia escrita de sus huellas dactilares, en las rayas de los mapas de sus manos agrietadas por el tiempo y la amnesia de caricias y batallas. Las piedras conservan la memoria desde su resistencia al discurrir del tiempo. Un espacio inagotable, un laberinto de pasos inacabables. Si las piedras hablaran, recordarían cosas fascinantes. Como todo, la memoria de las piedras tiene un precio.

      Sabio de tristezas y erosiones, Monesma comienza su andadura cinematográfica a partir de 1979 con algunos cortometrajes documentales y películas de temas de animación o de ficción con un contenido pacifista y en la línea de la no violencia, en los que busca la individualidad y el desarrollo de su creatividad. Es en 1982, tras conocer y contactar con Ángel Gari en el instituto aragonés de antropología, cuando comienza a realizar trabajos etnográficos y el tratamiento de tradiciones, costumbres, oficios que se pierden y formas vitales del Pirineo y de las gentes del Alto Aragón: la vida pastoril, la caza en barracas, la cantería, las salinas, el calafatero, la lana y el esquileo, el espartero, el calderero, el alpargatero, la matacía, el cultivo del azafrán, el laboreo de la tierra, el cereal, el panadero, el vino, el aceite, el cáñamo, las escaleras de chopo, la choza del carbonero, las tejas, el yeso, los adobes, el tapial… Su interés, al fin y al cabo, se basa en el mundo animal, el mundo vegetal y la madera o el mundo mineral y de la construcción.

      De este modo, la cámara de Monesma va filmando, poco a poco, como la vieja hila el copo, la alfarería de Bandaliés, el alambrado de los pucheros para darles mayor consistencia y conservar mejor el calor, el esquilado de caballerías, la alfarería de Calanda, la sidra del Pirineo, los espárragos montañeses, el carbonero de Agüero, el molinero de Sástago, el cuchillero de Tramacastilla, la ramada de Isábena, los sepulcros megalíticos del Alto Aragón, el arte rupestre pospaleolítico del río Vero, la cestería rural, las jornadas gastronómicas de la cocina aragonesa, la trashumancia en el Pirineo, la pesca tradicional, los riegos del Bajo Gállego o los colonos del secano. Y las romerías de Santa Ana, de Crucelos, de Santa Orosia. O los dances de San Juan de la Peña, de La Almolda, de Tardienta, de Rebres, de Sariñena, de Huesca, de Almudévar, de Lanaja, de Sena, de Apies, de Alagón, de Castejón de Monegros. También personalidades, de Viola a Ramón Acín, de José Beulas a Picasso, de Broto a Joaquín Costa, de Sender a Natalio Bayo.

     Monesma señala que “llegó un momento en el que me sentí en la obligación de continuar realizando programas de este tipo porque te das cuenta de que tú eres el único que lo está haciendo. Por medio de estas películas se pretende recuperar en imágenes algo que solo lo conocen algunas personas y que se está perdiendo. Intento recuperar los contenidos de los oficios ya desaparecidos o en vías de desaparición. Algunas veces, sin embargo, esto no ha sido posible. Recuerdo que estando en el Maestrazgo de Teruel recibí la noticia de que dos meses antes había fallecido el único tintorero de la comarca”.

      Incansable en su labor de recuperación del patrimonio etnográfico y antropológico aragonés, el trabajo de investigación realizado por el oscense durante más de treinta y cinco años es de una envergadura impresionante, en una filmografía de más de cuatrocientos títulos –sí, cuatrocientos-, aportando elementos y recursos que enriquecen este género documental, que acaso no tengan una base popular y auténtica al realizarse desde unos planteamientos aragonesistas y oficialistas. Lo que ha llevado a que dichas actividades –muy interesantes en sí mismas- hayan sido engullidas por el consumismo de la sociedad.

      Sea como fuere, la trayectoria de Monesma, a medida que va sumando trabajos, parece adocenarse en un estilo que no profundiza en los elementos meramente cinematográficos. Si comparamos, por poner un ejemplo, el trabajo de Eduardo Laborda ‘Trébago, la rueda de la fortuna’ (2012), que bien podría haber filmado Monesma, donde la piedra se aliaba con el misterio y la música de los árboles para hablarnos de las técnicas de los moleros y el ámbito comercial de sus producciones, la capacidad poética, casi mística, con un inicio digno de un Werner Herzog, de ese documental poco tiene que ver con lo que se aprecia en las imágenes de ‘Los secretos de las piedras’ (2013), serie documetal que significa otro paso más en la carrera del oscense, aunque pareciera que todo el poso anterior no sirviera de mucho para darle al documento ese halo mágico a través, en este caso, de las piedras de la memoria. Si el pintor y cineasta zaragozano es profundo, crítico, lírico, de hondo espíritu fílmico, Monesma no consigue un ritmo armonioso en sus descripciones, ni cristalizar su realce simbólico, sus posibles situaciones oníricas, sus contenidos literarios.

     El problema de Eugenio Monesma es que no se puede considerar un cineasta propiamente dicho. El altoaragonés se ha acostumbrado a hacer reportajes televisivos, de esos que tanto abundan ahora en el género documental, sin esmerarse en ampliar las posibilidades de la creación audiovisual. Y no responde a la obligación que tiene todo cineasta, o sea, ver las cosas desde otro punto de vista. Todo resulta, pues, previsible, académico, superficial. Este es el mayor reproche que habría que hacerle a una serie como ‘Los secretos de las piedras’, trece episodios basados en el trabajo que empieza Manuel Benito a finales del siglo veinte, con la investigación de las cuevas fecundantes.

      Monesma, junto a Alicia Gallán, empieza a visitar todas las cuevas y amplía la investigación a otro tipo de piedras rituales, como lugares rupestres, un calendario lunar pastoril en Laspaúles, abrigos con grabados, yacimientos arqueológicos con alguna peculiaridad y símbolos de todo tipo, de la leyenda a la brujería. Para enriquecer la serie, la cámara muestra en cenital al acuarelista Manuel Macías cómo esboza con su trazo una imagen que da paso a la leyenda de cada capítulo. Al mismo tiempo, las opiniones de especialistas como José Antonio Adell, José Miguel Navarro, José Antonio Benavente, Antonio García Omedes o el lugareño Francisco Bescós sirven de hilo conductor para las historias: la piedra de los sacrificios de Tamarite de Litera, las cuevas de Pins de Binaced, el menhir de Merli, los elementos de la inquisición en Laspaúles, la ermita Santiago de Agüero, la cárcel de Mazaleón de Teruel, la silla del moro en Belarra, dólmenes de la sierra de Guara, grabados pastoriles en un abrigo en Nonaspe, la caseta de los moros de Pitiellas en Vespén, los solsticios y el equinoccio en San Benito de Orante…

       ‘Los secretos de las piedras’ desentraña e interpreta las historias que guardan muchas de esas piedras que nuestros antepasados adoraron, respetaron y que fueron el origen de muchas leyendas que se han transmitido generación tras generación. Unas piedras que guardan en su piel muchos secretos, efectivamente, algunos indescifrables, así como los usos que el ser humano ha hecho de ellas, y que la serie trata de dar a conocer. Las cuevas, por tradición oral, han sido lugares de fertilidad para las mujeres. De hecho, el antropólogo Mircea Elíade afirmaba que el alma habita la piedra y se ve obligada a actuar únicamente en sentido positivo: fertilizando. De ahí que en muchas áreas culturales las piedras en las que se cree que habitan los antepasados sean instrumentos de fecundación de los campos y de las mujeres.

      La serie también busca las huellas que, según las leyendas, dejaban gigantes y santos por Aragón saltanto entre rocas, piedras que habitaban los diablos y las ‘moras’, y diversos monumentos megalíticos que nuestros antepasados tuvieron como lugar de culto, en un intento de descubrir los símbolos secretos de los capiteles, tímpanos y, en fin, las grandes obras del románico. Sin olvidarnos, claro está, de los ritos ancestrales de los herniados, de la noche de San Juan o la romería de los palos. En fin, lugares mágicos y espacios singulares que Eugenio Monesma rastrea como un sabueso, descubriendo muchos enigmas y buscando por los caminos piedras de las que solo quedaban datos en la memoria.

     Posiblemente, como bien apunta Armando Serrano, “será el futuro el que calibre con mayor perspectiva la trascendencia que la cámara de Monesma ha tenido en el conocimiento de nuestras costumbres”.

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