Desde el diván: ‘Cayo Largo’

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Por José María Bardavío

      Desde mediados de los años veinte hasta su detención en 1936 Lucky Luciano fue el gánster más temido de los Estados Unidos. Por dos razones: reestructuró el crimen organizado, e inició la distribución de heroína por todo el país.

Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.     De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

     Título original: ‘Key Largo’. Nacionalidad: Estados Unidos. Año: 1948. Producción: Jerry Wald (Warner Bros). Dirección: John Huston. Guion: John Huston y Richard Brooks. Argumento: obra teatral de Maxwell Anderson. Fotografía: Karl Freund (blanco y negro). Música: Max Steiner. Intérpretes: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Edward G. Robinson, Lionel Barrymore, Claire Trevor, Thomas Gómez, Harry Lewis, John Rodney, Marc Lawrence, Monte Blue. Duración: 102 minutos.

      Desde mediados de los años veinte hasta su detención en 1936 Lucky Luciano fue el gánster más temido de los Estados Unidos. Por dos razones: reestructuró el crimen organizado, e inició la distribución de heroína por todo el país. Su fama aumentó   cuando consiguió desde la cárcel que la mafia siciliana apoyara al ejército  durante la invasión de Italia en la Segunda Guerra Mundial. De ahí que “Lucky” Luciano, odiado por sus crímenes, se ganó cierto respeto por su trabajo a favor de su país de adopción. El gángster encarnado   por E. G. Robinson en Key Largo, se llama Johnny Rocco pero todo el mundo sabía que la película  estaba hablando de Lucky Luciano.

      Cuando Humphrey Bogart empezó a trabajar en el cine surgió una gran amistad con el veterano actor Edward G Robinson que no cesó cuando  decreció la fama de Robinson mientras crecía imparable la admiración por Bogart. Fiel a su amigo, exigió a productores y directores que le trataran como a una estrella. Es por eso que John Huston se vio gustosamente obligado a preparar  dos secuencias de Key Largo para que E.G. Robinson mostrara lo que era capaz de hacer. Huston diseñó la secuencia de la bañera, con el inmisericorde Rocco dándose un buen baño, y también  la del afeitado, con un rufián de la banda llamado Ángel Garcia (Dan Seymour),  rasurándole la barba mientras el gran malhechor exhibe una ferocidad imbatible.

     La decisión de incluir la secuencia del baño suponía poner el listón de las dificultades interpretativas muy alto. Edward G.Robinson tenía que estar en calzoncillos en un espacio muy exiguo  mostrando seguridad, prepotencia, altanería y cierta ferocidad. John Rocco sabe que  la policía lo ha localizado y la banda tiene pocas posibilidades de poder escapar pero el peligro no parece importunarle mucho, él siempre se las sabe arreglar perfectamente bien.

     Ver a un hombre hecho y derecho en la bañera resultaba para el gran público de 1948, difícil de tragar. Pero eso era precisamente lo que trata de evocar la secuencia, mostrar al enemigo público número uno burlándose de  la ley,  mostrándose altanero, exhibiendo impunidad y pegándose la vida padre. Cuando en realidad el gran actor estaba erosionando subliminalmente el prestigio de la banda de Luciano, suscitando el asco del espectador hacia un sujeto que convertía vergüenzas y riquezas en una exhibición de despotismo no precisamente ilustrado. 

     Esa estrechez,  esa cueva que sugiere la bañera, sugiere también la capacidad de esconderse después de sus zarpazos a la sociedad convirtiendo  la ociosidad y la desfachatez en celebración. La escasa movilidad corporal que conlleva estar dentro de la bañera convierte la expresión facial en factor determinante. Habría que recodar  las esplendidas actuaciones de James Mason (Lolita), de Glenn Close (Fatal Atraction) y de Michelle Pfeiffer (What Lies Beneath), en situaciones parecidas. Es como si el actor estuviera metido en una armadura de hierro  pero con el  rostro despejado y como alejado del resto del cuerpo para que el espectador vislumbre, como si se tratara de un microscopio, su intimidad corporal y anímica a través del portento expresivo surgido del rostro. Como si la desnudez corporal deslizara al personaje por la cuesta abajo de la  verdad desnuda que le habita.

     Rocco se rodea de  los objetos indispensables en  la época para que un gran gángster se de un gran baño: el vaso de whisky, el puro habano, el periódico (con noticias sobre sus propias tropelías)  y el ventilador portátil última moda para protegerse del calor  del Sur de Florida. Nadie, ni el propio William Randolph Hearst,  podría darse una baño en bañera mejor pertrechado para el disfrute – obvio aquí si se me permite cierto empinado  cutrismo que desprende hoy la fotografía  pero que no debe de aplicarse, so pena de error y prejuicio, a la secuencia original  concebida por el genial John Huston.

     Pero si uno espiga a fondo los símbolos que desprende la utillería notará que  el  ventilador sugiere, cuando la angulación deja a Rocco tras las aspas , una oscura tela de araña. Y cuando el travelling acerca a Rocco a la mirada del espectador, imaginamos al arácnido propietario de la tela saliendo por la boca oscura del  agujero que trazan las aspas al girar. 

      Y también puede advertirse el sorprendente paralelo arqueológico entre el baño de Rocco, y los regios lujos que hicieron célebre el  de  Cleopatra,  arquetipo  del Lujo, el Poder y el Sexo. No cabe aquí, sin embargo, sexualidad alguna sobre todo  si se observan los púdicos calzoncillos que viste E.G. Robinson en su calidoscópica estancia en la bañera. Se trata más que nada de una de las naturalezas muertas  más kistch y de peor gusto de la historia del cine- es un decir. A saber: el ventilador sustituye a  las plumas de avestruz que agitaban las esclavas, el puro habano a los  manjares a disposición de la regia boca, el periódico a la magnificación legendaria  de la más famosa de las  reinas. Los rancios calzoncillos que viste el gángster, en cambio, se sitúan en las  antípodas de esos brisas  transparentes que cubrían como una túnica el sutil moverse de Cleopatra.

Fuente: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/ 

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