Los estrenos en los cines: Cantos de supervivencia

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Por Don Quiterio

       “Quería hacer una película escueta, como una obra temprana de Jim Jarmusch. Supongo que por eso la hice en blanco y negro, con tomas largas y un estilo interpretativo impasible. Después se filtraron mis sentimientos sobre mis propios padres……

…..Me gustaría que mientras sigan envejeciendo retengan cierta dignidad, porque la vejez, a menudo, amenaza con arrebatárnosla. De eso va la película”.

      Con estas palabras define el norteamericano Alexander Payne ‘Nebraska’, un conmovedor relato de carretera en la línea del Wenders de ‘Alicia en las ciudades’, el Bogdanovich de ‘Luna de papel’ o el Lynch de ‘Una historia verdadera’, a través de un anciano, alcohólico y con demencia, que convence a su hijo, con el que no se lleva demasiado bien, para que le acompañe a cobrar un supuesto premio de un millón de dólares, como si fuera el cuerdo Sancho acompañando al loco don Quijote en la lucha imposible contra los molinos. Payne no juzga a sus personajes, les quiere y entiende, aunque parezca, a veces, que se burla de ellos. A la manera del Chéjov de ‘Una criatura indefensa’, el relato de Payne es un viaje entre sórdido y poético, sazonado de sutil ironía, de agridulce tristeza, de humanismo entrañable, y muestra conflictos familiares, generacionales, sociales.

      Otro canto al espíritu de supervivencia de un ser humano lo encontramos en la norteamericana ‘Cuando todo está perdido’, de J.C. Chandor, dentro de un espacio que lo devora, el océano inmenso, mientras su velero hace aguas y los tiburones se relamen, a través de un relato claustrofóbico que hace frente al ocaso para seguir adelante, con toda la dignidad posible. En cierto modo, este filme contiene la esencia de ‘Nebraska’, pero es una suerte de ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón) de las mareas altas y las referencias a ‘El viejo y el mar’, película de 1958 basada en la novela de Hemingway, son inevitables. Como también a los filmes ‘127 horas’, de Danny Boyle, o ‘La vida de Pi’, de Ang Lee.

      Una mirada lúcida e incisiva a una especie humana abocada a la soledad la encontramos en ‘Her’ (Spike Jonze), un melodrama de ficción científica que cuenta el romance entre lo visible y lo invisible de un solitario experto en escribir sobre sentimientos ajenos, a la manera de ‘Sueño de amor eterno’, ‘El fantasma de la señora Muir’ o ‘Gattaca’. Mucho más discutible es la coproducción entre Alemania y Estados Unidos ‘Monuments men’ (George Clooney), filme bélico ambientado en la segunda guerra mundial y centrado en la recuperación por parte de un batallón de historiadores militares de obras de arte robadas por los nazis, que reflexiona sobre la función del artista en tiempos de destrucción y la importancia de recuperar la memoria histórica, según la novela de Robert Edsel. Pero todo parece un pesado, denso y tedioso mensaje de que gracias a los americanos pudo salvarse el patrimonio artístico de la humanidad.

      Inevitable es comparar la nueva versión de ‘Robocop’, del brasileño Jose Padilha -que debuta en Hollywood-, con el filme homónimo de Paul Verhoeven sobre el hombre de hojalata, pues no posee nada del sarcasmo ni los excesos de la predecesora. Mucho más pedante y farragosa es ‘Cuento de invierno’ (Akiva Goldsman), una historia sobre la novela de Mark Helprin con la eterna lucha entre el bien y el mal como telón de fondo, entre romances, fantasías, aventuras y viajes en el tiempo, a caballo entre el siglo diecinueve y la actualidad. También resulta insuficiente, por pedagógico y sentimentaloide, el relato de aventuras ‘El medallón perdido’ (Bill Muir), en torno a dos niños que encuentran un colgante extraviado durante cientos de años.

        La coproducción entre Bélgica y Holanda ‘Alabama Monroe’, de Felix Van Groeningen, según la obra teatral de Johan Heldenbergh, es un tosco melodrama musical sobre la vida de una pareja que también maneja asuntos como la fe, la religión, la política o la enfermedad, bajo el prisma de la falsa trascendencia. Por su parte, el cineasta austriaco de origen turco Umut Dag ofrece en ‘La segunda mujer’ un importante retrato de cómo viven las mujeres musulmanas en las sociedades occidentales a través de un encuentro generacional marcado tanto por la comprensión como por las tensiones familiares. Sincero filme de contrastes, de claroscuros, íntimo y secreto.

       Otra coproducción, esta vez entre Inglaterra, Francia y Estados Unidos, es ‘Philomena’ (Stephen Frears), un drama con humor, basado en un texto de Martin Sixsmith, matizado por una finísima y corrosiva ironía, que cuenta la historia, a traves del flashback, de una mujer irlandesa obligada a ingresar en un centro al quedar embarazada, que ve, impotente, cómo su hijo es dado en adopción pore las monjas de la institución, en un terreno de emotividad lacrimógena lejos de la crudeza y la mera denuncia bienintencionada de ‘Las hermanas de la Magdalena, como una versión geriátrica de ‘Rain man’, por así decir. Muy torpe y ridícula resulta la norteamericana ‘El poder del dinero’ (Robert Luketi), un refrito de películas como ‘Wall Street’, ‘La tapadera’ o ‘Conspiración en la red’, o sea, nuevas tecnologías, líos de espionaje y tiburones terrestres, que deriva en moralina y edificante fábula sobre la redención, según la novela de Joseph Finder.

      Santiago Tabernero, en la coproducción entre España, Argentina y Venezuela ‘Solo para dos’, parece tomar como referente al Stanley Donen de ‘Lío en Río’, pero este humor y estos enredos amorosos sobre los huéspedes de un hotel paradisiaco que solo admite parejas están desplegados con la artillería del vodevil trasnochado. También la francesa ‘París a toda costa’, de Reem Kherici, es una decepcionante comedia, ligera y comercial, de previsible y sonrosado final, sobre el choque cultural y la inmigración, en torno a una joven estilista de origen marroquí que vive en París desde la infancia y es devuelta a su país de origen por tener el visado caducado, lugar de reencuentro familiar donde reabrirá viejas heridas, devolviéndola asimismo al pasado.

      Finalmente, resulta arrolladora la coproducción entre Estados Unidos, Australia y Dinamarca ‘La Lego película’ (no es un error, sino el título original), dirigida a tres bandas por Phil Lord, Christopher Miller y Chris McKay, una trepidante animación que recupera, en una mezcla de comedia de aventuras, de ficción científica, de acción, de epopeya de superhéroes, de western, las clásicas construcciones con las que disfrutan niños y adultos. Una historia coral multigeneracional, de ritmo frenético y con multitud de sorpresas, capaz de arrancar emociones y que hereda una bocanada del genial Jan Svankmajer y su poética surrealista, con números musicales, secuencias de acción, persecuciones y una conciliadora querella contra la pesadilla orwelliana. Hollywood rentabiliza bien las franquicias, sobre todo las basadas en juguetes populares. Lego, con más de cincuenta años en activo, es una compañía de origen danés que inició su trayectoria con un número casi insignificante de empleados. El nombre procede del danés ‘leg godt’, que significa “juega bien”. Vendían juguetes realizados en madera, sin apenas distribución internacional, antes de pasarse al plástico. Su crecimiento es evidente. Aprovechando el estreno de la película basada en su catálogo, la famosa marca de juguetes de construcción ha lanzado al mercado distintos planeadores, vehículos y máquinas varias inspirados en el filme. De hecho, el centro comercial Aragonia, donde se exhibe el filme, ha preparado unos talleres para pequeños y mayores en los que se construirán diferentes figuras con las famosas piezas del juego de construcciones y se realizarán actividades relacionadas con la película. También habrá un ‘photocall’ y sorteos y regalos. Una jugada de márquetin perfecta.

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