Por Don Quiterio
Con la muerte sobrevenida, inesperada e inoportuna (¿alguna vez la muerte no lo es?) del pintor valenciano Jorge Ballester, el realismo languidece. Gran aficionado al cine y amigo de Luis Buñuel, vive, como el calandino, el México del exilio. También se relaciona con personalidades de la cultura como Gabriel García Márquez, Sergio Pitol o Jorge Ibargüengoitia. Jorge Ballester es el autor de varios carteles para la muestra cinematográfica del Mediterráneo, una sensibilidad artística que le viene de familia, no en balde es nieto de Ballester Aparici, hijo del escultor Tonico Ballester y sobrino del gran José Renau, a quien le dedica, en 2007, una exposición en la universidad de Valencia. Jorge Ballester siempre iba al cine para inspirarse, sobre todo cuando se atascaba en algún lienzo. La pintura y el cine, en fin, como nexo artístico, pues entiende el celuloide como materia emocional de que está hecha la pintura en una extraña simbiosis que vincula mundos y formas de mirar el mundo. De su decidida venganza entre forenses culturales y utópicos medidores del tiempo, queda, además de su extraordinario trabajo, su profundo desinterés por el valor económico del cuadro: “Me gusta pintar pero no ser pintor. Los condicionamientos del mercado rebajan las virtudes de una obra porque siempre se enfoca a la venta y al éxito, que son dos palabras que me provocan rechazo. El éxito y la fama hacen a la gente estúpida y al producto, también”. Hasta el último momento lamenta la pérdida de conciencia del artista. Genio y figura.
Turolense de Aliaga y admirador de su paisano Luis Buñuel (“Las películas del calandino”, decía, “son una fuente inagotable de espiritualidad, y ‘La vía láctea’, maravillosa, una de sus cumbres”), ha muerto el sacerdote Agustín Fernández Buj. Enamorado de los medios de comunicación, este párroco, profesor y delegado diocesano destaca por participar en los inicios de la televisión local de Teruel, encargándose de la presentación de los informativos durante varias temporadas. A la manera de un actor frustrado, no hay programa en directo que se le resista, ni debate que no pueda moderar. Y siempre con una sonrisa y de forma desinteresada. El periodismo con sotana.
Hermano gemelo de Pepón, Andreu Coromina, fallecido recientemente en Barcelona, secunda las aventuras cinematográficas de su hermano, compartiendo su amor por las películas al margen del cine tradicional. Entre sus producciones destacan ‘Angustia’ (1987), del medio zaragozano Juan José Bigas Luna, y ‘La plaza del diamante’ (1982), adaptación de la novela de Mercè Rodoreda, dirigida por Francisco Betriu y con el zaragozano Raúl Artigot como director de fotografía.
Precisamente es Raúl Artigot quien dirige en 1977 ‘Cabo de vara’, un melodrama de ambiente carcelario protagonizado por la exquisita Alexandra Bastedo, también fallecida recientemente. Británica y apreciable escritora, su belleza cautiva en los años sesenta y setenta del siglo veinte, y su gran dominio de los idiomas la hace convertirse en una actriz popular internacionalmente, sobre todo en España y Latinoamérica, donde pasan a llamarla “la Bastedo”. Su debut cinematográfico es en ’13 chicas aterrorizadas’, thriller en clave de comedia dirigido en 1963 por William Castle. Después salta al medio televisivo, incluyendo su participación en dos episodios de ‘El Santo’, la popular serie protagonizada por Roger Moore. Además de con Artigot, en España rueda a las órdenes de Vicente Aranda (‘La novia ensangrentada’), León Klimovsky (‘Odio mi cuerpo’), Joaquín Romero Marchent (‘El clan de los nazarenos’), Rafael Romero Marchent (‘Tu dios y mi infierno’), José Ramón Larraz (‘El mirón’, acompañada en el reparto por el zaragozano Carlos Ballesteros, y ‘Estigma’), Carlos Benpar (‘La verdad oculta’) o Antonio Mercero (‘La Gioconda’). Su marido -el director, productor, guionista y ocasional actor Patrick Garland- fallece igualmente unos meses antes que ella.
Junto con Ennio Morricone, el ahora fallecido Riz Ortolani es el gran músico del ‘spaghetti western’ y del cine italiano de géneros. Siempre próximo al cine español, entre sus partituras para nuestra pantalla cuenta la de ‘Brandy’ (1963), los comienzos del zaragozano José Luis Borau; las de ‘Valentina’ y ‘1919, crónica del alba’ (Antonio José Betancor, 1982 y 1983,), filmes basados en la novela del oscense Ramón José Sender; las de ‘El sabor de la venganza’ y ‘Antes llega la muerte’ (Joaquín Romero Marchent, 1963 y1964), dos de los mejores filmes del oeste rodados en España y con el zaragozano Fernando Sancho de coprotagonista; la de ‘No hago la guerra… prefiero el amor’ (Franco Rossi, 1967), interpretada por José Calvo, tío del que esto escribe, o la de ‘La chica del pijama amarillo’ (Flavio Mogherini, 1977), con fotografía –otra vez- de Raúl Artigot; Casado con la actriz y cantante Katina Ranieri, Riz graba con ella como vocalista un disco memorable con las piezas que Nino Rota escribe para Fellini. Y el mismísimo Quentin Tarantino queda prendado de su producción para el cine del oeste, tan cargada de épica batallera, y no duda en confiarle la banda sonora de ‘Kill Bill’ y ‘Django’.
Vivir, en fin, es acercarse al precipicio. La muerte es un recordatorio de que vamos a irnos y tenemos que cederle el lugar a los otros. Así que lo mejor será seguir las enseñanzas del gran Macedonio Fernández, al que le gustaba tan poco tener que echarle el cierre a sus escritos que los acababa antes de que llegara el final, cosa que me dispongo a hacer exactamenta ahora, no sin antes reproducir estos versos de José Emilio Pacheco, a modo de homenaje: “La verdad es que los muertos tampoco duran / Ni siquiera la muerte permanece / Todo vuelve a ser polvo / Pero la cueva preservó su encierro. / Aquí están alineados / Cada uno con su ofrenda / Los huesos dueños de una historia secreta / Aquí sabemos a qué sabe la muerte / Aquí sabemos lo que sabe la muerte / La piedra le dio vida a esta muerte / La piedra se hizo lava de muerte / Todo está muerto / En esta cueva ni siquiera vive la muerte”.
