Solo se vive una vez (6)

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Por Don Quiterio

      La muerte le sorprendió mientras jugaba al fútbol con sus hijos en una playa de Cancún, guarida caribeña del mago gaditano de las seis cuerdas. Se ha ido con la música a otra parte el gran Paco de Lucía y su guitarra de raíces gitanas.

    Una guitarra, en palabras de Miguel Mora, que “parecía que llevara metida dentro una orquesta sinfónica y un Beethoven jibarizado”. El gran jefe de la tribu flamenca, el payo más gitano de Algeciras, tocó por última vez en tierras aragonesas el pasado verano en el escenario flotante de Lanuza, como gran figura del festival Pirineos Sur, una actuación con la que consiguió llevar Lanuza al sur más absoluto. Y allí tuve la oportunidad de departir unas palabras con el Jimmi Hendrix del flamenco, acompañado de mis gitanos aragoneses favoritos: Alejandro, Nano, Nacho, Musi, Sandra, Noelia, Carlota… Quien no puedo asistir fue José Luis Cortés, ‘Panoja’, por una indisposición que le dejó en tierras gaditanas, precisamente la patria del maestro. Y de Manuel de Falla. ¿Qué tendrá Cádiz que ha sido la cuna de dos de los nombres más ilustres de la música española del siglo veinte?

     En la discografía de Paco de Lucía sobresalen las colaboraciones como compositor de bandas sonoras para el cine. La primera fue en 1976 con el documental de Gonzalo Sebastián de Erice ‘La nueva Costa del Sol’. Tres años después compuso la música original de ‘La sabina’, del zaragozano José Luis Borau, tres de cuyas piezas incluiría en su disco ‘Por descubrir’. La colaboración más destacada con el séptimo arte fue la que tuvo con el oscense Carlos Saura en ‘Carmen’ (1983), en la que además se estrena como actor en una breve aparición junto a Antonio Gades, ‘Sevillanas’ (1992), donde a veces se enfadaba porque el cineasta le mandaba repetir tomas -y solo lo hacía por el placer de oírle de nuevo-, o ‘Flamenco’ (1995), que aparece junto a Manolo Sanlúcar, Remedios Amaya y José Menese. También participa en ‘Montoyas y Tarantos’ (Vicente Escrivá, 1989), una versión gitana de ‘Romeo y Julieta’ con el ballet de Alfredo Mañas. Y en ‘Vida y color’ (2005), de Santiago Tabernero, con producción del vascomaño Gaizka Urresti, se oye la guitarra del maestro.

      En ‘Vicky Cristina Barcelona’ (2008), de Woody Allen, aportó lo que es probablemente su grabación más conocida, ‘Entre dos aguas’, un símbolo de la recobrada vitalidad y del nuevo virtuosismo de un arte muy mal visto por el público y las instituciones que se convirtió en la banda sonora de 1975, el año del cambio histórico. Aunque otros lo conocen más por la célebre frase que pronunció poco después de casarse con Casilda Varela, la hija del general Varela, en referencia a la posición de las manos en la guitarra, pero que sacada de contexto fue una revolución: “La izquierda piensa y la derecha ejecuta”. También fue un gran cinéfilo y un gran lector. Entre sus películas favoritas se encontraban las de Billy Wilder y la trilogía de los tres colores del cineasta polaco Kiewslovsky. Su libro de cabecera era “cualquiera de Oscar Wilde” y ninguno de filosofía, porque “de tanto leer a Ortega y Gasset terminé por analizarlo todo y perder el sentido del humor”, apuntaba. Genio y figura.

     Si luminosa ha sido la reciente desaparición de Paco de Lucía, la muerte de Leopoldo María Panero no ha podido ser de otra forma: oscura, silenciosa, anónima. En el exilio de los manicomios, de Las Palmas a Mondragón, Panero intentó dar la palabra a lo infigurable, al silencio luminoso que atravesaban sus poemas, muchas veces desarbolados. El poeta nos interroga como sociedad, nos devuelve con su muerte al claroscuro del que aún no hemos salido tras más de treinta años de guitarras y de guiños. Nieto por parte materna del barbastrense José Blanc, Leopoldo María cierra, con su fallecimiento, el proceso de demolición familiar que se vio reflejado en las películas ‘El desencanto’ (1976), de Jaime Chávarri, y ‘Después de tantos años’ (1994), de Ricardo Franco, tremendas y sobrecogedoras radiografías que trazan el destino sin esperanza de los tres hermanos Panero, hijos del poeta franquista Leopoldo Panero.

      En 2004 se realiza un documental donde se confiesa a Enrique Bunbury y Carlos Ann y que completa un libro-disco en el que también arriman el hombro el periodista Bruno Galindo y el director de cine porno José María Ponce. Faltón y pendenciero, fue una persona desgastada a lo largo de un proceso de autodestrucción que no careció de cierto victimismo y a quien el catedrático Túa Blesa preparó su poesía completa en el sello Visor y trajo a Zaragoza, en 2002, para un congreso sobre los ‘novísimos’. Una noche durmió en casa del músico de Morata de Jalón Goyo Maestro –compositor de varias bandas sonoras del cineasta zaragozano Emilio Casanova- y, de madrugada, hizo sus necesidades en pleno pasillo y la mierda resultante le sirvió para escribir versos en las paredes. O sea, el poema excremental, “como un viejo chupando un limón seco, / así es el acto poético. / El caballo con su espada / divide la vida en dos. / A un lado, el placer sin nada / y al otro, como mujer vencida, / la vida que despide mal olor”.

       Padre de la cineasta y editora Luna Martín Die, el fotógrafo zaragozano Jos Martín acaba de fallecer en Madrid, uno de los profesionales del periodismo de viajes más acreditado de España, colaborador de numerosos medios, emisoras y televisiones. Vivió en primera fila la canción protesta en los años previos a la transición y fue autor de la entrevista en la que Marisol se desnudó para ‘Interviú’. También escribió poemarios, ensayos y libros de relatos.

      Un recuerdo asimismo al actor Pedro Díez del Corral, que se inició a las órdenes de Manuel Summers a la temprana edad de once años en el personaje del niño tímido y enamorado de ‘Del rosa al amarillo’ (1963). Su profesionalidad le permitió realizar una carrera fértil y variada, con directores como Mario Camus, Fernando Colomo, Fernando Fernán-Gómez, José Luis Garci, Jaime Camino, Manuel Matji, Vicente Aranda, Enrique Urbizu, Pedro Almodóvar, Pilar Miró o el zaragozano José Luis Borau, para quien trabajó en ‘Hay que matar a B.’, una mezcla del género político con el policiaco que produce una extraña desazón, y en la serie de televisión ‘Celia’, una narración candenciosa y ágil, excelentemente ambientada y plena de sutileza, según los cuentos de Elena Fortún. Y otro recuerdo al padre del director del festival de cine de Zaragoza, cinéfilo empedernido y fallecido recientemente.

      También ha fallecido Félix Grande, el gran amigo de Paco de Lucía. Esto escribió el poeta del guitarrista: “En su discurso musical sobreviven a veces estallidos de júbilo, pero, precisamente, no se trata de un júbilo tranquilo, sino de un júbilo que estalla, casi provocativo, casi arrogante. Constantemente asoma en esa música la cara del consuelo, jamás la del olvido. En la guitarra de Paco de Lucía circularmente existe, como un mitológico animal enjaulado, una memoria antigua que no se duerme nunca”.

      Una tan lírica como cierta apreciación de una obra musical majestuosa, mística, maravillosa. Carlos Saura lo supo ver muy bien, por eso repetía las tomas en las que participaba, “para oírle otra vez”. Fue, en fin, el guitarrista que hizo cantar a la guitarra, esa “hija de la gran puta” convertida en su martirio y su pasión, y que ahora andará sollozando la letra por soleá de Camarón: “Si mi mal no tiene cura / yo le estoy pidiendo a dios / que en las misma sepultura / nos entierren a los dos”.

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