Desde el diván: ‘Lolita’, de Stanley Kubrick

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Por José María Bardavío

     Mr. Humbert  se siente el hombre más feliz del mundo. Le embarga una dicha tan grande que desnudo en la bañera se ha quedado beatíficamente traspuesto, como si estuviera en la misma gloria. 

    Nacionalidad: Estados Unidos. Año: 1962. Producción: James Harris. Dirección: Stanley Kubrick. Guion: Stanley Kubrick y Vladimir Nabokov. Argumento: novela de Vladimir Nabokov. Fotografía: Oswald Morris. Música: Nelson Riddle. Intérpretes: James Mason, Shelley Winters, Sue Lyon, Peter Sellers, Marianne Stone, Diana Decker, Jerry Stovin, Gary Cockrell, Suzanne Gibbs, Roberta Shore. Duración: 153 minutos.

Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

    Mr. Humbert  se siente el hombre más feliz del mundo. Le embarga una dicha tan grande que desnudo en la bañera se ha quedado beatíficamente traspuesto, como si estuviera en la misma gloria. Siente en cada poro de la piel el terciopelo de la felicidad absoluta. De vez en cuando da un sorbo al martini con ginebra  del vaso que sostiene cerca de los labios para teñir con néctar y ambrosía la certeza de haber conseguido lo imposible.

     No hace ni un par de horas que sucedió el milagro: Charlotte, su mujer, salió de casa enloquecida después de leer en el diario secreto de su marido los mil insultos y desprecios dedicados a su persona. Desquiciada, escandalizada, bombardeada  en el centro de su dignidad, se lanzó a la calle en medio de la lluvia a contarle a su mejor amiga, Jean Farlow, que vive en el otro lado de la calle que su ejemplar marido con el que acaba de volver de la luna de miel es un monstruo espantoso que la odia. El automovilista vio a una mujer que moviendo los abrazos se abalanzó sobre su coche, frenó como pudo, derrapó sin poder evitar golpearla con fuerza. El impacto fue tan brutal que murió antes de caer al suelo. Fue increíble, sucedió en un instante. 

    Humbert (James Mason) está bebiendo en la bañera el mismo martini con ginebra  muy cargado que le preparó a Charlotte (Shelley Winters)  para convencerla de que los desprecios, los insultos, el feo asunto con Lolita que acaba de leer en el diario, son simples ocurrencias, sketches, apuntes que se convertirán luego en la novela que piensa escribir. Charlotte se encierra en el dormitorio mientras Humbert baja a la cocina a preparar la bebida que le hará  olvidar las barbaridades que acababa de leer. Así que levanta mucho la voz para que Charlotte le oiga  arriba: <<Tu nombre y el de Lolita los puse por pura casualidad…eran los que tenía más a mano…los novelistas piensan en los nombres de  sus amigos y en  las personas que conviven con ellos, y se les ocurren situaciones divertidas…Te estoy preparando una copa estupenda>>.

     Charlotte supo en esos aborrecibles minutos de lectura abyecta que su marido no sólo la despreciaba y consideraba imbécil sino que se había casado con ella para estar cerca de su hija, Lolita, una niña, una colegiala, un bebé de apenas catorce años -doce en la novela.  Charlotte descubre  leyendo el diario secreto, que el abominable profesor de literatura la utilizaba con el exclusivo propósito de de acostarse con su hija, su niña, su Lolita.

    Me detendré ahora en ese fundamental incidente del descubrimiento del diario que incluye el jugoso viaje de Humbert a la bañera para asesinar a su mujer: La primera vez que vio a Lolita el profesor Humbert Humbert estaba buscando alojamiento. En sus pesquisas  llamó a la puerta de Mrs. Charlotte Haze, una viuda oronda y cursi, de gusto pésimo, que alquila habitaciones a profesores temporales de la high school  local. Después de inspeccionar la vivienda y cuando se dispone a desistir hastiado de la cargante habladuría de la viuda, acepta entusiasmado alquilarlo tdo al ver de pronto, tumbada en el hierba, a  una ninfeta perfecta, impresionante, jamás imaginada. Quizá no haga  falta aclarar que las  chicas muy jovencitas, las lolitas, vuelven loco al profesor de literatura. Porque si esta película es imperdonable no haberla visto con detalle mucho más imperdonable resulta no haber leído la novela que es, sin duda, una de las mejores jamás escrita.

     La maravillosa e increíble  hija de Mrs. Haze  está tomando el sol en bikini en el backyard  luciendo sobre el cabello deliciosamente rubio un sombrero protector, como de plumitas, impuesto sin duda para protegerse del sol, y unas deliciosas gafas de lunetas muy negras que ahora mismo separa de sus bellísimos ojos azules para percibir mejor y con una mirada inolvidable  al caballero recién llegado. Es como si al ver a Humbert, Lolita leyera en el libro abierto de su  rostro pasmado, las reacciones tumultuosas surgidas al contemplarla anonadado. El profesor percibe al inefable costado de la niña una radio portátil emitiendo una especie de rock infame incapaz de restar maravilla a la ninfa siendo la música que le gusta perfectamente espantosa.

     La música sirve de mucho para introducirnos en la deliciosa ignorancia, la escasa calidad cultural, de la ninfeta que tiene un cuerpo perfecto incluso para los sibilinos gustos de Mr Humbert  que la sigue mirando desde el porche mientras acepta sin rechistar los detalles del alquiler ante la sorprendida y encantada Mrs. Haze. Mr. Humbert, desde el instante en que ve a la niña queda anonadado, extasiado, petrificado, arrebatado. Lo único que desea es quedarse allí para siempre.

     Tres meses después Humbert se casa con Mrs. Haze y Lolita se convierte en su hijastra. Y Charlotte, poco después, descubre el diario y los escritos de Humbert escondidos bajo cuatro llaves. El susto, la desilusión, el espanto y la decepción resultan ser de tal calibre que la ingenua Charlotte,  completamente enloquecida por lo que acaba de leer, sale corriendo de casa mientras llueve torrencialmente. Resbala, no ve el coche que se abalanza y el golpe que recibe es tan brutal que la deja muerta en el acto.

    Lo que resulta sorprende al comparar la genial novela con la excelente película es la correlación entre la bañera que sirve para celebrar la muerte de Charlotte y la que usa Humbert para esconderse de su primera mujer: Cuando Humbert se casa con Valeria (pag 28 en la edición de Grijalvo),  al poco la descubre distinta de lo que había imaginado: <<una ninfeta disfrazada de normal>>. Así que consuela chasco y depresión tomando muchos baños: <<Era su naturaleza tácita, la que favorecía la ilusión de extraño bienestar en nuestro pequeño y mísero apartamento: dos cuartos, una vista brumosa desde una ventana, una pared de ladrillos desde la otra, una cocina estrecha, una bañera en forma de zapato dentro de la cual me sentía como Marat, pero sin ninguna doncella de cuello largo que me apuñalara>>.

    El caso es que Jaen-Paul Marat, el famoso político de la Revolución Francesa- viene ahora bien recordarlo- padeció una enfermedad de la piel (dermatitis herpetiforme) que le obligaba a pasar el mayor tiempo posible sumergido en un preparado disuelto en el agua de la bañera. Se servía de una tabla apoyada a ambos lados para escribir con cierta comodidad. Cuando fue apuñalado por una adversaria política, estaba redactando un documento en favor del marido de la dama que le atacó. Jacques-Louis David, el espléndido pintor que instantanizó el  asesinato, no olvido pintar el encabezamiento de la carta que estaba escribiendo Marat para probar que el político fue fatalmente incomprendido por su asesina. Pero lo que resulta bastante raro y chocante es que  la girondina que apuñaló a Marat, y la madre de Lolita, compartan nombre, se llamaban Charlotte. Una Haze, la otra Cordoy. Y esas dos bañeras se reflejan, la una en la otra, misteriosamente, en las dos historias.

     Justo antes de dar con el diario letal, Charlotte se había preparado un baño pero los acontecimientos a continuación se lo impiden, mientras que su marido, Humbert que ya no la aguanta más (veremos luego las razones), se le acaba  de ocurrir descerrajarle un tiro en las narices. Al entrar en el cuarto de baño empuñando el revólver creyendo que Charlotte se está bañando, se parece mucho en este instante a la asesina de Marat que, burló la vigilancia,  se coló con pericia en la vivienda del político, se aproximó sigilosamente a la bañera terapéutica y le asestó a su enemigo una certerísima puñalada que, como la bomba atómica sobre Hiroshima, le aniquiló y cambió el rumbo del mundo.

     Estoy sugiriendo -David in mente– la relación que existe entre la bañera que libera a Humbert de sufrir a Valeria (su primera esposa), y la de Kubrick  centro y sentido del triunfo de Humbert no tanto por haber asesinado a Charlotte (nunca se atrevería a disparar) sino por la arremetida del automóvil que la mata en su lugar, y el arrebato de odio femenino que se abalanza sobre Marat y lo mata en el acto.

      En la novela de Nabokov, Humbert se desquita del hastío que le produce el triste apartamento y la desilusión (Valeria no ha resultado ser lo que él creía que era) pasando horas y  horas, como Marat, en la bañera. Tendencia que recoge Kubrick para trasladarla a su película convertirda en una de las mejores bañeras de la historia del Cine. Porque la muerte de Charlotte puede ser entendida como el resultado matemático de los acontecimientos que suceden después de comprobar Charlotte que su queridísimo marido (ya se han casado, disfrutado la luna de miel y acaban de volver a casa), no es el que pensaba que era.

      Charlotte se despierta y sin moverse despliega el brazo por el interior de la cama, pero Humbert no está. Humbert está escribiendo sobre la Lolita de sus amores y las desventuras cometidas al casarse con Charlotte que es una especie de vaca (cito literalmente) que le persigue enloquecida y desearía quitársela de encima cosa que empieza a sospechar va a ser del todo imposible. 

     Precisamente ahora empieza a oír a Charlotte lamentando su ausencia en el sagrado lecho nupcial. Así que ni corto ni perezoso deja el despacho y se introduce en el cuarto de baño con el manuscrito de la novela. El baño tiene la ventaja incuestionable de disponer de cerradura doble. Sentado en el taburete, enfundado en la batín de seda, escribe con letra pequeñísima y además indescifrable, sus oscuros deseos que emergen desde las más recónditas interioridades psíquica; las enormes dificultades que debe superar para conseguir vivir con Lolita, y las estrategias a seguir para que Charlotte siga viviendo en la inopia.

     Al poco la dama, Charlotte, la del deseo de hierro, está en la puerta proclamando querer abrazarle, besarle,  estar con él. Quiere también que le instruya en las experiencias tenidas con todas las novias que tuvo y, también quiere saber, qué es lo que hace encerrado tanto tiempo en el cuarto de baño. Humpert le asegura que acaba de entrar, y que los datos que le solicita sobre las pocas novias que ha tenido, se los proporcionará gustos, en una cómoda y tranquila charla en el cuarto de estar. Como Charlotte persiste en querer abrazarle ipso facto, trata de esquivarla suplicándole, por favor, que le suba una taza de café. Cede ella al requerimiento de  la infusión y Humbert la oye, agazapado tras la puerta, descendiendo la escalera. 

     Al cabo de un ratito, después de terminar lo que estaba escribiendo, abre con cuidado la puerta, cruza el distribuir y se introduce en el despacho (el antiguo dormitorio de soltero), y procede a guardar bajo llave el manuscrito en el secreter. Pero antes  de completar la operación (detalle especialmente importante) aparece Charlotte en la puerta envuelta en un subidón de romanticismo de lo más cursi, y Humbert no tiene más remedio que claudicar, capear, recoger velas -todo sea por Lolita:

-¡Ya no me importan nada las demás mujeres! Sé que nuestro amor es sagrado, los demás eran profanos –exclama tratando de abrazar a su resbaladizo esposo que comenta escéptico por lo bajini:

-Sagrado… nuestro amor es sagrado.

-Humbert  querido, me gusta como hueles…

     Ante la erupción volcánica  Humbert deja el cajón y hace como que le sigue el juego llevándola por el pañuelo al cuello hasta el dormitorio convencido de que la única estrategia posible se llama claudicar,  sacarla del despacho, resignarse al lecho, capear como sea (con mucho whiskey) el temporal.

-¡Haces que me sienta pagana! Grita inyectando lascivia en los fonemas y desparramando exuberancia por  la cama. Humbert, acorralado, se agarra a la tabla de salvación de la botella varada en la mesilla de su lado.

-¡En cuanto me tocas me quedo sin fuerzas!…¡y eso me asusta!

-Conozco esa sensación -admite Humbert- con perverso cinismo pensanso en Lolita. Y  mientras da de la botella uno de los tragos más largo de su vida, oye retumbar en el tálamo una de  las preguntas más difíciles de contestar, según circunstancias, si no fuera porque todo lo que viene de Charlotte se lo toma con disimulada chirigota.

-¿Tú crees en Dios?

-La pregunta -contesta Humbert- debería de ser: ¿Cree Dios en mí?, demostrándose a sí mismo su sobrado dominio sobre esa figura retórica llamada esticomicia.

      Y en un alarde efectista, como si se tratara del apogeo de su sentida representación, Charlotte se levanta de la cama, abre un cajón de la cómoda,  saca algo envuelto en una funda de tela oscura, levanta la cabeza hacia la foto de su primer esposo ya difunto y, colocando la otra mano sobre la urna de sus cenizas, recita:

-¡No me importa que tu abuelo materno fuese un turco infiel pero si algún día descubro que no crees en Dios…ahora mismo Humbert sería capaz de suicidarme. Levanta la tela oscura, y aparece un arma de fuego.

-¡Un revólver! -grita Humbert sorprendido de verdad.

-Perteneció a Mr.  Haze, confiesa ella solemnemente.

-¡Debes de tener cuidado con las armas!

-No está cargado.

-Eso dicen todos.

-Esta es un arma sagrada, un trágico tesoro. Mr. Haze la compró cuando se dio cuenta de que estaba muy grave. Quería ahorrarnos a todos verle sufrir. Le hospitalizaron antes de que pudiera utilizarla.

-¡Quieres hacer el favor de dejarlo ahí! protesta Humbert al ver a su mujer acercarse sin bajar el arma. Charlotte deja el revólver sobre la mesilla. 

-Gracias, eso está mucho mejor.

 
     Ahora se inclina sobre Humbert y está  tan cerca y tan predispuesta que el profesor no tiene más remedio que besarla. Abre la boca como si tuviera que probar un supuesto y delicioso hojaldre que no le interesa nada, lo que no le impide a ella dejarse caer sobre Humbert que, bajo tanta montaña sagrada, abre los ojos aterrado  mirando una magnífica fotografía de Lolita en la otra mesilla. Disueltos los ojos en tan dulce manjar deja Humpert que su mujer, que ya ha conseguido ponerse debajo de él, reciba todo aquello que le inspira Lolita, que viene a ser muchísimo.

 -¡Ay qué hombre! ,suspira ella al rato sumida en los vahos del desenfreno. ¿Sabes una cosa? inquiere al cabo de un buen rato. Por mi cabeza ronda una preciosa fantasía…debería alquilar la habitación que dejó Lolita.

     Humbert se siente repentinamente enfermo. Se niega rotundamente a considerar cualquier cosa que no sea la vuelta inmediata de Lolita del campamento de verano. Charlotte encaramada en el hechizo de la intimidad y la posesión, harta de imaginar a Lolita haciendo de las suyas por allí en medio, quiere mandarla a un colegio interna:

-Y de ahí, al año siguiente, en directo a la universidad ¡Ah querido mío, de ahora en adelante viviremos los dos solos!

    Humbert se queda helado. Se ha casado con la bruja para estar con el ángel y ahora resulta que la bruja quiere robarle el tesoro que no ha empezado a disfrutar.

-Cariño…te siento como…ausente.

-…Un momento querida, estoy pensando…

   Humbert se da media vuelta para  acurrucarse al otro extremo de la cama y, entendiendo ella que se está esfumando su delicada libido, le mordisquea el hombro consolándole deportivamente:

-¡Ah! ¡No importa!… Cést la vie! …

En ese instante suena el teléfono.

-¿Dejamos que suene?. Pero como Humbert no se mueve ni dice nada decide descolgar el auricular.

 
     Es Lolita llamando desde el campamento. Charlotte le cuenta  emocionada <<que han pasado  la luna de miel en el lago Hourglass con otras parejas de recién casados>>. Y la niña le informa a su vez, que ha perdido el suéter nuevo en el bosque (luego sabremos que en el campamento había un chico que le gustaba mucho). Y antes de despedirse le dice a su madre que quiere darle las gracias a Humbert…

-¡Humbert! ¡No quiero que le envíes bombones a la niña sin haberme consultado!

    Humbert que no puede tolerar un porvenir sin su niña, contesta a Charlotte con una cierta violencia:

-Incluso en los hogares más armoniosos, como es el nuestro, no todas las decisiones las toma la esposa. Sobre todo cuando el hombre ha cumplido con creces…con sus obligaciones…Incluso en el lago te seguí como un perrito faldero…pero…¡todo tiene sus límites!

    Charlotte, desconcertada y un poco ofendida, deja el teléfono sobre la cama y sale del dormitorio. Se le acaba de ocurrir darse un buen baño en la bañera, después ¡ya veremos!

 
    Cuando Humbert trata de hablar, Lolita ya ha colgado. Así que  se conforta con la botella que sigue sobre la mesilla y el revólver al lado. Da otro trago, esta vez aún más inmenso y devuelve la botella a la mesilla. Al inclinarse para calzarse, repara en la boca del revolver que le apunta insolente. Fascinado, acerca un ojo para mirar por la oscura boca circular que da a la muerte. Y lo levanta con un cuidado parecido al que practicó para  trasladar el diario secreto desde el cuarto de baño hasta el cajón del despacho. Al examinar el arma resulta que las balas, que según Charlotte no estaban en el tambor, caen de allí como los dientes de Berenice  se desparramaron lúgubremente por el suelo.

    Observa Humbert las balas como si se tratara de interrogaciones, meteoritos, de venganzas indefinidas. La posibilidad de que Lolita ingrese en un internado, de perderla para siempre. Oímos a su conciencia rumiar: <<Nadie puede cometer un crimen perfecto pero la casualidad sí puede. Hace un momento Charlotte ha afirmado que el revólver no estaba cargado  pero ¿qué hubiera ocurrido si hubiera apretado el gatillo?…  y se imagina a sí mismo declarando ante el juez: El revólver  pertenecía al finado Mr. Haze… Ella se estaba bañando en la bañera. Habíamos hablado de nuestros planes para el futuro. Decidí gastarle una broma y fingí que era un ladrón. Éramos recién casados y todavía  nos entreteníamos con estos juegos… En cuanto sucedió llamé a una ambulancia pero era ya demasiado tarde. Muy sencillo ¿verdad? ¡El crimen perfecto!>>.

     Humbert recoge las balas esparcidas por la alfombra y las devuelve al cargador. Y, de repente, movido por un impulso entre luminoso y extraordinario se levanta de la cama donde todavía permanecía sentado y, extendiendo hacia delante la mano que empuña el arma, camina hacia el cuarto de baño, hacia la bañera,  como si le atrajera un imán.

    La puerta entreabierta deja ver el grifo abierto del agua caliente y sobre el ruido que emite, Humbert se imagina escribiendo en su diario lo siguiente: <<Estaba chapoteando en la bañera como una foca confiada y patosa, y toda la lógica de la pasión me gritó al oído: ¡Ahora es el momento! ¿Pero sabéis lo que pasó? pues que no pude hacerlo…nunca sería capaz de matarla>>. Así que, decepcionado consigo mismo por carecer de  valor para hacerlo,  empuja la puerta que, al abrirse del todo muestra que Charlotte no está en la bañera. 

 
    Embargado por un raro presentimiento, Humbert se dirige al despacho para descubrir a su volátil esposa leyendo sus papeles:

 -¡Ese es mi diario! ¡No se leen los diarios de los demás! Al tratarse de hacerse con el cuaderno, ella se abalanza sobre él golpeándole con el montón de hojas encuadernadas mientras repite enfurecida los insultos que acaba de leer en el panfleto:

-<<La vaca…la mamá repelente… la bruja sin cerebro…la tonta de la Haze…>> ¡Eres un farsante repugnante, odioso y despreciable!

    Humbert trata en vano de calmarla y de cubrirse porque le está arrojando todo lo que encuentran sus desesperadas manos:

 -Nunca jamás volverás a ver a esta <<mosca despreciable>>, asegura Charlotte muy solemne saliendo del despacho para encerrase en el dormitorio sin hacer caso de su marido que trata de explicarle que lo que ha leído no tiene nada que ver con nada, que son tonterías, ocurrencias, pura ficción, literatura en ciernes.

<<Harold>>  exclama Charlotte mirando  la fotografía de su primer  marido <<mira lo que me ha pasado>>, y llora abrazada a la urna de las cenizas. <<¿Cómo pudimos hacer a semejante monstruo?>>, pregunta recordando lo que acaba de leer sobre Lolita.

    Humbert, desciende la escalera a toda prisa para prepararle en la cocina un martini reparador y convencerla de que el diario no tiene nada que ver con el amor que le profesa: <<Una buena copa le calmará, le hará entrar en razón>>. Mientras trajina con el hielo y la ginebra, vocifera: 

-¡Esas notas que has leído son fragmentos de una novela que estoy escribiendo! Puse tu nombre y el de Lolita por pura casualidad…así trabajan los novelistas…se inspiran en la gente de su entorno…se inventan situaciones extrañas ¿comprendes?

    A punto de terminar de preparar las bebidas suena el teléfono y como Charlotte no descuelga arriba, contesta utilizando el supletorio instalado en la cocina. Alguien le está informando de que su mujer acaba de morir en un accidente de automóvil. Humbert contesta que su mujer está en el dormitorio, en  el piso de arriba. El interlocutor insiste. Humbert advierte desde el teléfono la puerta principal movida  por el viento y la lluvia. Se acerca a la puerta, en ese momento llega una ambulancia con mucho alboroto de luces y sirenas. Se pone sobre el batín la gabardina que cuelga en el perchero y se aproxima a las luces. Oye al automovilista asegurar que fue ella la que se abalanzó sobre el coche, que fue imposible evitar atropellarla. El médico de la ambulancia está arrodillado sobre el suelo mojado, al poco vuelve el rostro dando a entender que está muerta.

   En la imagen que inaugura la secuencia siguiente,  vemos la cabeza de Humbert sobresaliendo por el pretil de la bañera. Sus ojos entornados emanan una placidez absoluta. Al cabo de un rato los labios avanzan un centímetro para succionar el martini con ginebra que le preparó a Charlotte. Bebe despacio saboreando los tragos. Podría quedarse así horas y horas, a eternidad.

    Pero  el caso es que oye voces subiendo la escalera. Se trata de Jean y John, los mejores amigos de Charlotte. Se incorpora, deja el vaso sobre el pretil ocultándolo con la cortina de plástico  como tratando de crear un cierta intimidad, desnudo como está en la bañera. Repiten una y otra vez su nombre pero al haber bebido bastante alcohol, no encuentra suficiente inspiración para salir de allí. En realidad, el hecho de recibir el pésame en la bañera  trabaja a su favor. Todos entienden su estar tumbado la bañera con cara de tonto como una de esas ocurrencias absurdas que se le ocurre a la gente cuando está muerta de dolor, desesperada.

     Los amigos de Charlotte están impresionadísimos por lo que acaba de suceder, y entienden de un vistazo el lamentable estado de Humbert, el dolor insoportable que le ha alterado la cara, y ese estar como ausente, como ido. No deducen por su aspecto entre extraño e iluminado que se debe al alcohol y a la increíble sensación de beatífica ausencia que la muerte de Charlotte le ha procurado; creen que el accidente le está torturando irremisiblemente y le inspira toda clase de barbaridades.

    Así que sus palabras de  consuelo aumentan cuando ven el revólver sobre el lavabo encima del batín y las toallas. Concluyen en un instante que el pobrecito Humbert lo ha preparado todo para pegarse un tiro en la bañera y reunirse al instante con su maravillosa esposa. Menos mal que han llegado a tiempo. Para tranquilzar a Humbert se les ocurre contarle un secreto: Charlotte tenía un solo riñón y además en muy mal estado, la nefritis estaba en estado muy avanzado,  no le quedaba mucho tiempo de vida. <<Piensa en tu pobre Lolita, que se ha quedado sola en el mundo. Humbert, por favor, ¡debes seguir vivo para poder cuidar de ella!>> 

 

     Llaman discretamente a la puerta. Resulta ser el padre del joven que atropelló a Charlotte. Le recuerda apesadumbrado, después de saludos y condolencias, que sus hijos van al instituto con Lolita; que está técnicamente demostrado que fue Charlotte la que causó el accidente, que le parece justo hacerse cargo de los gastos del funeral y  que le resulta encomiable la actitud de Humbert tan comprensivo con el atropello. Cuando termina la exposición saluda ceremoniosamente y se va. 

   Humbert, sigue en la bañera. Se siente borracho y cada vez más feliz. En realidad nunca se había sentido tan bien ni se había divertido tanto ¡ y sin tener que salir de la bañera!

    Charlotte, al lanzarse enloquecida a la calle, iba a contarles a sus querido amigos lo que acaba de leer en el diario de Humbert. Si Jean y John la hubieran oído estarían encantados de asesinar a Humbert, pero el caso es que ahora están tratando de convencerle de que no se le ocurra utilizar el revólver; que Lolita es la primera.

     Lo genial de esta secuencia reside en el torbellino de ideas en contradicción, de apariencias girando alrededor de la inmovilidad corporal de Humbert. Acuciado por un sentimiento de placer, de placidez y de agradecimiento a la vida descomunales, seguido de la vorágine de impresiones contrapuestas, básicamente cómicas, que percibe el espectador ante  la sinceridad del joven matrimonio decididos a contrarrestar la heroica decisión sacrificial, la inmolación retributiva  del marido desesperado dispuesto a pagar en carne propia la muerte de su mujer, tragada por el destino con idéntica despreocupación  que empleamos para aplastar a una mosca. Y el jolgorio que el engaño y el enredo provocan en Humbert que, a punto de morirse de risa, se contiene como puede.

     Pero lo asombroso resulta ser el banquete semántico que el genial Kubrick sirve al espectador, sabores que congenian a las mil maravillas, atracón de inteligencia,  sacudidas del sentido, transformaciones metamórficas, parecidos irreconciliables, el juego llevado hasta sus últimas consecuencias. Como si un mundo entero de delicias le fuera servido a Humbert en su trono acuático para satisfacer su deseo, que no es otro que el de hacerse con Lolita de una vez por todas. Para siempre.

 

Más información: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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