Desde el diván: ‘El padrino II’

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Por José María Bardavío.

Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.     De su blog: «Las bañeras en el cine» vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  «Desde el diván». Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

       Título original: ‘The godfather, parte II’. Nacionalidad: Estados Unidos. Producción: Coppola Company para Paramount Pictures. Año: 1974. Dirección: Francis Ford Coppola. Guion: Francis Ford Coppola y Mario Puzo. Argumento: novela de Mario Puzo. Fotografía: Gordon Willis, en technicolor. Música: Nino Rota, adaptada y dirigida por Carmine Coppola. Intérpretes: Al Pacino, Robert Duvall, Diane Keaton, Robert de Niro, John Cazale, Talia Shire, Lee Strasberg, Michael Gazzo, Richard Bright. Duración: 192 minutos. Género: policiaco.

The Godfather II Francis Ford Coppola, 1974

 Bañera 1

        1958. El matón del barrio, un tal Fanucci, obliga al dueño de la tienda en donde trabaja el jovencito Vito Corleone (Robert De Niro), a dar trabajo a un sobrino suyo. El dueño del negocio le explica a Vito con lágrimas en los ojos que no tiene dinero para pagar a dos empleados, y que sabe bien cómo se las gasta Fanucci. Hace ya un par de años que le viene pagando religiosamente al mafioso, todos los meses, la protección exactamente igual que tienen que hacer sin excusas los demás comerciantes del barrio. Pero es que ahora se siente con el agua al cuello, el negocio no funciona como antes…

    El joven Vito Corleone llega a casa y cena con su mujer que percibe que algo no va bien.

-¿Te sientes mal?

-No te preocupes. No pasa nada.

      De repente se oyen gritos en el patio interior de la vivienda.

      Vito se levanta, se acerca a la ventana y oye una voz apremiante

     Vito sale del comedor y entra en el cuarto de al lado para abrir la ventana que da al patio interior.

        Desde la ventana de enfrente alguien le arroja un fardo con mucha urgencia:

-¡Escóndelo! Vendré a por ello la semana que viene.

      Todo ha sucedido en un instante. Ni siquiera ha visto el rostro después de tirarle encima el fardo a toda prisa. Vito abre la puerta del baño y deja el bulto en el fondo de la bañera. Al abrirlo aparece, sobre una tela de arpillera una viscosa masa negra de pistolas, fusiles y revólveres.

     Al cabo de unos días alguien se acerca a Vito cuando pasea por la calle sin nada que hacer. Se trata de Clemenza, que al comprobar la lealtad del receptor de sus revólveres y pistolas, le invita a tomar algo tratando de convencerle de que trabaje con él:

-Uno se dedica a sudar como un cerdo y ¿para qué? Mi padre trabajó en el metro doce horas diarias absolutamente todos los días del año. Al final ni siquiera se montó en él. Pero yo no pienso hacer eso jamás. A mí no me manda nadie ni nadie me da órdenes de ningún tipo: soy el dueño de mí mismo.

     El paso siguiente consiste en saber si Vito tiene o no tiene agallas. Clemenza le ofrece una bonita alfombra que tiene en casa de un amigo para que se la regale a su mujer. Van a buscarla. Lo que no le ha dicho es que su amigo está en chirona y la imponente mansión donde reside la alfombra, vigilada por la policía. Y cuando están dentro enrollando el botín, alguien se acerca y mira por el cristal de la puerta principal. Clemenza prepara el revolver por si el recién llegado se decide entrar. Pero al cabo de un rato, el fisgón se convence de que no hay nadie dentro y se va. Terminan de empaquetar la alfombra sin que Vito haya dado muestra alguna de flaqueza. Incluso cuando el que se acercó a la puerta- que al trasluz vieron vestía gorra de policía- estuvo a punto de entrar.

      Así es como Clemenza se convence de que Vito es persona de confianza y de valor, apto para introducirle en sus negocios. El neófito gana en notoriedad y respeto cuando asesina al temido Fanucci el día de la fiesta del barrio. Ejecuta el plan con tal perfección que se gana el respeto de todos. Es todavía un joven, veintibastantes, casi un chaval, y acaba de catapultarse a la cima del crimen organizado.

    La bañera fue el receptáculo sobre el que descendió la diosa fortuna para cambiar el destino de Vito Corleone. Posa en su casa inopinadamente, una tempestad de pistolas y revólveres en el escueto espacio de la bañera. Un mágico preludio a los asesinatos y crímenes por venir. Hay algo de portento en ese anuncio de tormenta que se produce justo en el instante en el que Vito cena con su mujer después de haber sido despedido del trabajo por exigencias de Fanucci. Ese rumor que viene del patio interior, esa ventana por la que sale despedido el fardo, la recomendación imperiosa de ocultarlo, la desaparición del remitente, el traslado a la bañera para comprobar lo que el destino le trae, le advierte, le muestra. Y ese contraste tan radical entre el blanco de la bañera y el montón negro de pistolas y revólveres, la tumba blanca de tantas muertes negras por venir.

Bañera 2

     Mientras los teóricos estudian las motivaciones inducidas o espontáneas que conducen a las personas a quitarse la vida, Frank ‘Frankie’ Pentangeli, lo hace de forma calculada y racional, matemática, cuando se convence de que sólo la muerte le restituirá el honor perdido. El suyo y el de su familia. Suicidarse es la cuota que debe pagar por haber sido desleal al padrino. Al eliminarse de la faz de la tierra, al quitarse de en medio, deja las cosas del honor y del dinero como lo estaban antes. Recordemos ahora cómo Frankie Pentangeli llegó a tomar semejante decisión:

     Persuadido meses antes por el FBI de que si declara contra Michael Corleone obtendrá protección legal de por vida y disfrutando ya de esa protección, el día de la celebración del juicio contempla lo que jamás había pensado podría ver nunca jamás: la entrada en la sala de su terrible hermano Vincenzo, un mafioso que nunca jamás había sañido de Siciliay y que Michael Corleone acaban de traer a Estados Unidos para que presencie la traición de su hermano declarando contra la mafia y contra el apellido Corleone.

     Y es entonces cuando las promesas solemnes, los documentos firmados, las evidencias de inculpación, desaparecen como por encanto como si se las hubiera llevado el demonio en persona de la voluntad de Petangeli. La mirada puntiaguda y oscura de su hermano mayor le obliga a no declarar contra Michael. Y todo lo que iba a decir se queda dentro de sí mismo. Y cuando le llega el turno de declarar ante el Gran Jurado, niega todo lo que había dicho que estaba dispuesto a contar.

     Al ver allí tan de repente, tan inesperadamente, a su hermano siente la sombría recriminación que lleva escrita en el rostro de granito su oscuro hermano. Frankie lee en la cara de su hermano el terremoto que arrastrará a toda la familia siciliana. Y en lugar de declarar en contra, manifiesta que fue extorsionado por la policía, que se vio obligado a firmar, que los documentos que el tribunal tiene sobre la mesa no relatan la verdad, que son falsos, que no tienen ningún valor.

    Pero Michael Corleone no se contenta con la reconversión catártica de Pentangeli delante de los jueces, los periodistas y el público en general. No se fía. Quiere su vida para que nunca le vuelva a traicionar. Para conseguirlo pone en marcha la vía diplomática. Tom Hagen, abogado y hombre de confianza del capo, visita a Pentangeli en la base militar en donde el FBI lo ha recluido para seguir tratando de convencerle de que debe declarar contra Corleone.

     En la reunión entre el abogado y Pentangeli, Tom le recuerda a Frankie los extraordinarios trabajos que realizó en favor de la organización, que su labor en el pasado permitió la organización de las distintas familias, el reparto de zonas y poderes, que coincidió con la época dorada de la mafia, un imperio que alcanzaba territorios más allá de los puramente económicos. Que sin la revolución castrista de por medio, Michael Corleone podría haber optado a la presidencia de los Estados Unido apoyado como estaba entonces por Hyme Roth que tenía a su servicio a Fulgencio Batista y a varios congresistas y senadores norteamericanos comprados con chantajes y que trabajaban en secreto para la mafia. Que el propio Frankie – sigue Tom Hagen sacándole el brillo a la egolatría de su víctima, concibió la mafia como una estructura de poder parecida a la del imperio romano en donde todo giraba en torno a la fidelidad al emperador. Que los nobles romanos se suicidaban para que, desaparecido el causante de la traición o del estrago, su familia saliera exenta y su fortuna no pasara a manos del emperador. El suicidio se impuso como corrector de conductas desafortunadas. Fórmula idónea para compensar la caída en desgracia del patricio ante su emperador. El caso de Séneca, el filósofo estoico, que al abrirse las venas en la bañera elevó la inmolación a la categoría de arte mortuorio, creando toda una mitología del suicidio convertido bajo determinado parámetros en un acto ejemplar.

     Cuando los guardianes van a buscar a Pentangeli al edificio aislado dentro de la cárcel para la partida de cartas y el amistoso lavado de cerebro de por las tardes, observan incrédulos al abrir la puerta, el exangüe brazo izquierdo de Pentangeli sobresaliendo por el pretil de la bañera, las venas abiertas, el suelo encharcado, la testa macabramente sumida en la dudosa gloria del honor recuperado.

     En la obra de teatro más conocida de Arthur Miller escrita en los años cincuenta, titulada Death of a Salesman, un clásico de la cultura dramática occidental del pasado siglo, Willy Loman, el protagonista, se suicida con el coche consiguiendo así que su familia cobre el seguro de vida que les librará de la ruina. Tanto Pentangeli como Willy se quitan la vida para que sus familias puedan vivir con honor. Una conquista que se alcanza atravesando voluntariamente la línea de la muerte, que puede ser tan dulce y tan gloriosa, tan paradojamente honrada que se convierte en una estrategia macabra para seguir viviendohonorablemente. El deseo de morir se convierte en un ideal que bate y supera al deseo de vivir. Los malos tienen la misma intensidad moral que los buenos ciudadanos que ellos asesinan sin piedad cuando se niegan a servirles o se les antoja.

     Esa muerte de Frankie Pentangeli, el traidor arrepentido, en ese concreto recipiente llamado bañera parece absorber la función higiénica convencional del receptáculo de marras. Como sucede en Girl Interrumpted (Inocencia interrumpida) en donde limpiarse la culpa consiste en despojarse la vida sucia con el dulce estropajo de púas de un cuchillo en vena.

 Fuente: http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

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