‘Enredad@s’, cortometraje de Ricardo Huerga

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Por Don Quiterio

     Olores, sabores, sueños e ilusiones de la infancia. Todo ha cambiado, al ritmo de eso que se ha dado en llamar progreso. Ya está aquí la glotonería digital, como una mancha voraz, como el monstruo de gelatina que se comía todo en aquella película de serie b.

    Es importante detectar las complejas corrientes de fondo que llevan a interrogarnos sobre los usos y abusos de las nuevas tecnologías en la sociedad de consumo en que vivimos. Nada mejor, en el contexto cinematográfico, que apreciar las cualidades del cortometraje  ‘Enredad@s’, premio nacional de los valores educativos y ciudadanos en el pasado festival de cine de Zaragoza, dirigido por el profesor Ricardo Huerga y realizado por los alumnos de bachillerato de artes escénicas, música y danza del instituto de educación secundaria Pedro de Luna.

      Cada día es más difícil entablar una conversación de manera pausada, larga y sin interrupciones de sonidos impertinentes. Cada día es más difícil, en efecto, conversar con amigos de una manera distendida, cara a cara, sin motivos personales. Los adictos al celular contaminan las conversaciones ajenas con el desagradable aliento de las charlas a grito, y a lo mejor alimentan un tumor cerebral. Nada de eso, en cualquier caso y hasta que no se demuestre lo contrario, deteriora la salud de los demás. No es posible decir lo mismo, claro está, del tabaco y sus emanaciones cargadas con sustancias tóxicas que perjudican a los respiradores cercanos. Nuestros acompañantes de cualquier noche zaragozana de hielos largos –humea el móvil, humea el pitillo, todos los fuegos a la vez- parece que se conjuran y todas las cabezas están a punto de explotar.

     Decía Pavese que no existe la primera vez. El hombre todo lo hace por segunda vez. Si hace algo aparentemente nuevo, pronto descubre que está repitiendo un arquetipo mítico, el gesto de un dios, único posible autor de una probable primera vez. Idea no muy alejada de las que difundía por entonces Mircea Eliade sobre el pensamiento mítico. O idea, también, que utiliza el gran Alain Resnais en su filme ‘Je t’aime, je t’aime’, de cómo el amor no empieza nunca: uno empieza a estar enamorado el día que se pregunta cuándo empezó a estar enamorado. ¿Contradictorio todo esto? Para la lógica, sí, para la ciencia exacta también, pero no para nuestra comunicación humana real.

     Parece, sin embargo, que la comunicación humana real corre serios riesgos con el llamado progreso. La protagonista de ‘Enredad@s’ es una chica a un móvil pegado y este se convierte en una prolongación de su brazo. Deja otro tipo de obligaciones realmente necesarias diariamente por el mero hecho de estar conectada –‘enredada’- al aparato telefónico con internet. Se siente rehén de su móvil, como necesitando una respuesta inmediata de aquello que busca. Eso le genera una dependencia tecnológica incontrolable. Es una situación impulsiva, un problema cultural, porque necesita velocidad e inmediatez. Sus compañeros tienen el propósito de cambiar sus pensamientos, sus conductas. Al final, o eso parece, lo consiguen. Y nuestra protagonista decide apagar el aparato. ¿Hasta cuándo?

     Se dice que cada nueva tecnología es una filosofía. Internet está cambiando el método de pensar y, muchas veces, la gente vive ‘cableada’ en el estrépito. Una forma de enredar como otra cualquiera. Como en todo, el sentido común marcará la línea entre lo normal y lo fanático. La idea es usar el móvil como modo de aprovechamiento de todo lo que nos pueda ofrecer para facilitarnos nuestro día a día, y no al contrario. Vivir con él, no para él. Mientras esto se consiga, por qué resistirse a ellos. Ya lo escribió Oscar Wilde: “La única forma de librarse de una tentación es entregarse a ella”.

     “¡El móvil se ha quedado sin batería!”. “¡No tengo cobertura!”. “¡El ordenador me ha dejado colgado!”. “¡Me he quedado sin Wi-Fi!”. Seguro que en alguna ocasión hemos pronunciado alguna de estas frases. Y es que a medida que el mundo avanza, la mayoría de la sociedad se hace cada vez más dependiente de la tecnología, que, en ocasiones, no está exenta de problemas y que nos pueden dar algún que otro quebradero de cabeza.

     Parece que el móvil se está conviertiendo en ese “otro amigo” que está siempre conectado, al acecho, para romper cualquier conversación o cualquier silencio. Es tal la voracidad, la sumisión y la dependencia de los móviles, y el negocio que han formado, que la generación actual y la gran mayoría de todos nosotros somos dependientes de este aparato que suena y suena, que no deja de sonar y de condicionar nuestras vidas. De todo esto y de mucho más nos habla el cortometraje ‘Enredad@s’, la historia de una chica cuya única y obsesiva afición es el móvil, pero, por suerte, un buen día va a descubrir, gracias a sus compañeros de instituto, que existen otras maneras de divertirse más saludables e interesantes.

      La protagonista, interpretada por Ruth Saralegui, vive ensimismada, y apenas duerme. Llega al instituto cansada y en las clases está agotada, sin prestar atención al profesorado. Sus compañeros se dan cuenta y, poco a poco, como hila la vieja el copo, van convenciéndola de que la vida tiene muchas alternativas de ocio, más allá de estar pegada a un móvil que está influyendo negativamente en su vida escolar e incluso en sus relaciones personales. Sin ir más lejos, se puede conversar –porque vale la pena hablar antes de que se rompan las vajillas de los respectivos ajuares-, se puede quedar a tomar algo, se puede bailar al son de un grupo musical amigo. La cámara de Fernando Moliner sigue los pasos de este grupo humano (Sergio Saralegui, Silvia Peiró, David Moliner, Diego Rivera, Carmen Villanúa, Ainhoa Escudero, Silvia García, David Bragg, Miguel Rodríguez, Silvia Blasco, Sara Luna Zaratiegui, Bayron Castaño…) y, bajo la coordinación de Manuel Huerga, el montaje de Eduardo Pérez y Rosa Montserrat va introduciéndonos en las peripecias vitales de la chica protagonista, su familia y sus amigos.

     Caminamos hacia una sociedad de relación móvil, de compartir y hablar por un aparato que esconde todos nuestros secretos, que dice de nosotros qué es lo que nos gusta y qué es lo que no nos gusta, a qué hora nos conectamos a internet, por dónde debemos ir o qué vemos cuando estamos en línea y cuando llamamos al otro. Algo así como nuestra memoria y nuestros secretos. Conectados y enredados, efectivamente, a todas horas y en todas partes. Así vivimos. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, la conectividad total forma ya parte de nuestras vidas a través de unas tabletas que siempre nos acompañan.

     Nos informamos, compramos, consultamos la cartelera, reservamos viajes o, simplemente, aclaramos un dato que no recordamos. Todo eso que antes hacíamos a través del periódico o de la enciclopedia, ahora lo podemos hacer cómodamente sentados en el sofá de casa, en el tranvía o mientras esperamos en la consulta del dentista. Llamadas y sonidos. Sonidos y llamadas. Dale que te pego. Cuando no es el jefe para hacernos un recordatorio es tu amigo para saber dónde estás y qué haces. O algún familiar para decir que no acude a comer. Cuando no es la compañía enemiga para cambiar de tarifa es el mensaje de la propia diciéndote que la factura acaba de salir y que pronto te la descontarán de la cuenta bancaria. O el compañero que te manda ese vídeo gracioso que quiere compartir contigo para que luego tú le mandes otro. Sí, enredad@s digitalmente –y con arroba-, maldita sea, porque redescubrimos algo que sabíamos pero con lo que nunca habíamos reparado: todo lo que perderíamos sin la ‘o’, desde el amor al oro, desde las rosas hasta los yoyós, y desde el poder a la victoria.

      La evolución de internet entraña una colisión de derechos fundamentales, entre, esto es, el derecho a la privacidad, el derecho a la información y la libertad de expresión. ¿Por qué aparecemos en la red? Estamos facilitando nuestros datos personales para que sean accesibles a todo el mundo. ¿Somos conscientes? ¿Leemos lo que firmamos cuando hacemos ‘acepto’ en la aplicación gratuita que usamos todos los días? En este contexto, ‘Enredad@s’ va más allá y nos aproxima a los retos que enfrenta hoy la sociedad digital en cuanto a la privacidad y el tratamiento de los datos personales en internet. Los motores de búsqueda pasan sus arañas por todos los rincones y ofrecen enlaces, la mayoría de las veces gratuitos, en cuestión de segundos a informaciones que antes eran difíciles de conseguir. Ofrecen un servicio con ventajas que nadie discute pero que también ocasiona perjuicios a algunos ciudadanos que ven cómo cobra relevancia en los resultados información de su pasado que, en ocasiones, atenta contra su derecho a la intimidad. O, mejor dicho, a la falta de privacidad en el momento en que exponemos nuestros datos personales.

     Un niño nacido hoy crecerá sin ningún concepto de privacidad. Nunca sabrán lo que significa tener un momento privado para ellos, un pensamiento que no sea analizado o registrado. Todo deviene, en fin, en carne de consumismo, como poco. Como chivato, en fin, de cuanto hacemos. Porque de esto reflexiona ‘Enredad@s’, sobre la mutación que las redes sociales pueden producir en las vidas de la gente, joven o menos joven, si no andas con olfato crítico. La tecnología se ha vuelto especialmente diestra en crear productos que se corresponden con nuestra fantasía de relaciones. En dicha fantasía, el objeto amado no pide nada y lo da todo al instante. El objetivo último de la tecnología, al fin y al cabo, es sustituir un mundo de corazones rompibles (corazones de verdad, que pesan, que sienten, que padecen) por una simple prolongación del yo.

     Durante el periodo de asentamiento del mundo virtual, los años en los que todavía conocíamos a varias personas que no tenían correo electrónico, nos acostumbramos a asociar internet con el futuro, con un futuro de ficción científica que se había fundido en nuestro presente. Ahora que ya está plenamente implantada, y todos los ciudadanos nos encontramos metidos en faena, resulta un tanto embarazoso vernos a nosotros mismos cómodamente instalados en el porvenir. ¿Se ha creado una nueva raza con la difusión digital? ¿Cómo era la gente cuando no existían las redes sociales? ¿Dice mucho de nosotros la utilización de un móvil? ¿Ha revolucionado internet la economía? ¿Comparado con qué?

     Por supuesto, la tecnología importa. Pero mucha gente cofunde el catálogo digital con una teoría del cambio social. Las transformaciones tecnológicas más inmediatas no son siempre las más importantes. Las monsergas sobre la brecha digital son un gran extintor ideológico de la lucha de clases educativa. En vez de afrontar una realidad muy fea, buscamos un refugio narcisista donde las cosas sean más fáciles y hermosas, una confortable madriguera digital. Una de las mayores fuentes de unanimidad entre un espectro de fuerzas políticas cada vez más amplio es la convicción de que las tecnologías de la comunicación son cruciales para solucionar toda clase de problemas sociales, económicos, personales o ecológicos.

     La tecnología nos proporciona un simulacro de igualitarismo. La sensación de conectividad generalizada es fácil de confundir con una especie de igualdad de oportunidades. Por supuesto, el crecimiento de la desigualdad que ha experimentado nuestra sociedad no es el producto de internet. Es el resultado, para qué negarlo, de la contrarreforma neoliberal que durante treinta años ha aplicado exitosas medidas para incrementar las rentas y el poder de los más ricos. Pero el medio digital, ay, hace que esa situación nos resulte mucho menos evidente. O mucho menos dolorosa.

     Hay mucha gente que desearía viajar al futuro, pero a mí, maldita sea, donde me gustaría volver es al pasado, porque me interesa más revivir lo que se fue para siempre que conocer un futuro del que ya no formaré parte. Por eso, acaso, prefiero morir en el pretérito imperfecto que vivir un futuro perfecto que, ¡demonios!, me ilusiona muy poco. Sin el cine, los periódicos de papel, el boxeo y la sopa de ajo –todo ello a punto de desaparecer-, la vida no vale nada.

     Ante tanta saturación digital, mi compañera de fatigas dice que se irá a vivir a una casita de la montaña, con una vaca y una gallina. Y creo que yo me iré con ella. Por enredar. O simplemente por Sábato.

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