Anacoreta / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra

Arrinconada situación. Me agobia la gente.

    Debería escapar a San Caprasio, allá por Farlete. Siempre he tenido esa tendencia a ser anacoreta. Supongo que me ha faltado valor, arrojo o, dicho en plan  suburbial, cojones para adoptar tal posición en la vida.

    Cuantas veces he pensado en las cuevas de  San Caprasio, ahora que no hay monjes, y estar allí dos o tres meses, sin gente, sin teléfono, arrimándome al animismo; dios árbol, dios agua, dios cucaracha…

   Seguramente sería un gran alivio para mí dejar un tiempo la vida urbana. Tal vez para entender un poco mejor la vida (por no decir al ser humano) y no ir tan despistado por la sociedad.

   Al final no me voy de anacoreta y me quedo en la ciudad, yendo de bar en bar, entreteniéndome hasta con el fútbol, que lo odio – no como deporte, por supuesto, sino como negocio-, e incluso llego a saludar a personas que no me gustan ni un ápice.

  Voy a decir que llego a pasármelo bien, pero aun así, a cada esquina veo cosas deleznables y  lamentablemente, eso es el monto gordo del ser humano.

   Para evitar la desesperación, me pongo anestesia a cada momento y así, al menos, estar contento. Creo no tener que redimir ninguna culpa, con lo cual me encuentro tranquilo y en paz conmigo.

      Pero mirando alrededor siento tantas veces vergüenza ajena que casi me dan ganas de llorar. Suerte que con la anestesia habitual, mejor me pongo a reír.

   Todo esto en el paseo cotidiano; el de ir a comprar, o al cine o caminar por el parque, es decir, sin pensar en el manejo que tienen los poderosos, los que están arriba y nos afligen tanto sin descanso, vapuleándonos insistentemente y hasta con chulería. Eso es otro cantar mucho más doloroso, que unido al “cotidiano”, puede llegar a ser desesperante.

    Hay una buena película. Protagonista Fernán Gómez. Algo surrealista, alguien decide encerrarse en el cuarto de baño y no salir de ese espacio nunca más…

  Ya que está visto de no tener, por mi parte, el valor de ir a las cuevas de San Caprasio, podría apuntarme a la opción de quedarme en casa, en plan anacoreta, tres o cuatro meses y olvidarme del mundo exterior.

   Sé que semejante cuestión ya la hemos vivido todos, pero por imposición. Conozco a personas que salían como mucho una vez a la semana y para comprar, claro. Yo, por mi parte, salí todos los días; a comprar tabaco –fumo demasiado- pero también para comprar la prensa, que es (como el tabaco) una cuestión de primera necesidad.

   Tengo pendiente, alguna vez, ser anacoreta, casi como un monje, con mis rituales que no molestan a nadie y porque no, también con mi religión que es mi yo.

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