Territorios ocupados / Paco Bailo


Por Paco Bailo

 

En esta época de locos faltaban los idiotas del horror.

Los tiempos están a punto de cambiar,
somos hijos de las estrellas y bisnietos de su majestad el dinero…

…buscando un centro de gravedad permanente.

La estación de los amores
volverá con el temor y las apuestas
y esta vez ¿cuánto durará?

Franco Battiato

    Paulatinamente, sin el más leve rumor, como florecieron los establecimientos orientales en décadas pasadas, calladamente, como los inglesismos que expulsan día a día, anuncio a anuncio, hermosos vocablos de nuestro exquisito vocabulario, ay, María (Moliner, por supuesto), como hierba discreta aupándose por huertos y alcorques tras la lluvia fina, ocupando aceras y calzadas, como las amapolas decorando las fronteras del sendero, como aumenta el número de perros por metro cúbico o los abigarrados motivos que ornan las mascarillas, han ido apareciendo por doquier… las terrazas.

     Mesas, sillas, mamparas, taburetes, toneles, anaqueles, reciclados atriles, maceteros tripa abajo, pintarrajeados barriles petrolíferos, plataformas de insólitos materiales, celosías cual rejas de confesonario, aislantes cañaverales minimalistas, erectas ristras de junquillo, hasta algún pastor eléctrico desconectado y cualquier tipo de adminículo que sirva para acotar el terreno y conseguir que sedientos paseantes practiquen la paciencia haciendo tiempo, haciendo cola, haciendo migas, haciendo puñetas, han surgido de la nada obligando a vericuetear al otro resto de habituales paseantes que pasando del tiempo, de colas, de migas y puñetas acostumbraban a disfrutar de la calma, anchura o angostura y serenidad de dichas aceras y calzadas hace no tantas jornadas.

    Observo, me enternecen, a esas parejas de ancianos, bastón y andador en ristre, al ritmo de orugas, caracoles y tortugas, con sus vértebras en irreversible curvatura conminando su mirada al suelo, intentando esquivar, rodear, circunvalar esos islotes de deseado asueto y repentina invasión, y pienso en los aguerridos descubridores, machete en mano, abriendo sendas por selváticos parajes o imaginando que aturdidos se dicen con la mirada: “mañana nos quedamos en casa, cariño, ya nos pondremos la radio”.

   Cavilo con cierta curiosidad a dónde habrán ido a parar esos centenares de vehículos que hace nada aparcaban en estos territorios ocupados o dónde aparcará ese sufrido latino repartidor de refrescos, abastecedor de barriles, botellas y brebajes, si el tacómetro de su carretilla andará batiendo records.

   Voy tachando algunas calles de mis mapas deambuladores, la edad de mis articulaciones ya no me permite andar driblando a estas delanteras, medios y defensas del nuevo y fresco equipo mobiliario urbano. Y no me arriesgo a regatear ante una barrera de perro, mascarillas y terraza para obtener un tanto en esta liga local, este es deporte para jóvenes.

    A propósito de planos recuerdo que el deambulatorio en las catedrales es ese pasaje que da acceso a las pequeñas capillas del ábside, recoletas y tranquilas, y así me siento, como un peregrino huyendo de las naves centrales de mi barrio, alejándome del coro y sus polifónicas algarabías, de la solemne celebración panteísta de la “libertad”, de las cañas y cortados que otrora me convocaban a la íntima conversación, al amistoso encuentro o al dolce far niente con el sol acariciando, dimitiendo de estas bulliciosas cofradías.

    El grillo ecologista de mi conciencia me recuerda que está bien alejar a los coches de las calles para que éstas vuelvan al pueblo mientras la hormiga memoriosa de mi conciencia me recuerda a aquel ministro que aullaba: “¡la calle es mía!” (¿se habrá reencarnado en terraza el muy ladino?) Y vuelve el grillo con que hay que recuperar tanta conversación hibernada y solidarizarse con la hostelería y la hormiga previsora con que esos huevos rotos y las dos cervezas en casa me saldrían más baratos y… oh, oh, un camarero acaba de pisar a ambos insectos. Así que de momento me quedo sin conciencia mientras busco un nuevo callejón por donde arrumbar mis pasos.

    Los tiempos están cambiando y sigo buscando ese centro de gravedad permanente, ay, Franco (Battiato, eh, no la liemos), que permita una movilidad sostenible y una serena quietud contemplativa, un equilibrio entre la hostelería y la hospitalidad, un acercamiento entre los beneficios de la banca y los gigantes tecnológicos y el nivel de extrema pobreza actual de esos más de setecientos millones de personas que tienen muchas dificultades para satisfacer lo más básico, una llegada de la estación de los amores.

    Calladamente, sin el más leve rumor, me voy a ver si encuentro otro grillo y otra hormiga con la esperanza de que las terrazas, en breve, vayan siendo los únicos territorios ocupados de este planeta.

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