Como el Titanic / Jorge Álvarez


Por Jorge Àlvarez

   Los adultos no nos podemos mover en la vida con caprichos de adolescentes pretendiendo que el mundo sea como a nosotros se nos ocurre.

   Si esto pasa, algo salió mal. O sobró o faltó un cromosoma.

     Y cuando los caprichos atraviesan el umbral del delirio y se transforman en una patología, como pasa en la política argentina hoy, podemos hablar sin temor a equivocarnos de una extraña, única simbiosis entre el fascismo y los cultores del pensamiento de Antonio Gramsci por partes iguales. ¡Menudo cóctel!

    Desde la aparición del peronismo, hace más de 70 años, el populismo llegó para quedarse. Y con él la idea, grabada a fuego por su líder Juan Domingo Perón, que éste es único partido que puede gobernar porque interpreta las necesidades de los pobres. Y los reproduce cada vez que llegó al poder.

   De esa manera su accionar, a través de los sindicatos, sembró la intolerancia y el resentimiento abonando el camino para la interrupción y destitución de gobiernos elegidos por la mayoría de los ciudadanos de otros signos políticos.

   Perón, como Franco y como Hitler era militar o sea que el disenso no estaba en los manuales en los que se formaron. Con los años comprendí que tratar de que un peronista ensaye algún tipo de autocrítica o se haga cargo de sus actos es algo similar a pretender jugar al ajedrez con una paloma. Imposible.

     En el manual del delirante se siguen varios pasos para cimentar su poder a través del pensamiento único. El primero es tener a la prensa, toda de ser posible, bajo su zapato. Por las buenas -canjeando favores y dinero por censura y autocensura- o por las malas cerrando diarios o televisión.

  Pero en el Siglo XXI hay una red social que los altera, les pone los pelos de punta porque no pueden controlar a quienes la usan: Twitter. Tratan, mediante trolls, de responder lo más rápido posible a las opiniones desacreditando a quienes las emiten y acusándolos de lo que les ordene el guión de ese día.

  Sindicatos, sindicalistas millonarios que justifican lo injustificable, prensa adicta son las tres patas en las que se apoya el gobierno. Pero para que tenga el equilibrio necesario falta una cuarta: la Justicia.

    Y que mejor entonces que obligar a jubilarse a los jueces opositores al régimen, que nombrar a otros más dóciles en su reemplazo y trasladar a fiscales. Entonces sí comienza por fin el gobierno nacional y popular.

   Nada importa a partir de ese día. Un títere gordo y entrado en años afirma mientras ríe que “no tendremos Covid porque China queda lejos” entre los aplausos y risas de un grupo de cortesanos. No es un personaje menor: es en ese momento el ministro de Salud de la República.

    Y es el encargado de velar por la salud de todos. O sea el final, a 15 meses de comenzada la pandemia, es el que usted ya se imagina: un fracaso total por culpa de los periodistas, de Twitter y de la oposición. Y hasta lo podrían acusar a usted que está leyendo esto.

   No conocen ni la vergüenza ni la moral. Desechan ofertas de compra de vacunas, de transporte y de logística para optar por realizar costosos viajes en aviones de línea de bandera, adaptados para la ocasión, hacia Rusia que despiden y reciben con una épica propia de quienes vitorean al vencedor de una batalla.

   Comienza ese día una novela eterna que nadie sabe de cuántos capítulos consta. Las vacunas elegidas tienen dos dosis, pero llega sólo la primera. El realismo mágico está a full. Por no poder justificar tener en su poder más de 3.000 dosis en su despacho para “sus amigos” renuncia el ministro de Salud. Le sucede quien le acompañaba. O sea nada cambia.

   Faltando seis días para finalizar el mes de mayo son 78.000 los muertos en un país que se desangra, no solo por el virus maldito, sino por una economía devastada por una inflación descontrolada a tal punto que la que Argentina atesora en un mes un valor superior al del año de sus vecinos Chile o Brasil.

    En este contexto se podría haber inspirado el director Fernando Trueba para realizar una segunda parte de “El sueño del mono loco” que rodara en un lejano 1989 sin saber de la existencia del actual presidente de la Argentina o lo que queda de ella.

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