Problemas de vocabulario 1 / Max Alonso


Por Max Alonso

    Marx ha muerto. No porque lo diga Nietzsche, ni ningún otro maestro de la sospecha, sino porque lo certifica la Historia.

    Las cosas son como son independientemente de cómo vengan envueltas. ‘Izquierda depresiva’, tal como la calificara José Antonio Labordeta, señalando a epígonos de los comunistas, tiene poco que ver,  por oposición,  con la ’gauchedivine’, que proliferó por Barcelona a finales del siglo pasado, y acogía a jóvenes de clase media alta, adinerados y esnobs, que pululaban por ‘Bocaccio’ y se retrataban en Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé. Esto antes de que hubieran surgido los ‘nazionalistas’, entre los que se han disuelto, que acogen en un mismo nido a camadas rancias de la derecha, republicanos  desvirtuados, oportunistas y perdidos izquierdistas, entre los que el sociólogo Jürgen Habermas ve el fascismo de izquierda, como definición de la izquierda radical.

   Por su parte en Madrid, con posterioridad, pero también en el último tercio del pasado siglo proliferó ‘La Movida’, muy alejada de ‘La Manada’, aparecida en estos tiempos y sin nada que ver, aunque parezca que son los movimientos que impregnan las décadas. Era un movimiento folklórico cultural, capitaneada entre otros pero de una forma destacada por Almodóvar, que tanto afina en el marketing, entre el descaro y la confusión, que poco a poco se diluyó y que ahora flota como un recuerdo en Malasaña y se ha aferrado a Chueca como olimpo de los homosexuales y afines, que marcan la diferencia sobrepasados  de orgullo.

    Por otra parte, en el panorama político, como una novedad de ahora,  ha surgido ‘la derecha trifálica’, caracterizada por su oposición, desde la cerrazón a la conmiseración al feminismo dominante y sorprendente, por su fuerza fatua, de finales de esta década. Agrupa a la ultraderecha fascista, caracterizada por personajes afectados por la falta de conocimientos, que parecen tener pendiente no el máster sino la reválida elemental de cuarto, junto a la derecha mítica, que les puede más el creer que el saber, y los ciudadanos de lo que llamaban regeneración y era degeneración o sillonistas y cambia cromos.

  Entre estos abundan, como especies más rurales, los que se refieren a la izquierda calificándolos de rojos, expresión totalmente anacrónica, como prueba de que por ellos no pasan los años. A veces afinan y matizan, añadiendo con su finura “de mierda”, mientras que los de la izquierda, que deberían calificarles en correspondencia de ‘azules’, lo simplifican llamándoles ‘fachas’, lo sean o no. A la hora de insultarse ambos carecen de ingenio y precisión y domina más la sal gruesa que los matices del gusto.

   Lo cierto es que los términos de ‘izquierda’ y ‘derecha’ andan superados. Los de izquierda prefieren definirse como ‘progresistas’ y con esas imprecisiones del lenguaje propias de los ‘whigs’ ingleses, que empezaron siendo liberales, cuando estaba lejos de surgir el concepto ‘neoliberales’, que en realidad es una degeneración de ‘liberales’. En España, encabezados por Esperanza Aguirre, con muy poco que ver con el liberalismo, pues a estos genuinos militantes se les caen las antiparras cuando se ven confundidos en la defensa de la libertad individual, en la vida social, económica y cultural y la limitación del Estado. Entienden el crecimiento económico salvaguardado cuando las cuentas no salen y entonces paga papá Estado, se trate de autopistas o depósitos gasísticos.

    De los progresistas se escapan los regeneracionistas, alejados de los de Joaquín Costa. Cuando tienen  que  escapar de los inmovilistas, los progresistas e ilusos se refugian en esperar que si no todo algo cambie, alejados de aquellos liberales del siglo XIX, de cuando no había surgido la socialdemocracia.

Publicado en: http://astorgaredaccion.com/

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