El chopo de Santa Engracia / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

     A la iglesia, hoy zaragozana y oscense durante ocho siglos, de Santa Engracia le ha salido un chopo. Literalmente.

    Si el paseante se detiene en la plaza de ese nombre y mira hacia arriba, a la torre que le queda en el lado derecho, que es el del edificio de Correos y Telégrafos, lo verá sin dificultad, porque no se recata, sino que está buscando algo que queda fuera  de la vertical del edificio. Quizá sea la luz o, acaso, humedad, porque no le baste la que acabará por arruinar la torre, si sigue subiendo, según marchan los grandes abolsamientos  y desconchones que la afean. La criatura crece día a día a ojos vistas. Cada mes está más grande y lozana, y eso que, cuando el sol cae  allí estos días, lo hace de un modo inclemente. Ya tiene dos troncos en lugar de uno solo. Las tres o cuatro ramas que había producido hace un tiempo se han convertido en una docena.

Un mundillo en la fachada

     Crea el lector que en la fachada de este preclaro monumento hay un mundo de cosas en las que muy pocos reparan. Según cómo se exponga el asunto, más parece la descripción de un bazar o de un rastro que la un precioso trabajo plateresco. Pero, hasta ahora, no había ningún árbol. Se sepa o no, que más bien es esto segundo, en la estupenda portalada discurrida por Gil Morlanes padre y Gil Morlanes hijos, según casi todos los sabios (hay quien apunta a la intervención de  Damián Forment), arreglada en el siglo XIX por Carlos Palao, hay de todo, o casi. Por ejemplo, un panal de abejas; un leoncete; un tipo muy serio con el codo derecho invertido; las dos tablas de la Ley de Moisés; la cabeza laureada de un romano que fue abuelo de Marco Antonio, el de Cleopatra; un segundo leoncete semioculto por un paño; una mujer con los ojos vendados y el tocado medio caído; una paloma con las alas desplegadas y el pico roto; una máscara vegetal, en plan Arcimboldo, que no desluciría en el más refinado carnaval veneciano; un corderico lanudo sentado sobre un libro; un clavo gigante con cabeza piramidal; un viejo ceñudo oculto y con gesto de malas pulgas; el perfil de una minúscula dama que tampoco está a la vista  y no porque mida menos de dos centímetros de anchura, que eso mide, sino porque la escondieron; cuatro lindas hojitas de hiedra; un trípode con zarpas de gran felino; y también un moro con barbas y turbante (que, en realidad, es un emperador romano)…

   Podría seguir el inventario incluyendo elementos alfanuméricos para amantes de la lectura y lo esotérico, disimulados aquí y allá: así, una fecha del siglo XVI; el imperceptible y famoso lema fernandino ‘Tanto monta’, que está repetido; las que parecen tres letras, pero son más –que se leen, pero  no se entienden-, en el cuello de un sujeto; otras tantas que empiezan bajo la garganta de uno y continúan en la de otro, pero con metros de distancia entre los dos.

   En fin, que el monumento, rodeado de vejaciones municipales en forma de profusa chatarrería y aparcaderos últimamente en aumento, todavía guarda secretillos que ni los más sabios, hasta el momento, han sabido descifrar.

Acaben con ese chopo

     A la profusión de elementos variopintos que presenta la bella fachada renacentista, que están como adorno y complemento de sus estudiadas significaciones teológicas, humanísticas y políticas, hay que añadir ahora un chopo, o álamo, como queda dicho. Si dependiese de uno, le quedaría poca vida al arbolico. El exterior de la torre de un monumento, aunque fuera menos importante que este, no es sitio adecuado para que enraíce un árbol. Imagino que la parroquia no dispone de escaleras tan altas que lleguen hasta allí arriba. Probablemente tampoco tendrá en nómina a ningún entendido en plantas que sepa cómo acabar con el vegetal, esto es, con las raíces invisibles que son la parte de su naturaleza más resistente: porque lo curioso del caso es que la planta es, en realidad, una veterana que ha rebrotado, como para demostrar que no pueden con ella quienes ya hace un tiempo pensaron que habían resuelto el asunto con una mera tala. Quizá pueda pedirse auxilio al Ayuntamiento de la ciudad, que tuvo especial apego por este lugar durante largos siglos, y que en los últimos años lo descuida grandemente  y tiene la plaza hecha un chandrío (o sea, un gran estropicio: chandrío no existe en el Diccionario)…

    Los chopos están bien en las choperas, en los parques, en las alamedas, pero no debemos permitir que estropeen el patrimonio histórico artístico. Lo mismo que ocurre con los gatos: hay sitios mucho más apropiados que un museo para hacerles felices. Como defender semejante perogrullada, o evidencia, u obviedad, me ha ganado invectivas  como supuesto enemigo de los mininos, cosa falsa del todo, espero no ganar injusta fama de arborífobo con esta denuncia del chopo intruso.

    En fin: que ustedes lo voten bien. Porque, tras el portazo británico (gesto nacionalista y populista a la vez), mucha abstención en España sería de poca ayuda.

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