Por Antonio Tausiet
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Cuando hablamos de censura, siempre nos viene a la cabeza la que ejercen los poderes públicos por motivos ideológicos sobre obras de creación y de opinión. Así, la que practicaba el franquismo contra las películas que contenían escenas de sexo o de doctrina progresista.
O la que ejerce la actual democracia cuando considera que se superan los límites marcados por la ley, como las injurias a la monarquía o la apología de la lucha armada contra el Estado.
El caso más extendido es el de la censura de facto, la que se produce por mor de las circunstancias económicas: los grandes almacenes El Corte Inglés no generan noticias negativas (conflictos laborales, intoxicaciones alimentarias), no porque no existan, sino porque son importantes proveedores de dinero a los medios de comunicación, vía publicidad.
Las creaciones y opiniones que se divulgan a través de internet son objeto también de censura, en el caso de que la empresa que provee los servicios de alojamiento decida que no son aceptables. Pero al utilizar la palabra censura estamos dando a esas empresas la categoría de instituciones públicas, esto es, de lugares propiedad de la ciudadanía, cuando es evidente que se trata de empresas privadas con ánimo de lucro, con sus accionistas y sus consejos de administración.
Se está dando un fenómeno indeseable: las personas que ejercen la sana crítica, el arte provocador o la libertad en lugares como Google o Facebook, cuando ven que alguno de los contenidos que han colocado en estas plataformas es borrado o no permitido, se quejan de censura, tomando la palabra en el sentido clásico de represión estatal. Olvidan que las cuentas gratuitas que han obtenido en esos medios son propiedad de sus accionistas; que los dirigentes de las grandes empresas de internet no son elegidos por sufragio universal; que ninguna de esas marcas es un servicio público, por más útil que sea; y que acusándoles de censores lo único que están haciendo es el ridículo, además de alimentar la falsa sensación de que los ayuntamientos, las cortes, los gobiernos, los estados, son un resquicio del pasado y han sido sustituidos por las empresas de internet.
Si bien está meridianamente claro que los que mandan hoy son los grandes empresarios por encima de los cargos electos, también lo es que ninguna corporación mediática representa a ningún colectivo ciudadano: ni para bien ni para mal. Cuando Facebook te borra el perfil por poner un rey desnudo, no te censura. Simplemente te quita lo que te había regalado con condiciones. La libertad de expresión sólo se puede exigir en un marco libre.