Por Christian González Toledo
Christian González Toledo
Cuando creíamos haberlo visto todo en materia de violencia, la tecnología de los teléfonos móviles nos permitió ver cómo se elevaba hace unos días el listón del espanto un par de metros adicionales, hasta llegar a una altura donde la pértiga de la razón no encuentra apoyos, se tambalea, se rompe y cae.
Partida en dos, ya no puede procesar lo que vemos: un hombre que habla a la cámara, un cuchillo, mucha sangre, otro hombre al fondo, inmóvil, en un ovillo. Las imágenes se cuelan directamente en la amígdala y contemplamos toda la escena desde el estupor pero también, y sobre todo, desde el miedo. Desde ese miedo ancestral que agita nuestros fantasmas primordiales: la alerta ante la sangre, el enemigo y su arma.
Cuando ese terror heredado desde los primeros tiempos se agita, la amenaza parece muy real, tan real que parece necesario procurarse un arma a su vez, o muchas. Liberator, la primera pistola fabricada con una impresora 3D, es la solución que nos propone un estudiante tejano de 25 años para conciliar mejor el sueño. Me pregunto cuántos planos de Liberator se descargaron de internet ese mismo día en el que en pantalla aparecía el hombre del cuchillo.
Para vivir en sociedad, el ser humano, desde la razón, consiguió desactivar su impulso instintivo de clasificar a sus semejantes como amigos u hostiles. Liberados del miedo a ser atacados, podemos hoy andar por la calle, ir a trabajar, hacer cola en el cine, vivir en definitiva rodeados de muchas personas sin tener que llevar una Liberator encima. Lo contrario sería como volver a esa época en la que todos éramos hostiles y la vida valía muy poco.
Sirviéndose de una impresora 3D, expertos de la Universidad de Michigan crearon recientemente una prótesis a modo de tráquea con un polímero reabsorbible por el ser humano. Con ella permitieron salvar la vida a un bebé de dos meses.
Esta es una mejor manera de usar la tecnología, me da la impresión.