De demagogias, ruedas y repeticiones / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo

Una cosa es tener ideas, otra tener una sola idea y otra muy distinta es tener mala idea. Y la conclusión más clara a la que llego es que es preferible, más sano e intelectualmente más respetable, discurrir en un mar de dudas que estar fosilizado en la certeza inamovible del dogma.

Eso sí, cuando la demagogia se va, la verdad aparece clara, nunca tiene palabras extremas. Como dicen los versos, “se quitó la túnica / y apareció desnuda toda”. Mientras tanto, mientras la demagogia permanece, el nivel de crispación, aturdimiento e inundación por palabras soltadas a borbotones, sin otro objetivo que crear cortinas de ruido y barreras de mentiras y conceptos irreconocibles, está llegando a sus máximos. Es difícil sustraerse a lo que leemos en los periódicos –cada uno a lo suyo, a sus intereses-, con tantas acusaciones, recusaciones, declaraciones teñidas de insufribles excusas impresentables. Hay un desbarajuste que nos tiene en alerta. Pero la sensación de desgobierno, de falta de rumbo, de desastre inminente, hace que los asuntos cotidianos se vayan quedando en una sombra descolorida. La verdadera liga se juega en otros escenarios, con cifras que no escapan a la mayoría de los mortales.

-¿Cuánto habéis cobrado?

-Cincuenta millones.

-¿De euros?

-No, hombre, de pesetas.

Y la carcajada del preguntón se hizo sonora más allá de su habitáculo. La demagogia, pues, deja abiertas más preguntas que respuestas. ¿Abordará el bipartidismo la imprescindible depuración de responsabilidades propias? ¿El enriquecimiento mediante el fraude tiene lugar aplicando la fábula de las moscas que acuden al panal? ¿Existe la corrupción en un sistema o es el sistema la corrupción? ¿Nada es lo que parece o, al contrario, todo es precisamente lo que parece, y de ahí este ilimitado horizonte de frustración? La pregunta relevante, de todos modos, es la que aprendimos de Cicerón: ¿hasta cuándo vamos a permitir que abusen de nuestra paciencia? ¿O es resignación? ¿O cobardía? Y, en todo caso, ¿llegará la respuesta a esa pregunta antes de que sea ya demasiado tarde?

¿La indecisión es la peor decisión? ¿Es un buen camino para el ser humano el del dinero? ¿Es la austeridad una trampa que no facilita la reducción del déficit? ¿La falta de creación de empleo es el primer problema laboral en el mundo? ¿Es la movilidad la solución para los jóvenes? ¿Avanzamos hacia una nueva proletarización? ¿Cuál es el futuro inmediato de los sindicatos? ¿Cómo explicaríamos la prima de riesgo a un niño de seis años? ¿Las personas merecen menos respeto que la prima de riesgo? ¿Qué haría si mañana recibiera una herencia de quinientos mil euros? ¿Los guardaría en un colchón? ¿Compraría una casa? ¿Invertiría en deuda soberana española?

¿Quién nos ha metido en este lío? ¿Tomó alguna decisión económica en los años de vacas gordas de la que se haya arrepentido? ¿Qué le inquietaría más, que su hijo quiera ser banquero o político? ¿Corrompe o desenmascara el poder? ¿Se ahoga uno fuera del barco? ¿Por qué las ratas abandonan las bodegas del barco? ¿Es inminente el naufragio? ¿En qué consiste el instinto de supervivencia? ¿A quién confiaría su sonrisa? ¿Equivale el rescate sin castigo (o la zanahoria sin palo) a una licencia para endeudarse sin tasa? ¿Puede un gobernador mirar a los ojos de un anciano y decirle que no hay dinero para cuidarle mientras él mismo cobra el doble que un ministro a costa de nuestros impuestos? ¿Todo poder es una conspiración permanente?

¿No está condenado al fracaso el conservadurismo y carece de sentido intentar mantener el orden existente cuando lo que necesitamos es una profunda transformación? ¿Es moralmente defendible que se aleguen criterios de rentabilidad en la aplicación de la ley de dependencia? ¿Cabe estimar en su provisión de fondos los mismos criterios ideológicos con los que se patrocinan otras partidas del gasto público?

¿Cuántos de nuestros gobernantes sufrieron la angustiosa sensación del hambre inminente? ¿Y cuántos de ellos conocen el precio de un huevo, el de un kilo de pollo o hicieron cuentas alguna vez porque ni siquiera podían pagar el autobús en el que subirse para recorrer la ciudad en busca de empleo? ¿Recuerdan haber tomado alguna vez café por la mañana en el mismo bar en el que suelen hacerlo su cocinera o su chófer? ¿Vendrá el verano y se irán a nadar sin riesgos en una piscina con los bordes de cretona y el agua de corcho? ¿Cuál será la naturaleza orgánica del mangante? ¿Verdad que, entre nosotros, no nos hacemos daño? ¿Quién resarcirá a la ciudadanía de la penuria? ¿Quién responderá ante estos niños desnutridos, los viejos abandonados, los jóvenes a los que les han asesinado el futuro? ¿No entienden que el ataque desaforado a la corrupción rival, practicado inmediatamente después de la defensa de los corruptos propios, deja bajo cero su credibilidad?

¿Puede prestar la atención y ponderación que el cargo le impone cuando un político es encausado? ¿Es obligada la dimisión de los cargos electos, por más que no sea obligada aún legalmente, desde que se produce la imputación formal, esto es, desde el momento en que el juez de instrucción le comunica el auto de imputación y le da conocimiento íntegro de las actuaciones? ¿El grupo político que no promueva la dimisión de sus imputados quedará ante la ciudadanía como un ventajista? ¿No apuran los encausados su cargo hasta las heces? ¿Para ganar votos conviene renunciar a las ideas propias y caer en discursos populistas, cual si se tratara de lobos disfrazados de corderos? ¿No fue la transición un cambio pactado? ¿No sobrevive el mismo neoliberalismo del final del franquismo implantado en el hoy sistema electoralista? ¿Es preciso, como decía Montesquieu, que el poder detenga al poder para que no se pueda abusar del poder?

¿Cómo defenderse de alguien que controla tu pensamiento, tu voluntad e, incluso, tus sueños? ¿Es característico de la imaginación encontrarse siempre al final de una época? ¿Son finales y principios, periodos de colapso y recuperación, los momentos que llamamos crisis? ¿Son aptos nuestros políticos para ocupar los cargos y puestos de responsabilidad para los que han sido elegidos? ¿Por qué nunca ha sido exigible ni estudios para ocupar cargos relevantes en el mundo de la política? ¿Somos violentos si hacemos algo para rebelarnos contra los latigazos del sistema? ¿No ha sido siempre el bárbaro el que grita y se remueve de dolor sobre su cuerpo y no el que lo apelea? ¿Por qué todo lo que sea hacer y no estar callado va a ser descrito como violencia? ¿No es mejor, por dignidad, actuar como bárbaros cuando el poder ejerce el terrorismo de estado? ¿Pueden dos alfiles de distinto color ser felices? ¿No llevan ciertos personajes viviendo mucho tiempo del cuento y para aguantar un poco más no les importa mentir? ¿No es, de hecho, lo único que saben hacer? ¿Quién recogería a la clase dirigente si se fueran del chollo politiquero?

¿Para qué queremos un rey? ¿Por qué ha de tener una corona de oro en su cabeza y yo solamente mi vieja gorra? ¿Habría que deshauciar las cámaras parlamentarias de inmediato? ¿No es la función política una suerte de paripé dialéctico partidario? ¿Echa el sistema a algunos de sus testaferros a los leones (pero poco) a sabiendas de que el grueso de la corrupta estructura quedará impoluta?

¿Soluciona algo la violencia? ¿Qué es violencia? ¿No decía nuestra María Moliner que es “cosa que se hace con brusquedad o con estraordinaria fuerza o intensidad”? ¿Es brusquedad punible gritar a un dirigente político que destruye, esto es, bruscamente la vida de los ciudadanos? ¿Está hecho el político con la fina textura del ala de la mariposa? ¿Acaso no violenta a la razón que el gobierno pida que no nos ciegue el mal dato de las cifras del paro? ¿Y decir tal barbaridad no contiene una violencia abisal? ¿No es una violación flagrante de los derechos humanos poner en la mesa las viandas con que burlaban del hambriento Sancho, en el palacio de los duques de Zaragoza, al retirarle los platos sin dejarle comer ni una miga? ¿También prometen a los parados el gobierno de la ínsula Barataria tras la triste dieta? ¿No es inicuo asegurar ante la crisis que ya se dan “señales positivas aunque no lo noten los ciudadanos”? ¿Cree el gobierno tratar además de imbéciles a esos ciudadanos? ¿Por qué los ciudadanos que condenan el sistema han de ser raíz de delincuencia y no honrados ciudadanos?

¿Serán los partidos políticos capaces de transformarse para evitar su propia desaparición? ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo? ¿Se imaginan que un día los voceros del mal se quedaran sin palabras? ¿Las personas con moderadas aspiraciones económicas tienen limitaciones que les confieren la cualidad de incapaces y mediocres? ¿Es una cuestión de dinero y opulencia la dedicación al servicio público o de concienciación e ideas? ¿No agrede el gobierno español de forma cruel al sentido común, por su obsceno convencimiento de que sus oyentes son idiotas? ¿España es un país atado a un potro de tormento histórico? ¿El silencio popular suele ser el preludio de un estallido social? ¿Este silencio rumiante, en la España de hoy, anticipa el amotinamiento del gobierno contra la población? ¿Rendirse ante la adversidad es mostrarse de su parte? ¿Corremos el riesgo de que haya un estallido social? ¿No es hacer obra civil, como en la “gran depresión”, uno de los modos de recuperar hoy la creación de empleo? ¿Es consciente el gobierno de que está sentado sobre un explosivo que se está cargando poco a poco? ¿Es que no fue más difícil pasar del franquismo a la democracia? ¿Somos una sociedad activa o un rebaño asustado? ¿Cómo vamos a eliminar la corrupción si somos incapaces de reconocerla?

¿Existe algún modelo diferente al capitalismo que funcione, o tenemos que cambiar desde dentro del mismo sistema capitalista? ¿No llevó siglos el paso del feudalismo al capitalismo? ¿Se pierden en días, y luego cuesta más tiempo recuperarlas, las conquistas que han costado gran esfuerzo en lograrlas? ¿La historia nos demuestra que se pueden dar pasos hacia atrás? ¿Los recortes en el gasto público son una excusa perfecta para privatizar y fomentar la enseñanza concertada y privada y la sanidad privada, vinculadas a entidades y particulares que se hicieron ricos en la época de Franco? ¿Podemos vivir fuera del euro? ¿Por qué gran parte de los ingresos públicos se destinan al pago de la deuda contraida? ¿Se podría dejar de pagar? ¿No es todo un robo, una estafa colosal a la ciudadanía? ¿De qué herramientas disponen los ciudadanos para empoderarse y cambiar las estructuras de poder? ¿No hay que hacer política de otra forma, dispuesta a legislar, gestionar y gobernar desde otro punto de vista para transformar esta sociedad que está tan podrida?

¿La actual crisis financiera, con un rápido ascenso de las economías emergentes de Asia y América latina y el consiguiente decrecimiento de occidente, simbolizan la decadencia de las instituciones que convirtió “al gran oeste” en el lugar puntero del mundo? ¿Son, tal vez, algunos de los síntomas de esta gran degeneración? ¿Se imaginan a un político preocupándose del bien ajeno (altruismo), aliviando el padecimiento de otros (compasión), participando afectivamente en la realidad de otra persona (empatía), siendo afable y afectuoso con los demás (amabilidad), teniendo capacidad para aguantar cosas pesadas o molestas (paciencia) y de ser consciente de los problemas con trascendencia social (sensibilidad)? ¿Para qué ir a Marte con todos los problemas que tenemos en la Tierra?

A lo mejor, al argumento de quiénes somos y de dónde venimos recurrimos cuando viajamos al espacio, un lugar en el que, se supone, están las respuestas a muchos de nuestros interrogantes. De momento, en Marte hay pedruscos. Y preguntando, preguntando, he llegado a saber que existe la ciclología o cosmología perenne, con sus estudios y su revista internacional. Dicho llanamente y según la ciencia propia, el fin de ciclo que nos aguarda ya ha sucedido otras veces, a su modo. La teoría de la rueda es la teoría de la repetición. Repetimos y repetimos. La rueda es el símbolo del cosmos, del universo circular. La historia no tiene fin. El llamado fin de la historia, correa sinfín, es otro principiar porque no hay nada nuevo, porque siempre estamos bailando “Begin the begine”. Todo está autoorganizado y vuelta a empezar. Todo está conectado y nada desaparece. El gran error del mundo moderno ha sido considerar que todo lo que no se puede oír, tocar o ver es una ilusión. Solo observamos los efectos. La convulsión actual es parte de la dinámica de la evolución. Cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse. Hay que reciclar, vivir en armonía entre nosotros y crear una cultura más ética.

¿O acaso no nos acordamos de la caída del imperio romano o la invasión de los bárbaros, por poner solo unos ejemplos? La idea del fin de ciclo se propaga cual incendio forestal. Y el cínico piensa: “Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío”. Pues ahora te jodes, cabrón.

 

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