Por Fernando Sancho
Nuestro Chamberlain particular y el riesgo del frente popular
ALEJO Vidal Quadras daba en el clavo la otra noche al definir uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta la nación en este momento. Las dudas permanentes del gobierno acerca de su legitimación para hacer que se cumplan las leyes con todo su rigor y el mandato que nuestro ordenamiento jurídico y constitucional encomienda a quien tiene la responsabilidad de gobernar.
Este hecho es demoledor para el blandibú, maricomplejines, acobardado o, simplemente, displicente, ya que los españoles no perdonan ese rasgo de debilidad en el carácter o en la gestión. Hace años, cuando José María García arrasaba con su programa deportivo nocturno, un conserje trabajaba todas las noches acompañado de la voz del periodista criticando a tirios y troyanos con su estilo peculiar. A mí me gustaba hacer un experimento de vez en cuando. Le preguntaba: ¿Qué está diciendo, que está tan cabreado? Y la respuesta siempre era la misma: “No lo sé, pero tiene dos cojones”. El español medio siempre ha mostrado admiración por esa condición de bien dotado genitalmente en relación a quienes tienen que marcar un referente de “autóritas”. Lo contrario no lo perdona.
El eurodiputado del PP ponía el dedo en la llaga en parte. El resto, hasta completar el todo, pueden ser otras cuestiones en las que prefiero no entrar ahora, pero seguramente oscuras. España se enfrenta al reto separatista y a la coacción de quienes están preparando el ambiente para las condiciones de un futuro frente popular, al igual que desde el 2002 se caldeó el ambiente para lo que llegaría dos años después: el 11M. Las contemplaciones ante sectarios intolerantes que convierten el acoso y la coacción violenta en su forma de arremeter y acobardar a los representantes de un gobierno votado por mayoría absoluta, no son sino la misma cara de la pastilla de jabón que se utiliza para suavizar a los separatistas, ante los que se transmite debilidad y cesión, sin conseguir apaciguarlos, sino, al contrario, que se muestren día tras día, más firmes y agresivos en su desafío.
Como ciudadano, siento decir que el gobierno no me transmite seguridad ni en un caso ni en otro. No me siento seguro ante la intimidación de los violentos callejeros, ni me siento seguro ante el futuro de España como nación y el mantenimiento del fundamento más esencial de nuestro orden constitucional. Las consecuencias de esta política melíflua son devastadoras: Mientras los ciudadanos que sintonizan con la oposición incrementan su crítica, cuando no odio, tus votantes te abandonan al sentirse ellos no sólo abandonados, sino absolutamente desamparados por aquellos a los que votaron para salir de un abismo económico, político, social y moral al que nos estábamos asomando.
Hoy, seguimos asomados al abismo, decepcionados, descorazonados y contemplando cómo, con pasividad pasmosa y desesperante, se permite a los intolerantes preparar el terreno para lo que pretenden conformar: Un frente popular con Psoe, IU, Amaiur, Esquerra y nacionalistas de todo pelaje, que aseguraría décadas de populismo radical bolivariano convirtiendo a España en la Venezuela europea. Décadas de precariedad con el modelo andaluz como referente. En definitiva, una catástrofe sin precedentes, con cualquier signo de oposición exterminado.
Y si este hecho (más factible de lo que puedan imaginar) se produjera, el culpable tendría, para la historia, nombres y apellidos: Nuestro Chamberlain particular.