Pío Baroja y los tertulianos de hoy / Manuel Medrano

Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

Recibo el último número de la revista “Amistad 33”, que puntualmente me envían mis buenos y cultos amigos del Club Cultural 33, y entre los contenidos encuentro un comentario que refresca mi memoria, reproduciendo lo que Pío Baroja dijo en la tertulia Nuevo Café de Levante la noche del 13 de mayo de 1904. Que fue:

 

 

“La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber: 1) los que no saben; 2) los que no quieren saber; 3) los que odian el saber; 4) los que sufren por no saber; 5) los que aparentan que saben; 6) los que triunfan sin saber, y 7) los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a sí mismos ‘políticos’ y a veces hasta ‘intelectuales’.”

Y donde se ve muy bien esta taxonomía es en las tertulias políticas televisivas y radiofónicas, cuando no se convierten en un gallinero o grupo de chimpancés alterados berreando sus opiniones. Ya se sabe, el que más chilla tiene razón y si, de paso, impide que se oiga a los demás, aún mejor.


Vemos entre los tertulianos periodistas, políticos, abogados, economistas y otros, sin que sea posible analizar bien qué les cualifica, en muchos casos, para que valga la pena oír sus opiniones. Muchos de ellos comentan que son autónomos y que perciben un dinerito por estar en la tertulia, con lo que ya sabemos que han de lucirse y dar espectáculo, ante el medio contratante y ante el público escuchante, o no les llamarán más. Otros proceden de medios de comunicación perfectamente alineados con opciones políticas, así que sería mejor que estuviesen, en su lugar, los maestros, es decir, los políticos que generan las directrices de sus programas y la estrategia y táctica de los mismos. Entre los profesionales los hay cualificados y muy competentes, y constituyen generalmente una isla en la que merece la pena tomar en cuenta la información que aportan, guste o no. Otros, por el contrario, son presentados como pertenecientes (o ejecutivos) de montajes que han creado ellos mismos para que su presencia esté justificada. Por ello, estoy pensando en firmar mis escritos como “Master del Universo”, “Especialista en Proezas” o “Faro de la Fe y Luz de los Creyentes” (ya puestos…).


Y así, entre estos habladores, tenemos a los que no saben pero salpican de adjetivos altisonantes su discurso, nimbado también de una agresividad extraordinaria. Los que no quieren saber, al menos nada de lo que les diga quien no piensa como ellos. Los que odian el saber quizá porque, repito por enésima vez, nos aproxima a la verdad que nos hace libres. Los que sufren por no saber, que se encuentran mayormente entre el público mareado al que le resulta imposible hacerse una idea clara de nada con la carajera que suele montarse. Los que aparentan que saben, en el fondo los más peligrosos, que venden certezas a cambio de emolumentos. Los que triunfan sin saber: son legión y basta con ver qué dicen sus psicodélicos currículos en sus blogs, páginas web, twitter, facebook, linkedIn, etc.; títulos universitarios que no existen, trabajos siempre vinculados a la ubre del partido/sindicato/organización social/lo que sea, empresas que no se sabe a qué se dedican, etc. Los que viven gracias a que los demás no saben, administrando la información en las dosis justas y “cortada”, no les haga daño a los españolitos/as si se la dan pura, que hay muchos ya por ahí con título universitario y demasiados con inquietudes intelectuales. Y, ya saben, estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y, a veces, hasta “intelectuales”.

Qué diferentes nuestras tertulias actuales de la del Nuevo Café de Levante, abierta por Ramón María del Valle-Inclán y en la que participaban Ignacio Zuloaga, José Augusto Martínez “Azorín”, Julio Romero de Torres, José Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Eduardo Chicharro, Federico Beltrán Masses o Rafael de Penagos, además de los hermanos Baroja. ¡Ah, claro, que esta era una tertulia literaria y artística! Vamos, cultural.

Menos mal que nos quedan oasis de inquietud intelectual, sensatez y educación exquisita, como el Club Cultural 33. Que aunque, por supuesto, tienen sus creencias,  organizan ciclos de conferencias con especialistas de nivel en los que sólo dos temas están ausentes, con gran sentido común: la política y la religión. Se trata de saber más, no de discutir.

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