Las malas lenguas / José Luís Bermejo Latre


Por José Luis Bermejo Latre
Profesor de Derecho Administrativo, Universidad de Zaragoza

Las malas lenguas

No hace falta ser filólogo, ni jurista, ni investigador científico en general, para percatarse de las lenguas que se hablan en Aragón. Para ello sólo hay que escuchar a los hablantes, tanto en su discurso como en su opinión, máxime en el caso particular de una tierra como la nuestra, donde las lenguas y hablas propias se han transmitido preponderantemente de forma oral.

 

Escuchar el discurso de los hablantes equivale a apreciar la realidad, y exige nada más que efectuar un reconocimiento sobre el terreno. En mi opinión, que es a lo máximo que puedo aspirar a expresar en estas líneas que firmo, lo que se habla en la franja oriental de Aragón es catalán, amoldado y particularizado localmente, odiado por algunos en su título oficial y en su actual connotación política nacionalista, pero catalán al fin y al cabo, como también lo es lo hablado en el delta del Ebro, en la Cerdaña, en Baleares, en la huerta de Valencia o en el Ampurdán, siempre con variaciones zonales respecto al estándar y con algunas denominaciones propias de signo local (en la Comunidad Valenciana lo llaman valenciano). En el Aragón oriental se hablan dialectos, o modalidades aragonesas del catalán o, al menos, eso es lo que yo he escuchado (aunque los sabios dudan en lo tocante a San Esteban de Litera, Azanuy, Calasanz, Alins, Fonz o Estadilla: Guillermo Fatás en Heraldo de Aragón, 19 de mayo de 2013). En cuanto al pretendido “altoaragonés”, estoy convencido de que tal lengua no existe naturalmente en forma unitaria, a pesar del esfuerzo -filológica y políticamente tan legítimo como discutible- de reducir a un estándar las hablas de cada valle pirenaico (ansotano, cheso, chistavino, panticuto, belsetano…). Este ejercicio puramente romántico, desarrollado fundamentalmente en un entorno académico y capitalino (Zaragoza), consiste en seleccionar los elementos más extraños y divergentes del castellano que presenta cada una de las hablas altoaragonesas, refundiéndolos y construyendo así una gramática y un léxico supradialectales. La nivelación de las distintas hablas altoaragonesas, facilitada por sus muchas semejanzas gramaticales, léxicas y fonéticas (también, por cierto, con el castellano), se postula como instrumento de “garantía de conservación de las hablas populares, que pueden así contrastarse con un modelo de referencia, verse reconocidas en él mediante la alfabetización y dialogar en la tensión entre lo culto y lo popular” (José Luis Aliaga en Heraldo de Aragón, 22 de mayo de 2013). Frente a este argumento opongo que los riesgos de desnaturalización y, con ello, destrucción de los ricos dialectos hablados por una minoría menor in loco, aumentan en proporción directa a la atención dedicada a la neolengua pretendida por una minoría mayor ex loco. Parafraseando la “ley (económica) de Gresham”, “la mala lengua expulsa a la buena”.

Escuchar la opinión de los hablantes requiere una práctica tan simple y democrática como poco acostumbrada en nuestro entorno político e institucional: una consulta popular con efectos jurídicos (por ejemplo, últimamente se ha practicado una en la ciudad de Zaragoza para articular, sin mucho éxito, la liberalización de los horarios comerciales promovida por el Decreto-ley 1/2013, de 9 de enero). Hay experiencias de pronunciamiento espontáneo de los hablantes tanto a título institucional como a título ciudadano, sin que puedan tomarse como referencias exclusivas, únicas ni definitivas para la decisión en el plano normativa acerca de la denominación lingüística. La primera se remonta al pasado remoto, y en concreto a la firma en 1984 de la “Declaración de Mequinenza” por parte del entonces representante del Gobierno autonómico y los alcaldes de 17 ayuntamientos de la franja Oriental de Aragón (Arén, Benabarre, Bonansa, Montanuy, Puente de Montañana, Tolva, Zaidín, Fraga, Torrente de Cinca, Mequinenza, Nonaspe, Fabara, Calaceite, Valderrobres, La Codoñera y Valjunquera). En este documento reconocieron la lengua del Aragón oriental como catalana y afirmaron la validez de la gramática catalana como base para una necesaria normalización sin menosprecio de las particularidades lingüísticas zonales, e impulsaron la enseñanza del catalán normalizado en los centros de enseñanza de ciertos municipios en función de su demanda. La segunda es diametralmente opuesta y más reciente, y se expresa en la constitución en 2008 de la “Plataforma Aragonesa No Hablamos Catalán”, integrada por 59 entidades entre las que se cuentan el Rolde Choben del PAR y otros partidos muy minoritarios, y varias asociaciones y entidades aragonesas (y foráneas) de carácter vecinal y cultural e implantación local mayoritariamente en el Aragón oriental (particularmente, la FACAO), y, sorprendentemente, el Ayuntamiento de La Codoñera (que hace cinco lustros opinaba justo lo contrario). Esta Plataforma se inclina por llamar aragonés oriental (orienaragonés, catalanoaragonés y otras denominaciones según la localidad en donde se habla) al conjunto de modalidades lingüísticas habladas en la zona de referencia, y propone esta denominación histórico-social –que no filológica- como fundamento para una protección de la riqueza lingüística aragonesa.

El Legislador aragonés, sin embargo, ha renunciado tradicionalmente a los ejercicios propuestos, obstinándose en promover–y culminar- una regulación tachada por el mismo defecto originario: la opción por una denominación políticamente tendenciosa y alejada de la realidad o, cuando menos, del sentir general de los hablantes. Así pues, a los efectos de la ley de 2009 (patrocinada por el PSOE y la CHA) existieron en Aragón tres lenguas: (i) castellano (ii) catalán (iii) aragonés. A los efectos de la ley de 2013 (patrocinada por el PP y el PAR) existen en Aragón tres lenguas: (i) castellano con modalidades y variantes locales (ii) lengua aragonesa propia del área oriental, con varias modalidades (iii) lengua aragonesa propia de las áreas pirenaica y prepirenaica, con varias modalidades (en este último caso, y simplificando las definiciones, las lenguas serían el castellano, aragonés oriental y el altoaragonés). Por cierto, y aunque en la Ley no figuran expresamente los chistosos acrónimos LAPAO-LAPAPyP, lo que sí figura literalmente es casi más ridículo y vergonzante (más bien, avergonzado, pues trasluce la renuencia del Legislador aragonés a elegir un solo término para denominar a la lenguas habladas en Aragón, recurriendo a las citadas perífrasis. Por ejemplo, si bien el castellano se define en la Constitución como “lengua española oficial del Estado”, la Constitución no renuncia a denominarlo como castellano, a reconocerle su nombre oficial (que, además, coincide con el nombre filológico).

Pues bien, ninguna de las dos normas (2009, 2013) ha sido precedida de un proceso participativo expreso y formal, y ninguna de las dos se atiene a la realidad poliédrica, rica y compleja, que presenta la diversidad lingüística de las zonas septentrionales y orientales de la Comunidad Autónoma. Entre reflejar la voluntad de los hablantes, el canon filológico o la diversidad ideológica de los partidos, las leyes de lenguas en Aragón han optado por lo último. El resultado de esta prolongación al espacio lingüístico de la pelea partidista es que no existe un discurso oficial tajante y lúcido acerca de lo que se habla en Aragón. O que, sabiendo lo que se habla, se tiene una mala conciencia sobre ello y se renuncia a expresarlo legalmente. En todo caso, las lenguas minoritarias y/o territoriales de Aragón son un patrimonio de enorme valor. Tan valiosas son –cualitativamente- las modalidades aragonesas del catalán respecto de éste como lo es éste –siempre cualitativamente- respecto del castellano. Tan valiosas son las hablas altoaragonesas, con su sonido arcaizante, rural y popular, como para no desdibujarlas y pseudooficializarlas en un koiné o batua impropio de una Comunidad que se jacta de su aperturismo y modernidad. Conservarlas y protegerlas pasa por estudiarlas a fondo pero individualizadamente, por fomentar la creación artística y literaria basada en ellas, e incluso por enseñarlas a quien desee aprenderlas.

Al final, las lenguas en Aragón seguirán cumpliendo sus funciones típicas: la principal es comunicar a las personas, y las accesorias, expresar riquezas culturales e identidades colectivas. No hay buenas o malas lenguas, pero sí pueden convertirse en mejores y peores si se altera el orden natural de las funciones que están llamadas a desempeñar.

Artículos relacionados :