Las caras de siempre / Jorge Álvarez


Por Jorge Álvarez

Las Repúblicas eligen un sistema de gobierno entre un menú que incluye a la monarquía o al sistema parlamentario. Queda como opción la democracia. Y esta última es la que la Argentina eligió para sí. Pero a medias. Sí porque como todos sabemos, desde la escuela primaria, que el pueblo no gobierna ni delibera sino lo hace a través de las autoridades elegidas a través del voto.

Es un sistema de gobierno maravilloso salvo cuando se lo priva de la alternancia y quienes son elegidos creen que es para siempre. E intentan aferrarse al cargo. Pero lo grave es cuando aparece el nepotismo que transforma al empleado público que ejerce un cargo a «heredarlo» a su prole. No importa la capacidad, la educación o la idoneidad y todo queda circunscripto al parentesco.
La familia entonces, se puede definir como un grupo de personas que comparten vínculos de convivencia o de connivencia (confabulación, acuerdo entre varios para cometer un delito o una acción ilícita) consanguinidad, parentesco y afectos. ¿Será porque nos enseñaron en la escuela que la familia es la célula primera y vital de la sociedad?
Este fenómeno no es nuevo. Cíclicamente se repite cada 2 o 4 años. Irrumpen en las listas de los partidos las esposas, ex esposas, amantes, hijos, hermanos, primos, suegros, yernos y hasta cuñados de los políticos en pos de un cargo. Las primarias abiertas simultáneas y obligatorias de agosto próximo son un muestrario pornográfico de ello. Sería interesante dar una mirada a los países monárquicos. Allí cuando los reyes tenían un imbécil en la familia, lejos de exponerlo lo ocultaban de sus súbditos. ¿No habrá llegado el momento de apostar por los mejores preparados para la función pública en la Argentina? Y parece que no.

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