Por María Dubón
Son relaciones epidérmicas, sin ocasión para verse, para hablar o para tocarse. No hay tiempo.
La vida frenética lo arrasa todo. Cuando se coincide en la cena o el fin de semana, el otro es un desconocido sentado a la mesa, alguien por quien ya no queda ni curiosidad. Ocios divergentes. Vidas paralelas. Noches rara vez convergentes. Conversaciones lánguidas. Un futuro hipotecado por el banco. El incordio de unos niños que son lastre. El móvil suena y le pone una música horrísona a la soledad, porque incluso los amigos son virtuales en este mundo absurdo y loco. El amor asesinado por el tedio y la desidia. La chispa extinguida. La esperanza agotada. Las ilusiones rotas. Cada día que pasa es otra vuelta de tuerca que rompe los planes de felicidad. ¡Felicidad! Como si alguien supiera qué es eso.