Tiempo / Christian G. Toledo

 


Por Christian G. Toledo

   El sol nace en Fukushima sin que nadie quiera verlo. Asoma humilde e ingenuo, calentando sin saberlo partículas atómicas, preguntándose dónde está todo el mundo.

   Gadaffi en su jaima, rodeado de tuaregs de espadas imposibles, duerme el sueño del tirano.

    En el ciberespacio de facebook alguien ha creado el grupo de mi generación del colegio.

   Han colgado una foto del año 81, en la que aparecen varios niños mirando a la cámara desde un mundo de papel.

   Esa fotografía, convertida por arte de magia en un puñado de píxeles, ya no amarilleará jamás.

   Intento reconocerme en ese chaval con la camisa azul y el pelo revuelto, pero sólo acierto a murmurar el verso de Gil de Biedma.

    “Ahora que de casi todo hace ya veinte años”

    Mientras el sol de Fukushima vuelve a ocultarse sin comprender nada, llenando de sombra los cadáveres de los operarios de la central nuclear, mientras las bombas de Gadaffi martillean el cielo Libio, yo regreso del castillo de Púbol, regalo de Dalí a su musa, convencido de que sólo las cosas hermosas trascienden y dan sentido al tiempo que hemos perdido.

   La serenidad de espíritu y la generosidad del pueblo japonés quedará siempre como una luz en la noche del recuerdo.

   Pero Gadaffi será sólo uno de aquellos hombres que, como dijo el Dalai Lama, viven como si nunca fuesen a morir y mueren como si nunca hubiesen vivido.

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