Por Jorge Álvarez Pieroni
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La prensa argentina vive momentos de angustia. Aunque resiste a pie firme los embates totalitarios de sindicalistas devenidos en Mesías ante la total indiferencia del Gobierno la apuesta por silenciar a medios de prensa cobra una singular virulencia en un año electoral.
Llega a tal extremo la locura que el titular de la Central de Trabajadores de la Argentina, investigado por lavado de dinero por la Justicia de Suiza, llegó a amenazar en público a todos aquellos medios que se hagan eco de esas «denuncias falsas y que hablen mal de él».
A la asfixia que sufren sectores «opositores», opositor es todo aquel que no alabe la obra de quienes detentan el poder, por el retaceo de la pauta de publicidad oficial se suman, y por quinta vez desde hace un año, los bloqueos por parte de una patota de energúmenos que sufren las plantas de distribución de los diarios Clarín y La Nación. Instalados a sus puertas impiden la salida de las ediciones de esos periódicos y con ello impiden también que el producto que denostan llegue a manos de sus lectores.
El matutino Clarín salió a la calle el día siguiente a esta barbarie con su portada en blanco como protesta por la censura encubierta. ¿Y la Policía? Bien gracias. Un escuadrón esperó vanamente recibir órdenes de una autoridad del Gobierno de identificar y de detener a los «demócratas» que formaban el piquete. ¿Y la Justicia? Bien gracias. Las órdenes emanadas por los jueces para impedir este tipo de acciones nunca fueron cumplidas por las autoridades. Entonces el combo de estupidez es de una peligrosidad extrema porque no sólo ataca a periodistas y diarios, sino que corroe los cimientos en los que se debe asentar toda democracia.