¡Es la política, estúpidos! / José Luis Bermejo


Por José Luis Bemejo Latre
Profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Zaragoza

 

   Con el célebre eslogan The economy, stupid! James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña presidencial de 1992, consiguió enervar el esperado éxito electoral de George Bush I, resituando la atención del electorado estadounidense desde los logros en política internacional hacia las carencias económicas del país.

    Una década después, en puertas de un proceso electoral mucho menos relevante que aquél e inmersos en una depauperada situación económica, algún James Carville local debería increparnos recordando que “es la política, estúpidos”, el origen de nuestros problemas sociales, y no tanto la economía. Tanto por la degeneración –por desidia colectiva- de la democracia como forma de convivencia, como por la delirante organización institucional, y, por supuesto, por las disfunciones en el ejercicio cotidiano del poder público (sus viciosas artes e incomprensibles prácticas).

   La política caracteriza a la economía, la sociedad e incluso la geografía, y no a la inversa. De modo que construyendo una política reflexiva y equilibrada, podemos influir en la más afortunada modelización de la economía, de la sociedad y también de la geografía. Una economía más eficaz y eficiente requiere una adecuada valoración de los recursos, barreras legales para que los precios no incorporen componentes especulativos, acceso limitado al crédito, seguridad contable y fiscalidad inteligente, buenas oportunidades de consumo e inversión privada y opciones óptimas de consumo e inversión colectiva y, finalmente, un empleo adecuado de los recursos públicos.

    Conectando con la última de las afirmaciones, una sociedad más justa exige una adecuada priorización de las preocupaciones colectivas, una propuesta de valores de convivencia sólida y compartida, igualdad real de oportunidades y una buena dotación de servicios esenciales de interés general, así como un esquema de responsabilidad de los cargos públicos por su gestión.

   Finalmente, y a riesgo de exagerar con el argumento, una geografía más apropiada impone modelar el territorio no tanto para la cantidad como para la calidad de vida. En otras palabras, hay que apostar por una planificación urbanística sostenible y no consuntiva; una definición realista y útil de los espacios territoriales de gobierno y gestión, una colocación óptima de las infraestructuras en el territorio.

   Todo lo dicho se consigue con una política atenta a los problemas reales, concertada entre los interesados y orientada por una intelectualidad neutral. Ahora que está de moda la física nuclear, cabe metaforizar que, añadiendo neutrones a los elementos químicos es posible convertirlos en isótopos más energéticos: se puede enriquecer la materia sin deformarla, añadiéndole más materia pero sin carga.

   Volviendo a la cuestión, nuestro sistema político actual sigue girando en torno al protagonismo de los partidos y de sus intereses, entre otras cosas porque constitucionalmente así está pretendido. Aparte de las dañinas pugnas partidistas que consumen energía de nuestros representantes institucionales, hay que lamentar que las cuestiones de interés general sean sólo contempladas a través del prisma de cada uno de los partidos. El electoralismo es la fuerza motriz de los partidos políticos, fuerza que es rápidamente trasladada a las instituciones de gobierno por medio de los resortes mecánicos del poder.

     “Es la política, estúpidos”, la que se ha mercantilizado y laboralizado, y no el mercado o la sociedad la que está politizada. Ojalá fuera así, pero no lo es.

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