Por Guillermo Fatás.
Publicado en http://www.heraldo.es
La ministra de cultura Ángeles González-Sinde es autora de trabajos cinematográficos estimables. `La suerte dormida´, que dirigió y escribió, es uno de los primeros, muy bien servido por Adriana Ozores. `Una palabra tuya´ obtuvo un premio en Nantes.
En su debe, por el contrario, se puede computar `Mentiras y gordas´, cinta de Alfonso Albacete de la que fue coguionista. La pieza (2009), con pretextos sociológicos, se ideó como antología morbosa de la sordidez juvenil (también hay jóvenes sórdidos), con una astuta mezcla de ingredientes taquilleros. Sorprendió que el Ministerio le adjudicase en 2010 un millón de euros, pues parecía que Sinde retribuía con dinero público al productor de Sinde. Se hizo todo según la ley, como era de rigor, pero llamó la atención.
Sin embargo, la obra de González-Sinde con más espectadores es la que interpreta como ministra del Gobierno de España. Como no ha sabido o querido desvincularse de su mundillo de origen, más que de Cultura parece ministra de cinematografía y derechos de autor de músicos y cantantes, pues al exterior han trascendido sobre todo las polémicas que la afectan en relación con la Academia de Cine y con el cobro del llamado `canon digital´, asunto que no ha sabido embridar hasta el momento.
Eso ha obrado en detrimento de lo que debería ser la correcta imagen del más alto responsable político de la administración cultural en España. Uno de los factores que llevan a considerarlo departamento de escasa monta es la fugacidad de sus titulares. El presidente Rodríguez Zapatero, en apenas siete años, lleva nombrados tres, quizá para igualar la marca de José María Aznar.
Y otro factor de minusvalía para el Ministerio es una afirmación común, pero inveraz: la de que carece de competencias, por hallarse transferidas a las comunidades autónomas. No es cierto. Del Ministerio de Cultura dependen bienes que ni se han transferido ni se deben transferir, como –a título de ejemplo- el Museo del Prado, el Thyssen-Bornemisza (cuyo patronato preside), la Biblioteca Nacional, el Museo Reina Sofía, la cueva de Altamira, el Archivo de Indias, el General de Simancas, el Histórico Nacional… Y asimismo el Archivo de la corona de Aragón.
Nuestros Archivos Nacionales son fantásticamente importantes, de una riqueza deslumbrante. Los españoles, en general, no tienen ni idea de lo que son y significan, y en eso incluyo a unas cuantas autoridades de primer orden. Así, el Archivo de Simancas, obra de Carlos I y Felipe II, está cerquita de Valladolid, en un edificio extraordinario, obra nada menos que de Juan de Herrera, y custodia una masa documental que va desde los Reyes Católicos hasta la muerte de Fernando VII. El de Indias, en Sevilla, guarda millones de páginas sobre nuestra America, Filipinas y otros territorios de ultramar, desde 1480 hasta el Desastre de 1898. Por descontado que ni la Junta de Castilla y León ni la Junta de Andalucía entorpecen en nada el funcionamiento de esas formidables colecciones, en cuyos respectivos patronatos, todos ellos ahora presididos por Ángeles González-Sinde, cooperan sin dificultad desde su creación.
El de la Corona de Aragón (ACA), con sede en Barcelona, dispone de un patronato inerte, yerto, fósil, cuya presidenta es precisamente la ministra, que no lo convoca. Pregunta por el senador aragonés Gustavo Alcalde, responsable que el Archivo funciona estupendamente. En tal caso, ¿para qué existe el patronato?
La respuesta es que, frente a los pujos del particularismo nacionalista catalán, con ese patronato se quiso manifestar que Aragón, Cataluña, Baleares y Valencia son, en tanto que comunidades españolas, las herederas simbólicas y conjuntas de ese precioso legado de sus soberanos comunes. El patronato de ACA debería ser un símbolo político y un lugar de cohesión. Pero la ministra no se atreve a darle vida. E, interpelada por ello, ha vuelto a optar, como en su trabajo más flojo, por mentiras y gordas.