La “colaboración” del público


Por Germán Oppelli

   En pleno auge de las compañías de revista y variedades, era imprescindible la presencia de alguna de sus artistas paseando su exuberante belleza por el patio de butacas, a la vez que dialogaban con el respetable.

  Eran vedetes elegantes, normalmente primeras figuras que daban lugar a pícaras anécdotas. Les cuento la ocurrida en un teatro madrileño -cierta, al parecer-, en que una de ellas, vestida de cigarrera, pregonaba, cantando, su mercancía: “Lo llevo, rubio; lo llevo, negro”. Al instante, sonó una potente voz: “A mí… con que lo lleves limpio, me vale”.

  Esta costumbre se fue extendiendo y se hacía cada vez más vulgar. Y hasta molesta, por qué no decirlo. En el repertorio había muy poca variación y el calvo era “el de la frente prolongada”. Y las correspondientes preguntas venían referidas a las dotes amatorias, a la frecuencia en las mismas, al tamaño… Con la desaparición total de estos géneros y el cierre de teatros y salas dedicadas a estos menesteres, ay, se acabó lo que se deba. Sin embargo, amigos lectores, ¡ahí me duele!

  En el circo esta rutina era tímida y se limitaba a pedir al espectador que comprobara la veracidad de barras y pesas, aparatos de magia o a sostener la cuerda donde los augustos colgaban su colada, pero “petit” a “petit” se les ha ido soltando el pelo. Ahora vale todo en el espectáculo.

  Como esos payasos circenses que echan agua, intencionadamente, a los espectadores. O esos lengüetazos a un desatascador por donde el “gracioso” de turno dice que es una piruleta. O ese público que permanece de pie en el escenario, mientras los actores dialogan sentados tranquilamente en el patio de butacas. O esas máquinas que “transforman” hombres en mujeres…

  Y todo esto entre el recochineo de la “peña”, aliviados de no haber sido las víctimas y de haber pagado la entrada. Pero cuidado, cuidado. Que las cañas se pueden volver lanzas en cualquier momento. Un delgado hilo separa la jocosidad del abucheo, el aplauso de la bronca, el interés de la indiferencia.

  Ya lo dice el refrán: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…” 

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