Un rey con poca sustancia


Por Javier López Clemente

     Las televisiones emitieron el martes 31 de octubre de 2023 una situación absolutamente teatral. La Princesa Leonor cumplía 18 años y juraba acatar la Constitución en la sede de las Cortes Generales.

    Un requisito imprescindible para convertirse en la futura Reina de España. Las más altas autoridades del Estado, buena parte de los representantes electos del pueblo español y los actuales reyes de España que también acudían en condición de padres, testigos y espectadores. Las ausencias más notables fueron sus abuelos doña Sofía y el rey emérito don Juan Carlos I que, apartados por su heredero de la Casa Real, tuvieron que ver el acto por televisión, relegados al mismo nivel que los ciudadanos de a pie. Una dura experiencia para un monarca que artículo 56 de la Constitución define como una persona inviolable que no está sujeta a responsabilidad.

     Iñigo Domínguez escribió algunos días después que en esta situación tan dramática nos toca la parte más fácil de la representación: aparentar normalidad. Lo realmente difícil es la trágica deriva de la familia real y tal vez por eso, como recuerda Ramón Fontseré en La Crónica de Badajoz, la vida de nuestros Borbones se merece la obra de un gran dramaturgo como Shakespeare o Moliere para certificar la inercia histórica en la que vivimos y así, liberados por la ficción, tal vez encontremos una solución a semejante asunto.

   Albert Boadella y Ramón Fontseré afirman que se han acercado a la figura de Juan Carlos I de un modo shakesperiano. Alejados de la tragedia o la comedia han escrito lo que Sobradillo Domínguez define como «cronicle plays». Un drama histórico para poner énfasis en el aspecto público del personaje y la difícil relación que se genera entre el monarca y los ciudadanos cuando el rey no cumple con los que se espera de su alta condición. En este caso unas cuantas salidas de tono y un sarpullido a la hora de pagar impuestos.

    Boadella afirma en el programa de mano que no nos encontramos ante un ejercicio de sátira que caracterizó el pasado de Els Joglars con numerosos éxitos. En este caso se acude a la ironía y el humor para aguijonear los vicios y las costumbres del personaje, con la pretensión de “ofrecer un retrato regio más cercano a la realidad”. El resultado final se aleja de ese objetivo.

    Paul Preston, hispanista y biógrafo del rey Juan Carlos I, sintetiza la vida del monarca en tres partes. La primera es una niñez horrible caracterizada por sus primeros años de exilio y «vendido en la esclavitud por su padre» cuando entregó su educación a las manos de Franco para moldearlo como heredero al trono. Desde finales de los setenta a mediados de los ochenta le reconoce un periodo glorioso como «bombero de la democracia y una contribución admirable en el proceso democratizador del país». La tercera parte es la decadencia y «su avidez por el dinero», quien sabe si como el reflejo de lo que no tuvo en su niñez y adolescencia; y esa idea irrealista de querer separase de Doña Sofía para casarse con Corinna. Preston defiende que su actitud final puede manchar lo bueno que hizo, pero no puede borrarlo. De alguna manera la dramaturgia de la función se construye sobre estos tres pilares históricos.

     ‘El rey que fue’ comienza con un tono que se prolonga en exceso a lo largo de gran parte de la representación. La peripecia juega a confundir la realidad histórica con la comedia, pero lo hace de una manera muy esquemática, con un humor de brocha gorda que convierte al monarca en una caricatura campechana para surfear chistecillos baratos y lugares comunes del estilo saben aquel que iba un putero, un mujeriego y un tontolaba. De esta guisa el ambiente se carga de un olorcillo a chascarrillo de medio pelo con escasos aditamentos y servido tan crudo como que era suficiente citar a Sofi, Leticia o Corina para que surjan algunas carcajadas. Esta parte inicial es tan infumable que hace naufragar el resto de la función en la que destacan algunos momentos.

    La escenografía permite situar a los personajes en un espacio cómico donde el vaivén de la marea condiciona los movimientos de los personajes con su puntito de gracia, y permite a la narración que una tormenta derrumbe todo el edifico monárquico con un final muy estético pero con la pretensión de mostrar a un rey defenestrado con fuerzas suficientes para sacar pecho. Un final que busca lo heroico y se queda en patético.

    Las situaciones más interesantes de la función se producen cuando el monarca saca a pasear sus recuerdos. El primero es un potente alegato sobre su infancia, y el papel de su padre utilizando a un crío como moneda de cambio para que la dinastía de los Borbones recuperara el trono y su posición en la historia de España. El dolor de ese niño abandonado en manos del dictador Franco tiene el efecto de convertirse en el germen de un cierto amor hacia la figura paterna que lo educó. Una situación ideal para que surja la tragedia que mezcla lo histórico con lo personal. El segundo momento de interés lo encontramos cuando el rey emérito, para mayor gloria del vestuario, se convierte en el otrora monarca que saboreó el verdadero significado de tener el poder absoluto en sus manos durante el tiempo que transcurrió entre su nombramiento como Jefe del Estado y arrancar la maquinaria de la transición hacia una monarquía parlamentaria.

    «El rey que fue» es una ocasión perdida para ahondar en el mundo interior y personal del protagonista hasta situarlo en un espectro más amplio: una comicidad más elaborada, un discurso con la capacidad para generar debate en torno a su figura política, preguntarnos las maneras en las que el tiempo ha deteriorado su relaciones personales, y qué nivel de influencia han tenido todos estos factores en como lo percibe la sociedad, desde los que todavía sienten aprecio y admiración por su figura, hasta los que muestran el mayor de los desprecios, o los que diferencian su rol histórico e institucional de las cuestiones crematísticas y amorosas. Todo este potente material dramático pasa inadvertido en una función que no termina de explotar ni por el lado del humor, ni por el drama.

   El error primordial de la dramaturgia es elegir una senda insulsa en la que la figura del protagonista va perdiendo interés con las mil cositas que suceden sin pizca de gracia para terminar idealizando el personaje histórico, al mismo tiempo que se hecha por la borda un discurso esencialmente teatral que mezcle al rey y al abuelo con el papel menor al que lo expulsa su hijo y heredero en los planos institucional y familiar.

    Por encima de todas estas consideraciones hay que subrayar al fabuloso Ramón Fontseré transformándose en la figura del rey emérito y moverse entre la campechanía y el rictus oscuro. Un trabajo actoral excepcional que no es suficiente para salvar una función sin sustancia.
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‘El rey que fue’

Compañía y espacio escénico: Els Joglars. Dramaturgia: Albert Boadella y Ramón Fontseré. Dirección artística: Albert Boadella. Ayudante de dirección: Alberto Castrillo-Ferrer. Reparto: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Martí Salvat, Bruno López – Linares y  Javier Villena.

Teatro Principal. Noviembre 2023.

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