Una adaptación formal que evita lo esencial


Por Javier Clemente

     “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos” La primera frase de ‘La ridícula idea de no volver a verte’ de Rosa Montero es demoledora.

    Nos encontramos ante un libro híbrido que va más allá del análisis del comportamiento humano frente el duelo que provoca la muerte, también es un viaje a la vida y a la forma que cada uno elige vivirla.

    Rosa Montero disecciona la vida de Marie Curie porque quiere contarnos la suya, por eso se aplica la fórmula que explica ese lapsus de tiempo que va de la cuna a la tumba: Se trata de narrar, de inventar un cuento que se escribe cada día, de usar la imaginación para construir y completar el pasado hasta conseguir que el caos de la vida parezca tener sentido. Es un ejercicio complicado porque, como confiesa la autora, hay dolores indecibles, penas que no te dejan hablar, que puede volverte loco. Eso fue lo que le pasó a Marie Curie tras la muerte de su marido, y es ahí donde nace el conflicto del libro, de cómo la científica aúlla su duelo mientras la escritora se tomó un trance similar “como una enfermedad de la que había que curarse cuanto antes”.

    Rosa Montero bucea en la biografía de Maire Curie para entender su comportamiento, capturar la fortaleza de su carácter, y transformar el sufrimiento en una belleza que se empeña en busca la luz en la negrura hasta encontrar un sentido al mal y al dolor. En realidad a Rosa Montero le gustaría cruzar la calle, la ciudad, el continente o el universo y encontrarse con Marie Curie, mirarla a los ojos y hablar con ella hasta desentrañar toda su complejidad. Pero como eso es imposible, la escritora construye el relato mediante algunas fotografías, el diario que escribió Curie durante el primer año de duelo y un montón de información bibliográfica con la que fijar una interpretación y así, trazar un paralelismo entre su vida y las palabras de Marie Curie.

    Mientras que en 2019 Eugenio Amaya hizo una adaptación en forma de monólogo, Alfonso Desentre pone sobre el escenario a las dos protagonistas del relato, las ancla en planos diferentes para hacerlas prisioneras de un lenguaje esencialmente discursivo. Esta manera de contar la historia respeta la construcción formal de la novela que separa con claridad las divagaciones de la escritora de las palabras de científica. Sin embargo, en el transcurso de la representación tuve la sensación de asistir a una ocasión perdida que dejaba escapar la oportunidad para construir la conversación latente que recorre todas las páginas del libro porque, más allá de la literalidad y los aspectos formales, la adaptación no se preocupa de suministrar información biográfica sobre Curie, un detalle fundamental para captar la esencia del libro con respecto a la forma de enfrentarse al duelo porque, conocer la fuerte personalidad física e intelectual de la primera mujer que obtuvo el Nobel, redimensiona su comportamiento ante una tragedia a la que se enfrentó convirtiendo su dolor en “aullido”

    El desarrollo de la función no consigue generar tensión entre los dos espacios narrativos que se muestran en escena. Una carencia que se puede resumir en dos características a la hora de afrontar la dirección de actores. La primera es un empeño constante en subrayar el texto mediante gestos añadidos que, lejos de afianzar la corporeidad o la construcción psicológica de los personajes, tan solo dejan a la vista una arquitectura dramática donde la oralidad y los movimientos se generan mediante una actitud forzada y poco creíble que nos aleja de la peripecia. El segundo es una dicción marcada por una afectación sobreactuada. Las palabras brotan muy alejadas de la naturalidad que pide un texto que quiere provocar sensación de empatía hacia quien muestras sus sentimientos con una sinceridad sin tapujos. Este tipo de interpretación se reproduce a dos escalas diferentes, siendo mucho más intensa en el personaje de Curie

      La dirección confunde la intensidad de los sentimientos de Curie con los gemidos de una partitura que a ritmo de negras marca el ritmo del dolor mediante la repetición de hipos y silencios sincronizados con los verbos. Esta técnica se repite en cada frase dejando el peso de la tragedia en las cuerdas vocales y así, la  avalancha de palabras llega sin densidad, sin la profundidad que nace en las entrañas. El armazón de afectación que cubre al personaje es tan estruendoso que es imposible conectar con cualquier tipo de emoción.

     Interpretar a Rosa Montero es un reto mayúsculo porque, más allá de las herramientas propias del oficio de actor para construir una ficción que haga olvidar a la persona real, en este caso hay que trasladar al escenario la sensación de intimidad que se consigue con la lectura del libro. A lo largo de las páginas sientes la experiencia física de participar de una charla donde los pensamientos discurren con la espontaneidad propia del deleite. La impronta que la dirección imprime en esta interpretación es de menor intensidad, y quizás nace con la intención de mostrar una diferencia de tono en los personajes para provocar tensión dramática, o simplemente es la herramienta que pone de manifiesto las diferentes personalidades de las protagonistas. En cualquier caso, el peligro está en convertir un discurso íntimo y amigable en una conferencia de aires didácticos que impida empatizar con la narradora de los hechos. Este riesgo sobrevuela constantemente la acción que, sin alcanzar un tono natural, poco a poco deriva hacia un lugar que pretende hacer más evidente la pena, y para ese viaje, también se utilizan las herramientas a las que me he referido en el párrafo anterior.

     De esta manera, la acción que empezó en espacios paralelos, llega un momento en el que se cruzan para hacer el recorrido inverso, mientras la pena de Curie se diluye, la de Montero aumenta. Este cambio narrativo está lastrado por una precipitación que nos arrastra hasta un final con aspiraciones de ser feliz, pero  que tan solo  se diluye en un baile breve, soso y deshilachado.

    El tramo final de la función se apoya en un pasaje de la novela en el que Rosa Montero explica uno de los cometidos del arte. La autora primero nos toca el corazón  mediante un recuerdo íntimo y personal, para a continuación confesar que eso que acabamos de leer, es el truco más antiguo que la Humanidad ha utilizado frente al horror: Usar la creatividad para “transmutar el sufrimiento en belleza” y es ahí, en ese terreno donde el arte en general, y la literatura en particular, “son armas poderosas contra el Mal y el Dolor” Eso es precisamente lo que le falta a esta función que tan solo navega por un disfraz de quejidos, lamentos y reflexiones, a los que le falta la pátina de un trabajo creativo más profundo para que sollozos, suspiros e introspección aparezcan como los frutos propios de un salto esencial, el que necesita la literatura para convertirse en acción dramática, que el truco de la narración se transforme en vida sobre el escenario.

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`La ridícula idea de no volver a verte’

Producción: Teatro Imaginario. A partir de un relato de Rosa Montero. Adaptación, puesta en escena y dirección: Alfonso Desentre. Intérpretes: María José Moreno y María José Prieto.

4 de febrero de 2023. Teatro del Mercado

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