Por Germán Oppelli
Junto con el de los trapecios y de los payasos y de los payasos, quizás el número más esperado de un buen circo es el de las fieras y el eje central es el domador.
Hay domadores que trabajan con fieras de las que es propietaria la empresa circense que contrata a un domador de renombre, tarea nada fácil pues tiene que adaptarse a la personalidad de los ejemplares. Otros domadores son contratados por las empresas con sus propios ejemplares.
Hay dos clases de doma. Algunos ponen en práctica el denominado “acto violento” (Ángel Cristo), consistente en provocar a las fieras con su fusta. Otros practican el “acto pacífico” para ahondar más en el matiz artístico de la doma (Mike Baray), y no es más fácil que el anterior o menos peligroso, pues el animal al estar más relajado puede coger desprevenido –un segundo- al domador. En mi carrera artística he presenciado (bien a pesar mío) dos percances dentro de la jaula de las fieras.
El primero fue en la ciudad de Balaguer en el circo Milán. Era la función infantil y el primer número era el de los leones. Mi compañero Henry y yo estábamos tomando un café en la puerta del circo cuando notamos que algo iba mal. El domador Zamperla terminaba su número haciendo pasar a un león por un círculo de fuego. Zamperla era un hombre corpulento que medía 1’90 de estatura con los brazos extendidos para sostener el aro, con una altura de dos metros y medio. O bien no estaba colocado en el sitio exacto o el león falló el salto. La cosa es que su zarpa acabó en la cabeza del domador. La sangre salía a borbotones. Rápidamente entraron en su auxilio y lo sacaron de la jaula, pero… con los nervios dejaron la puerta entornada. Al parecer, nadie del público se dio cuenta, porque de lo contrario hubiera empezado la desbandada. Mi compañero y yo, despacio y cado uno por un lado para no llamar la atención, nos acercamos a la puerta. Los leones estaban muy inquietos. Uno de ellos estaba al lado de la puerta. Me miraba fijamente. Yo sabía, por mi experiencia circense, que si bajaba la mirada lo tomaría por un gesto de sumisión y de momento no me atacaría. Y así fue: metí el brazo en la jaula y pude cerrar el pestillo de seguridad. Fue entonces cuando parte del público se dio cuenta del peligro que habían corrido. Este hecho, que se quiso silenciar por razones obvias, corrió como la pólvora. Nuestras actuaciones en los días sucesivos transcurrían entre ovaciones. Pienso que aunque lo hubiésemos hecho mal, igualmente nos hubieran aplaudido. Clarita, una novieta que tenía en el circo, cuando preguntaban por mí, me presentaba como si yo fuera el mismísimo Supermán. ¡Qué maja Clarita!
Soy amigo del beluario Baray, desde los años setenta en los heroicos tiempos del Afrique Circus. Todavía al día de hoy conservamos la amistad. Me llamó para decirme que hacía temporaa en el circo Holiday y que debutaban en Calatayud. Y para allá que nos fuimos mi compañera Mirian y yo. Annie, la esposa de Mike Baray, nos preparó una deliciosa comida francesa. Y con el café… las copitas.
Entonces llevaba un vistoso número mixto de leones y tigres. Kris, su tigresa favorita, notó que las órdenes no eran dadas con la firmeza de siempre y fue a por él. Es impresionante ver a tu amigo tendido en el suelo sangrando. Con celeridad, lo sacaron de allí y una vez más los nervios hicieron de las suyas: la puerta sí que la cerraron, pero con una treintena de vehículos que había en el circo, fue un espectador el que llevó a Mike en su furgoneta al hospital. Afortunadamente, tanto Zamperla como Baray, pasado un tiempo, reanudaron su trabajo. ¡Brava gente!