‘Ay, Carmela’ sigue vigente cuarenta años después


Por Javier Sánchez Clemente

    La Sala Beckett de Barcelona y El Teatro de la Abadía de Madrid andan este otoño homenajeado a Sanchis Sinisterra mediante un festival de lecturas dramatizadas, charlas, mesas redondas y el montaje de clásicos indiscutibles de la historia del teatro nacional como ‘Ay, Carmela’ y ‘Ñaque o de piojos’.

     Desconozco si es una cuestión del destino, pero el caso es que La calle 47 producciones presentó el pasado mes de octubre en el Teatro del Mercado de Zaragoza la obra ‘Ay, Carmela’ adaptada y dirigida por Alberto Castrillo-Ferrer, y protagonizada por Luis Rabanque y Laura Plano.

   La función cuenta la peripecia de dos artistas en un momento muy concreto de la guerra civil. Carmela y Paulino Variedades a lo Fino están actuando en la zona republicana hasta que por la gracia de un despiste y el avance de las fuerzas nacionales cruzan la línea del frente, caen prisioneros y los mandos nacionales bajo la dirección artística de un teniente italiano, deciden celebrar la toma de Belchite con un espectáculo de números musicales, magia y momentos cómicos. Entre el público formado por oficiales y altos mandos se encuentran algunos prisioneros de las Brigadas Internacionales que van a ser fusilados al amanecer. Una de las escenas de la función incorpora la burla explicita contra la República lo que desencadenará la tragedia. Carmela es fusilada y su espíritu oloquesea visita a un Paulino humillado y amarrado al recuerdo.

    Sanchis Sinisterra subtituló la obra «Elegía a una guerra civil» y sin embargo, en el programa de mano del estreno en el año 1987 afirmaba que la idea era mostrar como unas determinadas circunstancias bélicas reales «zarandean y hieren a los personajes en un acontecer dramático totalmente ficticio». El soporte para imaginar «la tragedia colectiva» Por eso es importante subrayar que, más allá de lecturas históricas, políticas o sociales, el protagonismo corresponde a los cómicos Carmela y Paulino y dos maneras diferentes de enfrenarse al destino: La auto humillación y la valentía.

   El acierto de la adaptación de Castrillo-Ferrer está en poner el foco en la relación entre los dos intérpretes, y hacia ese objetivo orienta las decisiones escénicas con las que ha matizado el texto original para acentuar el lado humano de la peripecia y, sin olvidar la evidente reivindicación sobre la memoria de tantos conciudadanos desaparecidos en las cunetas, apostar por un final que apela al público con la invitación a reflexionar sobre un sentimiento nacional amplio y actual. Pero antes de llegar a ese punto hagamos un recorrido por algunos de las modificaciones realizadas por Castrillo-Ferrer.

    Sanchis Sinisterra comienza la obra con una acotación muy clara. «Escenario vacío» con una vieja gramola y una bandera republicana medio quemada. Castrillo-Ferrer hace todo lo contrario situando sobre el escenario elementos de atrezo que participaran con valor narrativo en diferentes fases de la obra. Una mesa y una silla volteadas, una caja de maquillaje, un foco de teatro, una lámpara de pie y un arcón para hacer el primer guiño. Sanchis-Sinisterra utiliza la bandera republicana para cubrir la vieja gramola. Castrillo-Ferrer la mete dentro del arcón.

    La mesa va a ser un elemento esencial en el transcurso de la peripecia. Junto al aguardiente será el motor del recuerdo que lleve a Paulino a su niñez en el Seminario. Soporte para que los artistas se maquillen para la función. La consulta grotesca del doctor Tocametoda. El recurso visual en todas estas escenas es el mismo. La mesa mantiene bien juntitos a los protagonistas para potenciar la sensación de unión personal y artística hasta llegar al momento culminante de la función cuando Carmela se une al canto de los milicianos. Sanchis Sinisterra la ha situado sobre el escenario y acota una acción. «Al tiempo que abre y despliega la bandera alrededor de su cuerpo desnudo, cubierto sólo por unas grandes bragas negras. Su imagen no puede dejar de evocar la patética caricatura de una alegoría plebeya de la República.» Mientras tanto Paulino está «angustiado y falsamente jocoso» y muy preocupado porque a Carmela se le ven las tetas. Los sonidos de escena son «los propios de un fusilamiento: pasos marciales, voces de mando y una cerrada descarga de fusilería» al tiempo que «la luz se extingue, excepto una vacilante claridad sobre la figura de Carmela» La versión de Castrillo-Ferrer sitúa a Carmela sobre la mesa que se convierte en el altar de un sacrificio donde se ha eliminado por completo la simbología política. No hay desnudo ni un protagonismo especial de la bandera. La escena del fusilamiento se resuelve con una tenue luz que subraya el abrazo de Paulino y Carmela.

     Regresemos al principio de la función. La primera acotación sobre la iluminación del espacio escénico es tan sencilla como «un click enciende una triste lámpara de ensayo» En este caso Castrillo-Ferrer diseña algunas acciones que parecen una coreografía. Paulino tiene un momento tan poético como teatral. Cruza el escenario y tira del cabo de una cuerda para elevar el foco que está en el suelo. Su luz fluctúa hasta detenerse. La acción de Carmela es mucho más prosaica cuando cambia la bombilla de la lámpara de pie con ese aire cotidiano de andar por casa. Es una manera muy teatral y sencilla de marcar las diferentes personalidades de nuestros protagonistas que el texto terminará de alicatar con sus reflexiones sobre el hecho de ser artistas. Paulino tiene una actitud intelectual y con un gran sentido de la dignidad artística, que sin embargo todos percibimos de manera grotesca. Carmela tiene preocupaciones mucho más terrenales y prácticas como la poca calidad de los decorados o del vestuario

    La importante decisión de Castrillo-Ferrer de que los protagonistas hagan más acciones tiene la intención final de aumentar la comicidad que ya contiene la versión original. Veamos dos ejemplos.

    Carmela comienza el espectáculo que se ofrece a los militares cantando un pasodoble tuneado al gusto del bando nacional. Al finalizar, se queda junto a Paulino que «ordena las hojas, aclara la voz y lee con un énfasis que apenas disimula su inseguridad» un discurso de alabanza patriótica. La comicidad original se sustenta en una Carmela que permanece indiferente junto a Paulino hasta que por aquello del orden desordenado de las hojas, pasa de una alabanza al Caudillo Franco, a la lista de la compra de la compañía. Cuatro kilos de morcillas y dos pares de ligas negras. Paulino aterrado pide perdón mientras Carmela ausente se está arreglando un zapato. La versión de Castrillo-Ferrer añade un efecto cómico clásico. Paulino lee el discurso con Carmela a su lado. En cada punto y seguido en el que Paulino detiene las alabanzas a los invictos salvadores de la Patria, Carmela da por terminado el discurso y camina presurosa hacia el fondo del escenario para seguir la función. Sin embargo lo que sigue es el discurso y Carmela vuelve al lugar inicial. La secuencia se repite varias veces con el evidente disgusto de Carmela a la que el discurso se le está haciendo muy largo.

     El segundo ejemplo tiene carácter poético. Paulino «lee con rapsódica entonación» un romance que Federico de Urrutia publicó en su libro de 1938 ‘Poemas de la Falange’ En la versión original Paulino está solo en el escenario hasta que Carmela lo interrumpe después del verso que viste al Cid con la camisa azul de los falangistas. Castrillo-Ferrer opta por un número a dúo. Paulino propone que Carmela traduzca a gestos las bellas palabras del idioma español, y así los extranjeros de la sala comprenderán mejor las esencias del poema. El resultado es desternillante y su grado de patetismo es suficiente para que Castrillo-Ferrar decida acortar la velada que nos están ofreciendo, y eliminar el número del mago «Pau-li-chin» La decisión es acertada porque con todo lo que ha sucedido en el escenario el público ya tienen claro la intención del autor de mostrar a unos cómicos de humor chabacano, mediocre y vulgar. Y sin embargo los queremos.

    Hay otras muchas acciones que Castrillo-Ferrer ha incorporado para aumentar la teatralidad cómica. Me gustaron especialmente los momentos en los que Paulino juega con el atrezo para que de manera acrobática desaparezcan del escenario la silla y una escoba. La incorporación más importante de estas pequeñas acciones quizás sea la forma de incidir en la dualidad temporal de una peripecia en la que el tratamiento del tiempo es decisivo para el desarrollo de la acción dramática y así, para que todos lo tengamos claro, cuando Paulino cojea significa que Carmela está muerta.

    Pero todo este planteamiento dramático sería imposible sin el excelente trabajo actoral de Luis Rabanaque y Laura Plano. Rabanaque llena de matices el discurso de Paulino modulando sus estados de ánimo desde el tono profesional para hablar con el teniente que también es un artista, hasta el matiz de un miedo que a veces tiene que ver con la guerra, pero también con esa duda que acarrea sobre la calidad de su arte y cómo se enfrenta a los obstáculos de la vida. Ese miedo que le salva la vida pero lo dejará muerto para siempre. Laura Plano está deliciosa dibujando una Carmela carnal en el enfado, la risa y el gozo. Sus matices tienen más que ver con la gestualidad en las manos y un amplio catálogo de caras de ojos bien abiertos, boquitas de piñón y una revolera en las manos para mayor gloria de una copla desgarradora que nos cuenta la vida de una mujer más preocupada por el sufrimiento de una madre polaca, que de la ceguera ideológica a punto de fusilarla. Lo personal por encima de lo político, como en la última escena.

    La función de Sanchis Sinisterra termina con el espíritu o lo que sea de Carmela sobre el escenario. A su lado Paulino se enfrenta al teatro vacío después de la tragedia. Sin embargo Carmela puede ver a los muertos que la acompañan en su nueva situación. A los milicianos. Al polaco. A ellos se dirige con diversión. «¡Por lo menos ya sabréis decir donde habéis muerto!» La versión de Castrillo-Ferrer se decanta por un pequeño matiz que me parece definitivo. Las últimas palabras de la función se acompañan por una tenue luz de sala que hace visible al público. Carmela rompe la cuarta pared, se sitúa en el patio de butacas y cambia los destinatario de sus palabras. Ya no habla para los muertos. Carmela se dirige a los españoles de 2023 para preguntarnos si sabemos decir Belchite, Aragón y España. Quién sabe si tres nombres para tres formas de querer a un territorio: Local, autonómico y nación

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‘Ay, Carmela’

Producción: La calle 47 Producciones. Autor: José Sanchís Sinisterra. Adaptación y dirección: Alberto Castrillo-Ferrer. Intérpretes, Laura Plano y Luis Rabanaque. Asesora de movimiento: Carlota Benedí. Escenografía y atrezo, Manolo Pellicer. Espacio sonoro, David Angulo. Diseño de luces, Alejandro Gallo. Vestuario, Jesús Sesma. Maquillaje y postizos, Teresa Lozano. Diseño gráfico, Manuel Vicente

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