Análisis histórico y emocional de una violación


Por Javier López Clemente

     La primera referencia histórica de Lucrecia es de Fabio Píctor alrededor del 200 a.C. Roma ha vencido a Cartago y se encuentra en plena expansión por el Mediterráneo.

    Es un momento propicio para cultivar historias míticas que afiancen este proceso histórico y los tres siglos que han pasado desde el suicidio de Lucrecia  en el año 509 a.C, con el añadido de la inexistencia de fuentes contemporáneas, conforman  el territorio ideal para construir un relato históricamente falso que mezcla las pasiones personales con una conjura palaciega.

    Colatino está casado con Lucrecia y en el reposo tras la batalla le habla a su primo y príncipe heredero Tarquino, sobre la belleza y castidad de su esposa. Tarquino es incapaz de refrenar sus deseos, irrumpe en la habitación de Lucrecia, asalta su lecho y la viola. Lucrecia se siente impotente, arrastra la culpa de haber sido infiel a su marido y decide suicidarse. Bruto, primo de Tarquino, aprovecha el acontecimiento para provocar una revolución que expulsa a los Tarquinos de Roma, abolió la monarquía y la sustituyó por una república.

    Carlos de la Torre Oliva ha estudiado la evolución del tratamiento del mito de Lucrecia en las diferentes fuentes literarias y, desde el génesis del relato, su suicidio solo tuvo un valor simbólico. Ella no es la protagonista, tan solo es el detonante que impulsa a la venganza y citando a Harper-Scott, “desde el punto de vista del género, el suicidio de Lucrecia es considerado como el resultado de la infamia de un hombre y no del sufrimiento de una mujer. Es un hombre quien la convierte en mártir y de nuevo, es un hombre quien la convierte en un instrumento político”

    Lucrecia se suicida porque en la Roma de su época la relación sexual entre una mujer y un hombre que no fuera su marido era un acto de deshonra para ella que, sin tener en cuenta si era fruto de una violación o un adulterio consentido, se transfería al marido e hijos. Una afrenta que solo podía desaparecer con la muerte de la mujer. Quinientos años después de la tragedia mítica dos autores coetáneos se acerca a Lucrecia de maneras muy diferentes. Tito Livio potencia el drama. Ovidio se centra en los sentimientos.

    La Lucrecia de Livio se aleja de la condición humana para construir una heroína que, pese a desconocer los acontecimientos políticos que siguen a su suicidio, insiste en su inocencia implorando venganza mientras pronuncia discursos antes de su muerte. La pretensión del autor es conseguir una perspectiva histórica para que las generaciones venideras encuentren un ejemplo de virtud.

    Sin embargo la Lucrecia de Ovidio es una mujer en estado de shock que se lamenta por el honor perdido y es incapaz de contar a su padre y a su marido el trágico acontecimiento. En lugar de una heroína que habla de venganza, vemos a una mujer que nos muestra sus sentimientos en una representación mucho más humana y natural.

    San Agustín reinterpretó la historia de Lucrecia para el cristianismo en el año 413 d.C con una frase que define muy bien sus conclusiones. Si es adúltera, ¿por qué es elogiada?; si es honesta ¿por qué se suicidó? A San Agustín le preocupa el debate sobre la condición de adultera de Lucrecia para concluir que su muerte es la prueba de su culpabilidad, y dejarla en un callejón sin salida al convertir la culpa y el suicidio en adulterio. Esta visión de los acontecimientos dejaba en la desprotección más absoluta a todas las mujeres violadas porque la culpa siempre recaería sobre ellas y su adulterio.

    William Shakespeare reescribió la historia en 1594 en forma de poema narrativo. El dramaturgo se aleja de la moralidad romana y de San Agustín que nos llevaban a la venganza, el honor y el pecado, y se centra en los mundos interiores de los protagonistas. Lucrecia y Tarquino expresan sus dudas y preocupaciones. ‘La violación de Lucrecia’ se condensa de esta manera en un tema clásico que se desarrolla mediante un despliegue de recursos retóricos y patrones rítmicos que constituyen el núcleo arquitectónico de la historia. Harold Bloom defendía que este dominio inigualable del lenguaje conseguía voces definidas para que los personajes históricos fueran percibidos por el lector como personas.

    Alfonso Zurro ha detectado que a todas estas versiones literarias del mito les falta la voz íntima de una mujer. La ficción literaria clásica no se detiene en las entrañas de una agresión sexual, y olvida por completo la compleja reacción que sigue a una violación. Este tiempo que transcurre entre el silencio de las dudas y el miedo hasta un grito de rabia y denuncia. La dramaturgia parte del texto de Shakespeare y lo duplica con una peripecia contemporánea para subrayar los huecos que le faltan al relato y ocupar todo el espectro de sentimientos y emociones olvidadas. Dos historias atadas por el mismo hilo rojo del dolor con el aliño de unas digresiones que detienen la acción dramática, rompen la cuarta pared y reclaman la atención del público. Se trata de poner el foco en el devenir histórico de un acto tan terrible como la violación de una mujer. Una lacra que repite patrones a lo largo del tiempo hasta plantarse delante de nuestros ojos, acota el uso de la violencia contra la mujer y lo conecta con el análisis del historiador Julián Casanova cuando afirma que la violación de mujeres, aunque también ocurre en periodos de paz y en espacios civiles cotidianos, adquiere un significado especial durante la guerra que disminuye la sensibilidad ante el sufrimiento humano, intensifica el sentido de los hombres de derecho y superioridad hasta aumentar la licencia social para violar de forma repetida y como espectáculo público.

   El texto de Alfonso Zurro se asocia perfectamente con los recursos retóricos y rítmicos con los que Shakespeare cuenta la tragedia de Lucrecia, tiene la lucidez de diseccionar las actitudes violentas que se repiten a lo largo de  la historia de la humanidad, y sincroniza esa arquitectura de construir los relatos con la voz de las víctimas de violación que tradicionalmente se quedan al margen y así, las emociones de dos Lucrecias separadas por más de veinticinco siglos de agresiones empastan en una dramaturgia donde todo lo que en el paso estuvo acallado, ahora se constituye en el primer plano de un relato de perenne actualidad que apela a la sociedad en su conjunto.

Alfonso Zurro toma las riendas de la dirección para que las dos historias en el mismo relato con el añadido de una tercera voz tengan una fluidez dramática similar a la que ya demostró en la versión que la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla realizó de ‘El Público’ de Lorca. La inteligencia dramática con la que se utiliza el espacio Escénico de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán logra un gran impacto visual y estético aunando elementos técnicos y artísticos en un ejercicio de clarividencia que fija sobre el escenario la idea argumental mediante la sencilla la luz de una linterna, el granate de la vida devorado por el dolor mientras el lastre del destino basura te impide avanzar a través del espacio sonoro de Elena Córdoba que te golpea y te raya, y te golpea y te raya incluso cuando quiere ser caricia.

    La energía en la interpretación de Lorena Ávila condensa todos estos elementos en torno a su presencia. Los pasos de su entrada cruzan el patio de butacas dejando una fragancia de verdad que la acompañará durante toda la representación, y que se irradia sobre el escenario gracias a unas cuerdas vocales que bailan con el verso fluido y se desgarran con el vértigo del grito, del acento sevillano de una actriz que discute con Shakespeare al acento neutro y universal de una mujer que denuncia tantos atropellos. La tensión de sus músculos transita desde la quietud que nace del miedo hasta un aquelarre de convulsiones. La plenitud y sinceridad de su entrega sobre el escenario se sincroniza con una contención que eleva a excepcional el resultado de un trabajo con gran despliegue físico y emocional.

   El impacto de la representación es directo y genera una potente conexión física con el patio de butacas. Sientes como una daga se clava en las entrañas, hiela el cuerpo y encoge el corazón hasta dejar suspendida en el aire una pregunta. ¿Qué hacemos con el hilo de horror rojo que ata a todas las mujeres violadas de la historia?

 

 ‘La violación de Lucrecia’

Compañía: Teatro Clásico de Sevilla. Producción: Juan Motilla. Autoría y dirección: Alfonso Zurro (ADE) (A partir del texto de Shakespeare). Actriz: Lorena Ávila. Diseño Espacio Escénico y Vestuario: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE). Música y Espacio Sonoro: Elena Córdoba (Novia Pagana). Diseño Iluminación: Florencio Ortiz (AAI). Diseño gráfico: Ángel Pantoja. Videoescena: Fernando Brea. Equipo Técnico: Tito Tenorio, Fernando Brea, Enrique Galera, Txitxo Oliveira. Ayudante de Dirección: Verónica Rodríguez. Realización Vestuario: Rosalía Lago. Realización Escenografía: TCS. Maquillaje y Peluquería: Manolo Cortés. Coreografía: Isabel Vázquez. Colabora: Luis Alberto Domínguez. Distribución: Lola Solís.

21 de Abril de 2024. Teatro de la Estación.

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