Por Don Quiterio
Las redes sociales nos han hecho creer que todos tenemos una opinión sobre todo, cuando la mayoría solo tiene media acerca de nada. Así que la gente olvida el gran consejo de Mark Twain cuando dijo aquello tan bonito de que “la palabra precisa tal vez sea efectiva, pero ninguna jamás ha sido tan efectiva como el silencio preciso”.
Algo de esto deberían de tener en cuenta algunos personajillos mediáticos de la cultura de nuestra comunidad cuando se les llena la boca al hablar del supuesto cine aragonés: ven cuatro cosas –generalmente oficiales, institucionales- y no paran de loar la mediocridad. El resto parece no existir. Ni tan siquiera se molestan en verlo. Directamente, no interesa. Por fortuna, hay cineastas con estatura que nos demuestran lo contrario. Cine del bueno, realizado con tacto y sin la pomposidad de lo vacuo e inane.
El zaragozano Ricardo Huerga es un ejemplo silencioso de lo que digo. El silencio, en efecto, es nuestro mejor amigo: nos ayuda a pensar, nos impide equivocarnos y contribuye a que nos conozcamos íntimamente. El silencio puede ser el mejor de los homenajes o, también, el peor de los desprecios. Fue glosado en la antigüedad, pues Confucio nos advirtió que nunca nos traiciona, Pitágoras nos recordó que es la primera piedra del templo de la filosofía y Catón glosó que era la virtud original. Ahora, silencios mediáticos aparte, Ricardo Huerga ha estrenado ‘Like!’ (2016), un cortometraje de gran estatura, realizado con cuatro céntimos y premiado en el reciente festival de Cine y Salud.
La carrera de este profesor de enseñanza media es modélica. En sus anteriores ‘Enredados’ (2013), ‘Un minuto más’ (2014) y ‘Una historia de ruido’ (2015) reivindicaba, de una manera u otra, el papel necesario del silencio, aun en una sociedad saturada de estímulos. En un mundo en que la gente anda por la calle mirando constantemente su teléfono móvil, y en el que resulta difícil detenerse a pensar, parecen más actuales que nunca los versos de Fray Luis de León escritos en pleno siglo dieciséis, identificando la huida “del mundanal ruido” con la senda que siguen “los pocos sabios que en el mundo han sido”.
Y es el uso –y abuso- del teléfono móvil la constante del nuevo trabajo de Huerga, dentro del marco adolescente en cualquier instituto de bachillerato. La función del silencio, que es a menudo la de subrayar la importancia o trascendencia de algo, o la de buscarle un sentido, se ve interrumpida por continuas interferencias o impaciencias. Según Kafka, las sirenas le dieron una lección de vanidad a Ulises: no cantaron cuando pasó, y le derrotaron con su silencio. La belleza es un convenio generacional y vivimos en una vida social hiperbarroca donde no hay espacio libre, no hay silencio. Todo suena, todo se incendia, todo estimula y todos están sin estar, con sus móviles. Por eso, acaso, hay tan pocos filósofos. De eso trata el cortometraje, de la falta de conversaciones con la aparición y auge del teléfono móvil.
¿Puede darse el nombre de conversaciones a las que tenemos por correo electrónico, twitter o móvil? Huerga habla de nosotros, de nuestro horizonte en la pantalla del móvil, posibilidades y maldades, de algunas taras de nuestra sociedad, con sentido del humor y crítico. Un relato que nos lleva a reflexionar sobre el voyeurismo y la exposición a que estamos sometidos a través de las nuevas tecnologías. Conocer abre la mente y el gran problema de las nuevas generaciones es el desconocimiento y ese poco apetito por saber que parece habitar entre nosotros. Está muy bien poseer un teléfono móvil de última generación, pero la necesidad de nuestra cultura moderna tendría que llegar a la comprensión de un disciplinado estado de las cosas. De hecho, los adolescentes encerrados en sus muros tecnológicos se recluyen en el mutismo. Huerga lo sabe y lo lleva a imágenes, con un sentido cinematográfico de la mejor ley.
Uno de los problemas del estilo de vida de nuestra época es la falta de comunicación. Hemos creado un mundo hiperconectado a través de teléfonos móviles y toda clase de mensajes. Estos nuevos mecanismos de comunicación inmediata tienen muchas ventajas, pero también, ay, nos someten a servidumbres, a peligros que no calculamos bien. El silencio y la espera, o la observación del entorno, han ido a otro plano de la realidad. Los móviles se han convertido en aparatos de control, de geolocalización y de pérdida de libertad. Si antes podíamos vivir tranquilamente sin un teléfono como apéndice de nuestro ser, ahora, maldita sea, ese adjunto nos ha convertido en sus esclavos.
Los personajes de ‘Like!’ son, esto es, esclavos en su propia adicción al móvil. Y, ante un venidero fin de semana, se ocultan bajos las nuevas tecnologías, se mienten, se engañan a sí mismos. La protagonista, interpretada por Diana Campos –y secundada, a su vez, por Néstor Mollá, Alejandra Albacete, Ignacio Aparicio, Mario Vidal, Arturo Lázaro o Miguel Bonal-, pasea su celular de la mesa al baño, del baño al dormitorio, del dormitorio al bolso, del bolso a la mesa… En ese aparato inteligente lleva la protagonista la hora, la mensajería, las redes sociales, el correo electrónico, el tiempo que hace, las fotografías más queridas, los vídeos más simpáticos. No lo apaga ni cuando pasea. Ni cuando queda con un amigo para charlar. Está ahí, presente, dándole toques, impulsándole a agarrarlo y hacerlo suyo. Y ahí está, en efecto, enganchada a la máquina que le roba la paz y la memoria. Acelerada como si ya la vida de por sí no corriera. Esperando que el amor y la verdad le lleguen por ese complemento inteligente que controlan los grandes mercaderes. Poniéndose al borde del precipicio tantos y tantos minutos al día. Inconsciente y encantada.
Para llevar la historia a buen puerto, Ricardo Huerga –que también interpreta al padre de la protagonista- coordina un equipo en el que cobran valor e importancia tanto la fotografía (Cristina del Toro, María Palomino, Juliana Sbarcea) como la música (Beatriz Gutiérrez, Luna Ausina, Belén Gasca), además de un guion, montaje o vestuario en los que participan indistintamente los intérpretes mentados. Y es que el abuso de esta telefonía mina las relaciones sociales, que cada vez tienden a ser más virtuales. A la protagonista de ‘Like!’ se le pasa el tiempo volando por la cantidad de estímulos que recibe y acaba por no diferenciar la realidad de la ficción virtual, lo que determina un riesgo por los efectos negativos sobre su conducta, su salud y su rendimiento en los estudios, su apatía y su mala memoria.
Parece como si no tuviese vida fuera del móvil y todo lo ejecutase a través de él. La protagonista consulta su dispositivo diariamente, de manera compulsiva. No puede vivir sin tenerlo a mano y parece no querer escapar a su tiranía. Tampoco toma la decisión de desconectar, aun sabiendo que se entromete en su vida. No sabe ni pasear tranquilamente, precipitándose a su celular desde que comienza a vibrar o a emitir alguna señal luminosa. La comunicación verbal en la vida real de la protagonista se reduce a la nada. Ante tales expectativas, la adolescente de ‘Like!’ no puede estar en paz consigo misma. Es la servidumbre a un dispositivo al que se pliega. Ineludiblemente.
Sí, ahora la vida la llevamos a cuestas en nuestros teléfonos móviles, hasta tal punto que si a un nativo digital le quitan durante una hora el aparato lo más probable es que primero sienta urticaria y corra el riesgo serio de colapso. Y es que a través de él pedimos comida a domicilio, cogemos taxis, grabamos vídeos, nos orientamos por las ciudades, reservamos hoteles, escuchamos la radio, nos enteramos de lo que pasa, buscamos amigos y hasta algunos encuentran pareja. La aceleración de la vida a la que conduce la tecnología levanta un debate entre pensadores. Es la necesidad de ir a toda prisa, de instalarnos en la velocidad, vivir entregados al móvil, el ADSL, el wifi, los e-mails y las redes sociales.
Ahora bien, de lo que verdaderamente nos habla Ricardo Huerga es del mal uso –del abuso- de cualquier nueva tecnología. Sin moralismos. Sin coartadas. Sin discurso conservador. Sin colorantes ni conservantes. Con luz y taquígrafos. Ahora –como antaño la imprenta, el cine o la televisión- el teléfono inteligente ha invadido nuestra vida cotidiana. Cualquier nueva tecnología lleva asociados nuevos desafíos y disrupciones sociales y un tiempo de acomodación y domesticación hasta que se establecen nuevas normas sociales de uso, implícitos en los usos privados y explícitos en los públicos. Ahí es donde pone el ojo el autor de ‘Like!’: en el no saber utilizar un medio, hoy, imprescindible.
Los beneficios del teléfono móvil son indudables, desde el acceso directo a la información hasta la inmediatez en las comunicaciones, pasando por la comodidad en un sinfín de quehaceres diarios. La tecnología es maravillosa, aunque la temamos, y todo depende de lo que uno haga con ella. El sentido común dice que se hace un mal uso del móvil cuando causa problemas a la persona, perjudica su relación de pareja o familiar, su sueño, su trabajo o su rendimiento académico.
Acaso temamos tanto a las innovaciones tecnológicas porque son las que han propiciado la mayoría de grandes cambios sociales a lo largo de la historia. Los cambios tecnológicos han sido mucho más determinantes, esto es, a la hora de garantizar la dignidad humana. Las innovaciones tecnológicas que realmente causan pánico social son las vinculadas a los cambios en las formas de comunicación. Y la razón la tiene muy clara Ricardo Huerga: son las que afectan directamente al control del conocimiento y, por tanto, al ejercicio del poder tanto religioso, político o social como dentro de la vida privada, la familia o la escuela.
La belleza, decía más arriba, es un convenio generacional y vivimos en una vida social hiperbarroca donde no hay espacio libre, no hay silencio. Todo suena, todo se incendia, todo estimula y todos están sin estar. Con sus móviles.