El patrullero de la filmo: Ecozine y Marta Esteban

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Por Don Quiterio

   La filmoteca de Zaragoza que dirige Leandro Martínez ha sido una de las principales sedes donde se ha desarrollado la novena edición de Ecozine, el festival internacional de cine y medio ambiente de Zaragoza.

    Ecozine también recorrió los escenarios del teatro del Mercado, el centro de Historias, el fórum FNAC, el centro de urbanismo sostenible Valdespartera, el centro cívico Almozara, la Bóveda del albergue, la Ciclería, la asociación de vecinos Manuel Viola, el jardín Vertical de Delicias y la escuela de ingeniería y arquitectura de la universidad de Zaragoza.

  Así pues, Zaragoza se convirtió, el pasado mes de mayo, en el centro del cine como arte e instrumento de cambio social, con implicaciones en el modelo urbano, la sostenibilidad arquitectónica, los modelos comerciales, la movilidad y la infancia. El galardón de honor se otorgó a la memoria de Berta Cáceres, la activista hondureña asesinada el pasado tres de marzo en su defensa contra la represa de Agua Zarca, prevista en el noroeste de su país en el río Guarcarque, un lugar sagrado para las comunidades indígenas, vital para su supervivencia. Por esta lucha, la honorífica recibió en 2015 el premio Goldman, máximo reconocimiento para activistas de medio ambiente. Al mismo tiempo, Ecozine nombró a Javier Espada embajador de esta novena edición por su dedicación a la figura de Luis Buñuel, así como por su apoyo al festival desde sus inicios. Un personaje, digámoslo ya, que se pasea por los festivales aparentando lo que no es ni nunca será. El milagro de Calanda.

  Se programaron en las distintas sedes un centenar de películas, de las que tres cuartas partes compitieron en la sección oficial. De entre todas ellas, me gustaría resaltar ‘Cuando respiro’ (2015), de Coti Donoso, una ácida crítica a la corrupción y la pobreza ambientada en una metrópoli como Santiago de Chile que se expande sin medida frente al fantasma de la especulación inmobiliaria. También sobresale ‘Sunú’ (2015), de Teresa Camou Guerrero, un viaje al corazón de un país como México, donde los pueblos alientan su determinación a seguir siendo libres, a trabajar la tierra y cultivar sus semillas, a vivir su cultura y su espiritualidad en un mundo moderno que no los valora pero, a la vez, los necesita; ‘Otra manera: con verduras’ (2015), de Anne Closset, una indagación en si el desarrollo de nuevos modelos de asociación entre los consumidores y los agricultores tienen poder para lograr cambiar la sociedad, y el magnífico filme de ficción en blanco y negro ‘El abrazo de la serpiente’, del colombiano Ciro Guerra, en torno a Karamakata, en su día un poderoso chamán del Amazonas, el último superviviente de su pueblo y que ahora vive en un aislamiento voluntario en lo más profundo de la selva, hasta que llega un botánico americano en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar.

  También me gustaron otros trabajos producidos y venidos indistintamente de Francia, Perú, España, Italia, Canadá, Suiza, México, Alemania, Bélgica, Portugal, Argentina, Colombia o Venezuela: ‘Cerca del río’, de Ada Vilageliu; ‘Voces de Amazonia’, de Lamia Chraibi, Lucile Alemany y Margerie David; ‘El río que nos atraviesa’, de Manuela Blanco; ‘Nacido en Gaza’, de Hernán Zin; ‘Agua buena’, de Valérie Valette; ‘Eco de mujeres’, de Carlotta Piccinini; ‘Los guardianes del agua’, de Giulio Squarci; ‘Dert’, de Mario y Stefano Martone; ‘Las damas azules’, de Bérengère Sarrazin; ‘La mujer y el agua’, de Nocem Collado; ‘Decrecimiento, del mito de la abundancia a la simplicidad voluntaria’, de Luis Picazo Casariego; ‘La vida en llamas’, de Manuel Martín; ‘Mar carbón’, de Gianluca Rossi; ‘Mariposas negras’, de Lorena Riposati; ‘Tesoro de Corcoesto’, de Cora Peña; ‘Revolución industrial’, de Tiago Hespantha y Federico Lobo; ‘Obsolescencia’, de Hugo Chávez Carvajal; ‘En el límite’, de Jan Hargus y Marco Kühne; ‘En busca de sentido’, de Marc Ménardière y Nathamaël Coste; ‘Antes que se tire la sal’, de Natalia Armienta Oikawa; ‘Todo el tiempo del mundo’, de Suzanne Crocker; ‘El arpón’, de Leopardi Marco; ‘Un ecofilm en construcción’, de Susana Rey; ‘El lugar de las fresas’, de Maite Viloria; ‘Baobabs, entre tierra y mar’, de Cyrille Cornu, e ‘Hija de la laguna’, de Ernesto Cabellos.

  Como colofón, la filmoteca programó las películas premiadas en el palmarés: ‘Desierto líquido’, de los españoles Alba Azaola y Daniel Carrasco, descripción del saqueo de los recursos pesqueros en Mauritania y Senegal; ‘Mashti Esmaeil’, del iraní Mahdi Zamanpour Kiasari, homenaje a la felicidad en la figura de un granjero ciego dedicado al cultivo del arroz; ‘Dinner for few’, del griego Nassos Vakalisse, atractivo corto de animación que representa nuestra sociedad en una cena en la que unos consumen los recursos mientras otros viven con las sobras; ‘Cotton dreams’, del polaco Sandeep Rampal Balhara, concienzudo corto documental en torno a la mayor crisis agraria de la India; ‘Graffitti’, del español Lluís Quílez, poético corto de ficción con un escenario apocalíptico, y ‘Norma´s Story’, del canadiense Alex Hawley, corto galardonado por el público que reflexiona sobre los efectos del cambio climático en un pequeño pueblo.

  También hubo menciones para ‘Tiempo’ (Miguel Valcárcel), sobre la destrucción del ecosistema gallego;  ‘Un día vi diez mil elefantes’ (Alex Guimerà y Juan Pajares), acerca de una expedición cinematográfica española a Guinea en busca de un lago perdido; ‘Lucens’ (Marcel Barelli), documento entre lo nuevo y lo viejo, el presente y el pasado; ‘El canto de la reina’ (Inés Espinosa), que trata la despoblación rural simbolizada en Villanueva de Argecilla, pueblo de Guadalajara, y el corto aragonés ‘Trilogía de una ribera’ (Nacho Arantegui), una reflexión sobre el retroceso del ecosistema en la ribera del Ebro. Y aunque no tuvo galardón ni mención, me gustaría nombrar un título de otro aragonés, Manuel Hortas, que con ‘Discovering lindane, el legado de HCH’, sobre la situación del lindano en Sabiñánigo y las acciones para avanzar en su descontaminación, pone el dedo en la llaga de una problemática todavía sin aclarar.

  Un año más, Ecozine se consolida, pese a ciertas gratuidades –ahí debería replanteárselo su director, Pedro Piñeiro-, como una ventana al trabajo de cineastas comprometidos que se dedican a informar y sensibilizar, un foro necesario en el que se exponen los valores de respeto hacia el espacio que nos rodea, para concienciar sobre el peligro de una tierra enferma que muestra síntomas preocupantes.

  La filmoteca finaliza el curso 2015-2015 -¿habrá cambios en el siguiente?- con un ciclo dedicado a la productora barcelonesa Marta Esteban. Se inicia como documentalista en Perú y, de vuelta a España, colabora en la televisión catalana. Fundadora de las empresas Messidor Films e Imposible Films, de su trabajo en el área de la producción la filmo ha programado diecisiete películas, realizadas entre 1986 y 2015, de los cineastas Jesús Garay (‘Pasión lejana’), Azucena Rodríguez (‘Atlas de la geografía humana’), Daniela Fejerman (‘La adopción’), Cesc Gay (‘Una pistola en cada mano’, ‘V.O.S.’, ‘Ficción’, ‘Krámpack’, ‘En la ciudad’, ‘Truman’), María Ripoll (‘Tu vida en 65 minutos’), Guadalupe Pérez García (‘Diario argentino’), Joaquín Oristrell (‘Inconscientes’, ‘Dieta mediterránea’), Ken Loach (‘Tierra y libertad’), Belén Macías (‘Marsella’), Felipe Vega (‘Nubes de verano’) y Myriam Mézières (‘Flores de sangre’, codirigida por Alan Tanner).

  La mayoría de estas películas son aproximaciones, a veces divertidas, a veces amargas, a veces sarcásticas, a las debilidades de un muestrario de personajes cargados de desilusiones y engaños, errores y mentiras, fracasos y secretos, a través de unas estructuras tan sencillas como efectivas. Unas irónicas y punzantes miradas a los sentimientos y que bucean en un grupo de seres en ese intento de vivir entre heridas más o menos profundas, en su imposibilidad para expresar afectos, dudas y amarguras. Como en cualquier ciclo que se precie, algunos títulos están más logrados que otros, pero el conjunto es decididamente satisfactorio.

  Así, en general, los personajes de Cesc Gay se mueven atados a sus palabras, con las que solo, en ocasiones, logran expresar sus sentimientos. Y el realizador efectúa unas radiografías veraces de sus criaturas, dando lugar a retratos generacionales nada superficiales, con un estilo entre Woody Allen y Eric Rohmer. Son, muchas veces, personajes inconscientes, como reza el relato de Joaquín Oristrell, un divertido juego de apariencias en el que se da cita una intriga casi policiaca centrada en un manuscrito sobre la histeria y la sexualidad femenina. Son, por decirlo con Azucena Rodríguez, como atlas de la geografía humana, en los que se reflexiona sobre el papel que juega el azar en las relaciones. Al fin y al cabo, unas relaciones de tono intimista y voluntad realista. Muchas emociones vertidas para un cine honesto y personal.

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