Los canes de Buñuel

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Por Don Quiterio

   “Luis, tú tienes la grande, pero yo la pequeña, ¡que es más difícil de conseguir!”, gritó en el reciente festival internacional de Cannes el director, productor y guionista barcelonés Juanjo Giménez Peña, enarbolando la palma de oro al mejor cortometraje por ‘Timecode’.

   A nadie le pasó desapercibido el guiño a Buñuel, el único cineasta español que ha conseguido el máximo galardón, allá por 1961 y gracias a ‘Viridiana’, en la modalidad de largometraje.

  Si la película del calandino sigue siendo una de las más perfectas exposiciones de las locuras irremediables de la naturaleza humana y de la irreprimible comedia de la vida, la del catalán recrea la relación misteriosa de los dos vigilantes –un hombre y una mujer, interpretados por los coreógrafos Nicolás Riccini y Lali Ayguadé- de un aparcamiento que apenas se ven un par de minutos al día. La jornada de uno empieza cuando acaba la del otro, y viceversa. Un trato sin palabras que experimentará una vuelta de tuerca al desvelarse la pasión compartida por ambos -la danza-, en un relato que nos remite a la película ‘Calle roja’ y aquella protagonista que ve a través de las cámaras de seguridad algo que le afecta profundamente.

  Ese aleteo o presencia de un deseo insatisfecho presente en la obra buñueliana aparece, aunque de otro modo, en la pequeña gran pieza del recién galardonado, al que le gusta poner ciertas situaciones en el sitio inadecuado para provocar en el espectador una suerte de fuerza de choque, como ya se adivinaba en algunos de sus cortos o documentales anteriores (‘Ella está enfadada’, ‘Máxima pena’, ‘Nitbus’, ‘Rodilla’, ‘Libre indirecto’, ‘Esquivar y pegar’). Acaso el formato del pequeño metraje permite una mayor libertad a la hora de experimentar con el lenguaje cinematográfico. Sin libertad, dice el autor de ‘Timecode’, no hay tu tía. Todo encaja. Como en Buñuel

  Lo que no encaja, maldita sea, es el nulo eco de los medios de comunicación aragoneses. Y de la inmortal, ni hablemos. Mas cuando el director de ‘Timecode’ es el autor del largometraje de ficción científica ‘No hacemos falta’ (2001), ambientado en el Aragón más profundo para hablarnos de un exconvicto y el maremágnum que se encuentra a su salida, realizado sin apenas medios, pero de gran voluntad fílmica y una humildad a prueba de bombas. Y que, ay, no ha visto nadie. Como sus cortos. O sus documentales. Porque en esta tierra nuestra, que de ella hablo, solo parece interesar lo mediático, por no decir lo oficial. O, mejor, lo institucional. Ahí está, sin ir más lejos, la ‘Julieta’ del vanidoso Almodóvar, filmada en parte en el Alto Aragón, que se fue de vacío. Quien triunfó con su nueva obra fue Ken Loach, el de ‘Tierra y libertad’, siempre fiel a sí mismo con gente con la que el sistema se ceba.

  Algunos de la cultura de aquí –o así- tienen la voz como el mosquito de la trompetilla, por decirlo con Sancho Panza. El perro Buñuel –la mascota del periodista y escritor zaragozano, afincando en Teruel, Francisco Javier Millán- descubrió que puede saber más cualquier persona anónima que el más estirado de los críticos cinematográficos o de los personajillos autóctonos que se pasean por los festivales aparentando lo que no son ni nunca serán. “La sabiduría popular es grande”, le dijo el perro Buñuel a su amo. Y vio, una vez más, ‘Viridiana’. Y se tronchó, por enésima vez, de la anécdota del final, que fue censurado. Y el que propuso el censor, esto es, resultó ser mucho más demoledor. Eso demuestra lo tontos que pueden ser algunos por su ignorancia.

  Muchas veces, demonios, los espectadores sensatos no dan crédito ante la vacuidad intelectual que intentan promocionar los patéticos farsantes y sectarios de los medios, esos mentirosos con audiencia limitada a sus seres queridos y algún cinéfilo adolescente y perdido. Buñuel, el perro de las santas narices que le ha tocado en fortuna criar al bueno de Javier –aunque “también en desgracia porque, a veces, es insoportable”- no llegará lejos en esta vida porque no deja de ser un chucho, un can del montón, pero ojalá algún día tuviera responsabilidades, porque sabe ver las cosas a diferencia de otros. Su ambición siempre ha sido sorprender y sorprenderse.

  Y en ese airazo de libertad que sopla desde los fotogramas de Buñuel o Giménez, con cierzo o sin él, podríamos establecer la cuarta dimensión del espectáculo de existir. La imaginación de estos hombres lleva a la sonrisa, aunque empuja más hacia el asombro. Los grandes artistas siempre están pronosticando algo, aunque no lo sepan. Buñuel y Giménez, o el catalán y el aragonés, ponen la vida del revés en un despliegue de escenas incalculables, justo hasta el exacto límite donde no se tienen que explicar ya las cosas.

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