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Por Jose Joaquin Beeme
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    Harry Houdini, que adoptará el semblante de Tony Curtis o, más recientemente, de Guy Pierce y Adrien Brody, había ya pasado al cine bajo la batuta mágica de Méliès, el padre del cine artificiero aunque no necesariamente contador de historias, a cuyo embrujo se rinde Scorsese, de nuevo fantástico historiador, en La invención de Hugo.

    A partir de ahí el juego de manos entre cine y magia es largo y complejo, desde los inquietantes prestidigitadores compuestos por Ray Sager (El mago del gore), Anthony Hopkins (Magia: el gran guionista William Goldman abrió el filón de los muñecos diabólicos) o Edward Norton (El ilusionista), hasta los fracasados sacaconejos de Jerry Lewis (Gheisa boy),Woody Allen (Scoop) o Jacques Tati (dibujado por Chomet). Sin olvidar a brujas novatas, grandes y poderosos Oz e infinitos harrypotters. Y el Welles más impostor es, precisamente, un mago: indistinguible de un cineasta (tan encantador como pueda serlo Picasso o el falsario De Hory). Ahora me ves…, ya serie, prosigue la racha de golpes de efecto y falsas apariencias, sólo que reclama su cuota de modernidad alineando una escuadra de superhéroes del truco en misión imposible contra el malvado corporativo de turno, que, como sólo ocurre en la ficción, tiene rostro y apellidos y no comparte la lacra depredadora con la multitud de accionistas welfare que, en realidad, podríamos ser usted y yo. No es la única simplificación: todos los birlibirloques, con naipes o sin ellos, llevan detrás toneladas de bytes que nos remiten, aun sabedores del engaño, a la auténtica naturaleza del medio cine: nada es, ni fue nunca, como aparece.

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