Los estrenos en los cines: Napoleón, el fantasma

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Por Don Quiterio 

  “Es importante recordar nuestro modo de actuar hace setenta y cinco años, cuando había fuego en Europa, porque así, tal vez, aprendamos cómo apagar el fuego. Soy consciente, sin embargo, de que la gente casi nunca es capaz de evitar las guerras.

    Todo lo que somos capaces de hacer cuando vemos una casa ardiendo es contemplar de brazos cruzados. A través de los museos queda demostrado el papel del arte en el desarrollo de una civilización, porque mantienen vivo el pasado, y hay que seguir mirando al pasado mientras entramos en el futuro. Quienes destruyen el arte destruyen la humanidad. Tales comportamientos demuestran que nuestro mundo se ve amenazado por hordas de bestias carentes de valores. Y tenemos que combatirlos, igual que las comunidades humanas del pasado atacaron a los depredadores. Cuando un virus quiere destruirte, no puedes sentarte alrededor de una mesa y negociar. Hay que tomar medidas extremas. Has de aniquilarlo”.

  Con estas sabrosas y contundentes palabras, el ruso Alexandr Sokurov ha presentado la producción gala ‘Francofonia’, con el afilado subtítulo de ‘Una elegía para Europa’, para dar a entender que el viejo continente está gravemente herido, con un vacío intelectual absoluto entre sus élites políticas, incapaces de defender la cultura y la civilización europeas. Los objetivos del estado y del arte pocas veces coinciden. Ni los de la historia y las gentes que la soportan. Por eso los museos deben ser protegidos, porque solo una gran obra de arte tiene la capacidad para enseñarnos cuál es nuestra identidad como europeos. Si no les damos cabida en nuestro sistema de valores, olvidaremos nuestra esencia cultural. Sokurov, siempre inteligente, siempre con su compromiso moral y político, nos entrega en ‘Francofonia’ un importante ensayo sobre el papel del arte y el poder en una acertada mezcla de documentos y recreaciones en torno a la relación del director del museo del Louvre y el responsable alemán del cuidado de las pinturas y esculturas durante la ocupación nazi. 

  ‘Francofonia’, en efecto, reúne archivos, documentos gráficos, animación y apariciones fantasmales, como la de un Napoleón obsesionado en confundir Francia con él. A caballo, pues, entre el documental y la ficción, este viaje a través de la memoria, donde la cámara recorres estancias y pasillos, se integra en los enigmas procedentes de identidades múltiples y borrosas que van de la guerra a la paz, de la sordidez a la miseria, de la traición a la delación, del colaboracionismo a los negocios infames. El arte como motor de las relaciones humanas. Quienes destruyen el arte destruyen la humanidad. Fascinante. Imprescindible.

  Otros documentales estrenados en la cartelera zaragozana también ofrecen unas pautas de reflexión nada desdeñables. Si el norteamericano Michael Moore vuelve en ‘¿Qué invadimos ahora?’ con una gira europea para llevarse a los Estados Unidos las mejoras sociales que lo convertirían en un país civilizado, ya sea en el sistema educativo, penal, derechos laborales, raciales o de la mujer, el español Fernando León de Aranoa sigue en ‘Política, manual de instrucciones’ los quince meses del partido Podemos, desde su nacimiento hasta la llegada al congreso, un cine de observación política que toma como modelo el clásico de Robert Drew ‘Primary’ (1960), sobre la carrera del joven Kennedy. El título es préstamo tuneado del genial Georges Perec, ‘Podemos, instrucciones de uso’, y León de Aranoa no impone nada, solo hurga con audacia en el trucado ‘backstage’ de un partido tan ruidoso como mutante. La culpa, por decirlo pronto y claro, no es de estos chicos de muñeca aniñada que arman discursos sobre la caja de un bafle. Tampoco de la gente. La culpa, en todo caso, es de la abyección a la que ha llegado la política española, entre el robo, la conjura y la deslealtad. Pero esta es otra historia. O la de siempre.

  Del resto de estrenos en la cartelera zaragozana destacan ‘Más allá de las montañas’, del chino Jia Zhang Ke, a quien no le tiembla el pulso a la hora de denunciar la corrupción institucionalizada por los delfines del partido comunista, en un relato que bascula entre el drama romántico contenido –e incontenible- y una potente reflexión sobre la identidad mutante de una sociedad que está occidentalizando monstruosamente sus costumbres; ‘Magallanes’, del peruano Salvador del Solar, según el relato del también peruano Alonso Cueto ‘La pasajera’, un certero análisis de los fantasmas que atormentan a un taxista en las calles limeñas, y que se cierra con un discurso desesperado y a voz en grito, dicho por la actriz Magaly Solier en lengua quechua, toda una declaración de intenciones sobre la desolación de la población indígena que es ignorada, porque para el resto es invisible y muda; y ‘Un doctor en la campiña’, del francés Thomas Lilti, una comedia rural que remonta las turbulencias del prólogo dramático que vertebra la trama para fondear en las páginas del diario de un médico maduro.

  Merecen un reconocimiento, igualmente, la francesa ‘Fátima’, del marroquí Philippe Faucon, según el libro de Fátima Elayoubi ‘Rezar a la luna’, los problemas de integración de una inmigrante argelina en París; la británica ‘La leyenda de Barney Thomson’, de Robert Carlyle, divertida comedia negra sobre un torpe y tímido barbero de Glasgow cuya gris rutina cambia cuando su jefe le comunica que va a ser despedido; la coproducción germanosueca ‘Mi perfecta hermana’, de Sanna Lenken, honesta y original trama de celos, amor y traición narrada a través de los ojos de una gordita niña de once años, cuya hermana mayor, figura del patinaje artístico, padece anorexia; la palestina ‘Idol’, de Hany Abu-Assad, la reconfortante historia de un cantante para retratar la naturaleza de la vida en el lado del exilio, o la estadounidense ‘Dos buenos tipos’, de Shane Black, una farsa policial con gags tan gamberros como divertidos sobre dos torpes y desastrosos investigadores en busca de una chica desaparecida.

  Mucho menos interés ofrece el norteamericano James Bobin en ‘Alicia a través del espejo’, secuela de la ya mediocre versión de Tim Burton, que carece de auténtica imaginación, al tiempo que ninguno de los personajes de la célebre fábula mantiene el aura mágica que el segundo libro de Lewis Carroll pide a gritos. O la coproducción angloalemana ‘Eddie, el Águila’, de Dexter Hetcher, mal cine deportivo de un saltador de esquí con el recurrente estilete del triunfo ante la adversidad. O el italiano Edoardo Maria Falcone en ‘Si dios quiere’, previsible comedia con la mal entendida unidad familiar de por medio. O la coproducción hispanoargentina ‘Capitán Kóblic’, de Sebastián Borenzstein, previsible e inverosímil thriller ambientado en la época de la dictadura argentina, en torno a un piloto de uno de los llamados “vuelos de la muerte”, solo salvado por la presencia totémica del siempre sobrio Ricardo Darín. O la norteamericana ‘Expediente Warren: el caso Enfield’, del chino James Wan, secuela del propio realizador de ‘The conjuring’, un terror tan hábil como facilón, pura pirotecnia, ambientado en un caserón londinense plagado de espíritus malignos. O la francesa ‘Grandes familias’, de Jean-Paul Rappeneau, débil trama familiar a la manera de un culebrón sin chispa, la historia de un financiero parisién que se enfrenta a ver cómo su hogar de la infancia va a ser demolido.

  Finalmente, las españolas ‘Rumbos’, de Manuela Burló Moreno, y ‘Acantilado’, de Helena Taberna, resultan del todo insuficientes. Si la primera es un mediocre drama de historias cruzadas, la segunda es un tan flojo como confuso thriller contado a través del flashbacks, que habla de sectas, rituales y ganchos, según la también insuficiente novela de Lucía Etxebarría ‘El contenido del silencio’. ¡Que venga Napoleón!

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