Desde el diván: ‘Soñadores’, de Bernardo Bertolucci

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Por José María Bardavío

   Debería decir yo ahora, justo al empezar a escribir, aunque parezca mi afirmación puro arrebato romántico, que reducir a palabras los significados de esta genial película resulta imposible.

     Nacionalidad: Italia, Francia y Reino Unido. Título original: ‘The dreamers’. Año de producción: 2003. Director: Bernardo Bertolucci. Guion: Gilbert Adair y Bernardo Bertolucci. Argumento: novela homónima de Gilbert Adair. Fotografía: Fabio Cianchetti (color). Intérpretes: Michael Pitt, Eva Green, Louis Garrell, Anna Chancellor. Duración: 113 minutos.

INDICE DE SUGERENCIAS IDEAS POSIBILIDADES Y PROBLEMAS

1 Las imágenes de The Dreamers

2 El argumento de la película

3 ¿Niños o adolescentes?

4 El instante epifánico

5 La añoranza uterina

6 Theo e Isabelle, entre Platón y Fromm

7 Cinefilia, siamesismo e identificación proyectiva

8 La reina de Suecia encuentra un nuevo reino

9 Incesto y Edipo masculino

10 La casita de seda

11 El Mayo francés

    Debería decir yo ahora, justo al empezar a escribir, aunque parezca mi afirmación puro arrebato romántico, que reducir a palabras los significados de esta genial película resulta imposible. Porque es en la inmanencia de sus imágenes, en su belleza, y también en su originalidad en donde viven sus significados. Es por eso que extraerlos de allí para palabrearlos y frasearlos raquitiza de inmediato su sentido y significación. Estoy diciendo que las imágenes son tan fuertes que al impactar en nuestra retina el cerebro las convierte en placenteras ondulaciones sensitivas y en iluminaciones cognitivas que alimentan nuestro interior perceptivo y nuestra aura psíquica. Las imágenes son ese maravilloso elixir que bebemos con la pajita de la mirada cuyo deleite inigualable  se pierde y borra al trasladar al papel semejantes inscripciones.

    Lo que en realidad sucede es que esta película vive alejada de aquello que llamamos  “información” y lo más cerca posible de lo que es una gran obra de arte siendo por eso, por su pluralidad sinfónica, que las imágenes son aquí las mejores intérpretes de ellas mismas. Como si la hermenéutica estuviera contenida en la ontología. Como si la explicación inscrita en el ser de las imágenes terminara en el ojo comunal de los espectadores que las absorbe, liba, sin poder dejar de mirar jamás.

    Se dice en la película que los cinéfilos de la célebre Cinémathèque de París (uno de emblemas donde surgió el Mayo francés) se sientan en la primera fila del cine para ingerir las imágenes frescas y lozanas mientras que después de la primera fila van perdiendo magia y eficacia desgastadas por las miradas de los espectadores que al ser tantos los que las atrapan las marchitan y se van quedando exhaustas. Un fanatismo estremecedor el de los clérigos cinéfilos comulgando imágenes, arrodillados algunos, en el primer banco de la iglesia, envueltos en rituales y metafísicas secretas, dedicados del todo a la mística del cine.

    Porque lo cierto es que si uno deshoja masoquistamente la película hasta llegar el palo seco de su nivel argumental resulta que lo que sucede allí se parece más a un relato pedófilo que a ninguna otra cosa. Porque la gran hazaña de los mellizos adolescentes Theo e Isabelle (“kids” les llama Bertolucci en la entrevista que acompaña al DVD, y en otras en la Red),  consiste en jugar continuadamente a papás y a mamás dado que sus padres suelen estar de viaje.

     Resulta que un día Isabelle y Theo conocen a Mathew, un jovencísimo estudiante americano que se siente atraído por  Isabelle pero se niega a seguir jugando a papás y mamás cuando los hermanos le piden una prueba de amor que deberá consistir en dejar que los dos le rasuren el vello púbico. Matthew rechaza el que traten de convertirle en niñito pequeño apto para sus juegos. Y les advierte de que deben de abandonar el peligroso universo infantil en el que se han enclaustrado e integrarse de una vez  por todas en el mundo real. Sin embargo Isabelle eligirá el camino contrario: Para perpetuarse en el paraíso infantil construye una casita pequeñita, de juguete, con las paredes de seda, en la que solo caben los tres tumbados, dentro de la casa de sus padres. Y mientras los chicos duermen allí, abre la espita del gas para no dejar de ser niños. 

    Pero una piedra arrojada por los manifestantes que luchan violentamente en la calle contra la policía, rompe el cristal de la ventana y, al ver a los chicos despiertos, Isabelle cierra la espita del gas mientras  Theo, contagiado por el fragor de la calle, seguido de Matthew y de la propia Isabelle, se lanzan a la calle. Matthew, que sabe de las convicciones maoístas de Theo que defiende la violencia frente al pacifismo defendido por Matthew, trata de persuadirle de que no se enfrente a la policía, pero Theo el caso es que Theo se hace con uncóctel molotov y se dirige a la cabeza de la manifestación seguido de Isabelle que parapetada tras un coche volcado le ve arrojando la botella de gasolina, y a la policía responder avanzando y disparando contra los manifestantes.

    Cuando asomado al brocal del pozo quiero saber a qué distancia está el agua, dejo caer una piedra para que el tiempo que transcurre hasta el impacto me permita calcular el espacio que nos separa. Esa confesión instantánea del secreto vertical del agua es comparable al secreto horizontal encerrado en el pozo oscuro de la sala de cine cuando, perdido yo en el hipnótico transcurrir de las imágenes, se produce de pronto el impacto revelador, esemomento epifánico en el que la piedra del sentido, al golpear en el agua de las imágenes, me revela algún maravilloso significado oculto de la película.

   Y es bien cierto que esa revelación sobre el sentido de The Dreamers no la obtuve escudriñando una y otra vez sus contenidos sino por boca del propio director, el gran Bernardo Bertolucci, que en una entrevista incluida en el DVD de la película llama “kids” a sus tres protagonistas.

   Entendí entonces que aunque sus cuerpos corresponden a tres jóvenes adolescentes jamás había pensado yo, hasta ese darme de narices con el “kids” de Bertolucci, que los cuerpos adolescentes representan a los cuerpso infantiles de Theo y de Isabelle: la síntesis de los que han sido, siendo que lo que han sido es mucho más potente y fundamental que lo que ahora son, pues lo que ahora son –insisto- es lo que siempre han sido y nunca han dejado de ser. Es cierto que han aprendido cosas, como amar al cine; y Theo adora a Mao y cree sinceramente en el maoísmo como vía infalible para cambiar la sociedad. Pero descubriremos que el amor al cine encierra un secreto narcisista el de la ampliación de la identificación proyectiva como mecanismo psíquico de gran predicamento en la personalidad de los mellizos (come explicará luego. Y el amor a Mao ha crecido en Theo como odio al padre, un poeta que se pasa la vida en recitales universitarios sobre su obra pero al que Theo desprecia porque cree que no está suficientemente comprometido con la destrucción del orden social del gaullismo.

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    Más abajo del lugar en donde se halla la lámina de agua del pozo que me revela el secreto de su escondite cuando mis nudillos de piedra golpean su espalda líquida, se encuentra el significado más misterioso guardado en las entrañas más celulóidicas de la película. Se trata (1) del asombroso amor que se profesan los jovencísimos mellizos. (2) De las barreras defensivas, (3) conscientes (4) e inconscientes, que han ido levantado los dos para protegerse de un futuro que saben quiere destruirles. A ese futuro le hacen frente (5) integrando en su secreta intimidad dual a Matthew el chico americano que han conocido en la Cinémathèque, tan cinéfilo como ellos, con inteligencia y sensibilidad afines, que ha venido a Paris para perfeccionar el idioma. Y (6) en el frente inconsciente recuperando la unidad primigenia mediante rituales de regresión al seno materno para devolver al paraíso perdido, el paraíso uterino,  en el cual se hicieron hacia la vida juntos y al unísono y no separados y en peligro como en el mundo real que ahora habitan y abominan.

    El hecho de que nacieran siameses (no separados después de nacer) es más que nada un insistir en la inseparabilidad de sus sentimientos Porque viviendo en cuerpos separados sus cuerpos no se ausentan mucho el uno del otro. Como si el vivir dependiera de continuarse en el otro. Es por ello que toda separación, por pequeña que sea, genera una angustia cuyo origen psíquico empieza en la inolvidable y catastrófica separación del nacimiento biológico.

    Dice Erich Fromm que en el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos. Razonamiento inversamente proporcional y perfectamente contrario a la naturaleza excepcional y la sustancia de los protagonistas deThe Dreamers pues  Theo e Isabelle fueron siameses que por la nimiedad de la disfunción ( escasamente unidos por los antebrazos) fueron separados con éxito al poco de nacer.

     Por ello parece psicológicamente comprensible, casi obligatorio, que en el trascurso de su adolescencia, Theo e Isabelle prefieran  los espacios pequeños o muy pequeños que van desde la bañera en la que pasan muchísimas horas, al cine de la Cinémathèque, y al piso en el que viven. Como si lo que puede resultar claustrofóbico para los demás fuera para ellos hábitat predilecto. Transcurren las horas en la bañera  disfrutando (1) de las sensaciones envolventes del receptáculo, (2) del agua caliente en la piel desnuda, (3) de la enajenación de la realidad provocado por el  consumo de cannabis y 4 por el estado de relajación extrema que estimula siempre el mecanismo psíquico de la regresión recuperando así ahora las otrora sensaciones beatíficas de la estancia en el seno materno en donde fueron gestados al unísono y en una única y excepcional entidad.

    Nunca ha dejado Isabelle de sentirse en Theo. Y les resulta inconcebible que algo o alguien pueda separarles. Los dividieron al nacer pero jamás han dejado de sentirse unidos, compartidos y llenos de amor por el otro/otra. Resulta pues lógico y convincente que deseen devolverse al origen, a su origen, pues el exterior, el mundo real, aunque ahora mismo resulte suficientemente gratificante y protector en la casa de sus padres, el futuro lo saben lleno de oscuros presagios pues la sociedad jamás aceptará una relación fraternal incestuosa que atenta contra las normas morales establecidas. Es su amor un  amor constituyente:químicamente puro, tejido por la naturaleza en la sala de costura del seno materno, un amor enhebrado en lo biológico que nació en ellos mientras se hacían ellos.

    Decía antes que para conseguir sobrevivir en la sociedad, Isabelle y Theo han trazado un plan para  integrar en ellos a Matthew, el chico americano que han conocido en la Cinémathèque y que ahora ya vive con ellos. Matthew deberá convertirse en la pareja de Isabelle pero aceptando que, aunque es amado por Isabelle, ella está indisolublemente unida en cuerpo y alma a su hermano Theo. Como si la inseparabilidad del gemelismo y el siamesismo garantizaran un amor no solo perfecto (el platónico “cada humano tenía los dos sexos”) con la indisolubilidad que, según Fromm, supone el anhelo  de fusión absoluta. Isabelle unida a su hermano desde el origen, debe ahora enmascararla tras la fachada delmarido social  (Matthew) que protegerá y perpetuará el amor íntimo y total, ese amor inmortal, que los hermanos sientes y se profesan mutuamente. Los tres vivirán unidos mientras Matthew no altere la indisoluble unidad de los gemelos.

    Matthew se convierte en el objeto de deseo de los dos hermanos y se convierte también, cuando percibe lo hondo del infantilismo en el que quieren perpetuarse, en el héroe que tiene que viene a despejar y resolver la circularidad catastrófica contenida en esa entidad sentimental de los gemelos. Estando Matthew enamorado de Isabelle, roza los límites de la heterosexualidad con Theo que Isabelle no censuraría siempre y cuando Theo no se aparte (cosa que nunca haría) de ella.

    Esa psíquica accesibilidad innata del uno en la otra y viceversa, es precisamente la génesis misma de su cinefilia: Theo e Isabelle incluyen a sus personas en las vivencias de los personajes de la películas que ven una y otra vez en la pantalla de la Cinémathèque sentados siempre en la primera fila de butacas. Hacen suyos a los personajes, los sienten como suyos y relacionan lo que están haciendo en la vida real con lo que estaban haciendolos personajes en la pantalla en su carnalidad cinematográfica. Se identifican espontáneamente con ellos pues es la identificación del uno en la otra, el mecanismo psíquico fuandamental y determinante de su organización psíquica. Matthew aunque siente el cine en sus entrañas su desmedida afición descansa en parámetros muy distintos a los de los hermanos. Los hermanos son maestros en la identificación proyectiva mientras que Matthew entiende el cine como una herramienta imprescindible para entender mejor a las personas, a la sociedad, a la historia y al mundo. Mientras que el acercamiento al cine de los hermanos es consustancial (al proyectarse entre ellos y luego en los personajes), el de Matthew es racional e intelectual.

    Como los padres de los mellizos casi nunca están en casa, Theo e Isabelle viven detenidos en el placer infinito del jugar a ser papá y mamá. Y hacen lo que saben e imaginan que hacen ellos, pero sin llegar jamás a la penetración. Duermen juntos, van al baño juntos, se bañan juntos, deambulan desnudos por la casa, se emborrachan y se aman pero jamás Isabelle es penetrada por Theo. Y es que además, los niños pequeños no hacen esas cosas.

    Isabelle le dice a Matthew  que el amor y respeto que siente hacia su padre le impide acostarse genitalmente con su hermano. Y Theo, por su parte, cuando padece de urgencias genitales las satisface con alguna amiga de la Facultad, aunque a Isabelle le cueste aceptarlo y asimilarlo. Porque Isabelle no hace nada ni sale con nadie que no sea Theo, su hermano mellizo, pero también gemelo no por definición biológica pero sí por el gemelismode sus vivencias cotidianas

    Isabelle, Theo y Mathew viven dentro del Cine cuando no están en el cine. Salen y entran por las películas como el que deambula por las ricas habitaciones de un palacio inmenso. A menudo lo que hacen y dicen viene dictado por conductas que han atrapado y hechas suyas, en el cine. Filmotecando siempre, absortos en esas antiguas y asombrosas películas que les hacen y deshacen y que ellos espejean soberbiamente. Secuencias enteras comidas a puñados, digeridas,  internalizadas y muy bien aprovechadas en el discurso entre lúdico e intelectual, brillante siempre, en el que viven. El cine les inspira la existencia y viven inmersos en la película del existir. Cine en el estómago, los oídos, la piel, el cerebro, el sexo. Absorben cine y el inconsciente se hace colectivo en el cine, ese inconsciente que antes estaba en lo más profundo del ser y que ahora está presente en casi todos los sitios del existir, la pantalla extendida por la piel, la piel de los tres, antes de penetrar hasta el hueso del ser.

    La sexualidad de los mellizos se enfrenta al castrador fantasma del incesto que impide a Isabelle conseguir el objeto de su principal deseo, y ello, por la doble fijación en su hermano (gozosa y erótica) y en su padre (culpabilizadora y tanática). Si la revolución utópica del Mayo francés consistió en un hermoso estallido social que se apagó relativamente pronto, pero que trajo importantísimas consecuencias regenerativas en Occidente, el futuro de Theo e Isabelle no tiene sentido alguno que no sea el de su propia inmolación. Para que empiece a ser, Isabelle tiene que quedarse sin posibilidad alguna de desear. Ya no  sirve hacerlo a través de Matthew, ese extraño que ha aparecido en sus vidas. Isabelle preferirá perderse con su hermano en el fragor mortal de la batalla contra la policía y el Sistema, antes de intentar desanudar el nudo dificilísimo del seguir viviendo en el escenario creado por la ligazón biológica y las circunstancias terrenales (la ausencia de sus padres) que han ido consolidando esa relación entre utópica e imposible.

    Pero como no hay sexualidad regresiva posible que no muestre  y fundamente lo que Freud llamó desarrollo libidinal (y que Bertolucci la expone en todas sus película) la sexualidad que viven los hermanos se nos muestra o vinculada al cine que ven e introyectan, o vinculada a las etapas oral, anal, genital y edípica en la que toda sexualidad está a ellas vinculada:

      Isabelle sabe perfectamente lo que sucede en el dormitorio de esa película inolvidable Queen Christina (1933) en la que Christina de Suecia (Greta Garbo) pasa la mejor noche de su vida con Antonio (John Gilbert) el embajador de España al que casualmente ha encontrado en una desconocida hostería al tener que refugiarse de la nevada imprevista y habiendo huido antes de la corte disfrazada de hombre harta de protocolos y monotonía. Y en esa noche increíble que le regala el destino consigue ser feliz  como jamás lo había sido antes.  Ese embajador español viene inconscientemente inventado por Rouben Mamoulian a partir del culturalmente inolvidable Don Juan, el paradigma hispano del dejar pasmadas,  boquiabiertas, deslumbradas y enajenadas a las mujeres. Quizá porque si no las dejara satisfechas –le advierte su propio inconsciente-  pondría en entredicho y duda su virilidad y hombría. Así que su triunfo sexual viene dado por las dudas inconscientes sobre su propia hombría. Cuanto mejor lo haga más hombre soy. Pero si no lo hiciera tan bien, eso sería señal indefectible de sus tendencias homosexuales. Pura neurosis. Pero el caso es que el temor de Antonio, el embajador, enciende un fuego tan grande en el corazón de Christina que lo arrasa todo, incluido el reino de Suecia.

    Mientras Antonio permanece tumbado en el lecho, vemos a la reina Christina, en una incursión en blanco y negro de la película original, recorriendo el dormitorio como queriendo hacer sentimentalmente suyos los objetos y las cosas que han estado allí, han sido testigos que la han acompañado, en esa experiencia extraordinaria, milagrosa, vivida con Antonio. Y a continuación, tras el corte, vemos a Isabelle, en The Dreamers, repitiendo exactamente los gestos y actitudes de Greta Garbo en el dormitorio en donde Matthew está tendido en la cama sufriendo el problema de erección que comentaré luego con detalle. La corte de Suecia es un lugar demasiado impersonal y ordenado mientras que el dormitorio de la hostería – o así le parece a la reina todavía afectada por la emoción- es natural, próximo y espontaneo. Incluso esa desatinada rueca de hilar. Christina posa la mano y acaricia el huso cubierto con el hilo de lana, como “hilando” lo insignificante en lo inolvidable porque inigualable ha sido la experiencia de desenfrenada sexualidad vivida con Antonio. Las cosas pequeñas e insignificantes las convierte en intensas e inmensas la subjetividad de la reina cuando la experiencia inesperada vivida entre esas pequeñas cosas parecen distinguidas por un toque milagroso, como si en las paredes, en las cosas y en los objetos, encontrara explicación lo inexplicable.

    Sin que a nadie se le escape que es precisamente el símbolo fálico representado por el contundente huso de la rueca lo que hace evidente –simbólicamente evidente- al sujeto fundamental, y al motivo, de la feliz reunión con Antonio. Tanta satisfacción le ha proporcionado el encuentro que Christina renunciará al trono de Suecia para dedicar su vida a vivirla con Antonio.

     Mientras Isabelle recrea la puesta en escena del dormitorio en la hostería de Queen Christina, Mathew, al despertar en la cama, ha notado sobre su cuerpo el cuerpo de Isabelle extendido exactamente encima del suyo. Y ha notado también que el pene, habiéndose erguido durante el sueño, sigue ahora erguido una vez despierto, quizá porque Isabelle está cariñosamente tumbada encima de su persona.

    Isabelle y Theo han invitado al recién conocido Matthew a cenar en casa y ha terminado quedándose a dormir evitándole volver al hotel de estudiantes en donde está alojado. Y al despertar en el dormitorio que le han asignado, se ha encontrado con la radiante pero incómoda sorpresa del cuerpo de Isabelle, su recién conocida amiga, encima de su cuerpo con la escueta sábana que los separa y la marca fálica adjunta al hecho mismo de despertar. Isabelle le está limpiando con la lengua cualquier inoportuna adherencia como hace todos los días -le explica- con el dormilón de su hermano para librarle de los restos de esos fragmentos de sueño enredados entre pestañas y párpados.

    Lo interesante de la cinefilia de los hermanos es que en la Cinémathèque se funden con los personajes como si el celuloide fuera líquido: sangre que corre por sus venas. Es como si se integraran disueltos en la pantalla formando parte de las películas que ven, que admiran, que adoran y que viven dentro de ellos mismos. Y a menudo escenas y secuencias se convierten en la fuente misma de su espontaneidad, de su estar en el mundo, de su dinámica creativa. Son porque ven cine. No solo el cine les conforma sino que comporta su actividad como hace Isabelle ahora mismo combinando y condicionando  su circunstancia real con la de Matthew y su pene erguido, mientras, además, recrea a la reina Christina que al poner su mano en el huso fálico nuestra el reino del falo y las hazañas nocturnas recién vividas con Antonio, por encima de su propio reino. E Isabelle dentro de unos días se acostará con Matthew como jamás lo había hecho antes. Y la reina Christina renunciará al trono y vivirá con Antonio el resto de sus días.

   Y Mathew, inducido por Isabella, se queda en la cama quizá por las mismas razones que Antonio –o no-  mientras Christina pone la mano sobre el cetro (el huso) que ha dejado pequeño al suyo propio (el del reino de Suecia) y Mathew no sabe qué hacer dado que no se atreve a mostrase así, con e cetro erguido, ante Isabelle que, una vez terminada la actuación, desaparece por donde ha venido dejando solo a Mathew para que se calme un poco y sepa que los dos le están esperando –le informa Isabelle- en el cuarto de baño.

    Y lo cierto es que si aceptamos que la película está regida por ese principio bertolucciano que afirma que los protagonista son niños aunque parezcan adolescente, todo se entiende mucho mejor. Además y en su favor la sexualidad de los hermanos sigue el esquema del psicoanálisis clásico referido al desarrollo libidinal. Me refiero a la etapa oral, seguida de la anal, seguida de la fálica y culminada en el Edipo esas etapas que todo ser humano atraviesa en la construcción automática de su sexualidad. Las regresiones a esas etapas están distribuidas a lo largo de la película y enquistadas en el devenir de los personajes y la relación con  sus padres incluyendo, incluso, la relación de Matthew con su madre que vive en San Diego y no la vemos nunca. Desde ese punto de vista libidinal  la secuencia de la reina de Suecia (y otras que aparecen en la película) tienen que ver con la fase fálica, del mismo modo que la que comento a continuación tiene que ver concretamente con el Edipo (la fase edípica) de Matthew:

    Es realmente impresionante cómo Bertolucci ilustra el Edipo masculino (atracción sexual del niño pequeño hacia su madre) en la secuencia siguiente al primer encuentro de Matthew  con la atractiva y enigmática Isabelle. Cuando ya en el hotel de estudiantes en el que vive, antes de acostarse, se le ocurre escribir una carta a su madre. Le cuenta lo grato que ha resultado haber conocido a Isabelle en la Cinémathèque, la suerte de haber hecho tan buenas migas con ella y con su hermano Theo. Lo que va recordando mientras escribe, se va mezclando con el deseo que ahora suscita la vivificación de Isabelle que ahora mismo, quieras o no, se entreteje, se entralaza y enreda, con el personaje ausente, que es la madre, la persona a la que va destinado el escrito. Y Matthew, él mismo sorprendido, interrumpe la escritura al sentir la demanda del deseo. Es como si Isabelle despertara misteriosas experiencias infantiles edípicas. Como si la una arrastra a la otra asociando  identidades,  la madre fantasma se hace y deshace en Isabelle, la sustituta erótica. Como si la pérdida circunstancial de Isabelle fuera capaz de conectarse  prosiguiendo el deseo que en el pasado infantil creó la relación entre el niño Matthew y su madre.

     Matthew está sentado en la silla frente a la mesa. Su mano derecha todavía sostiene el boligrafo. En su mano izquierda deja caer un montoncito de saliva. Al poco sobreviene un corte fulminante, un instante en negro total, el rayo oscuro de un blackout fenomenal.

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    Matthew está al final de la cama con la cabeza entre los pies de Isabelle:

    La cámara recorre sin prisa, sin detenerse en parte alguna, despacio, el cuerpo de Isabelle tumbada en la cama: pies, pantorrillas, rodillas, principio del muslo, muslos, pubis, bajo vientre, vientre, pecho, rostro, cabeza.

-Creía que habías tenido muchos amantes, cuando te vi en la Cinémathèque, con Theo.  Y parecías tan distante y sofisticada como una estrella de cine.

– Lo era: estaba actuando.

-¿Cómo empezasteis Theo y tú? ¿Cómo empezó vuestra relación?

-¿Theo y yo?: Fue un amor a primera vista.

-Pero, nunca ha estado dentro de ti.

-Siempre está dentro de mí.

-¿Qué haríais si vuestros padre se enteraran?

-Eso no debe pasar.

-Ya lo sé. Pero si pasara.

-No deberá pasar jamás.

-Sí, lo comprendo, pero supongamos que pasara. ¿Qué harías?

-Me suicidaría

    Mattew sonríe con incredulidad. Pero la seriedad de Isabelle le hace comprender que está hablando muy de verdad. Isabelle tratará provocar el suicidio de los tres al final de la película cuando sus padres los descubran desnudos en la casita de seda construida por ella para refugiarse del mundo, para no crecer, para no ser mujer; solo una niña que vive con su hermano y  su amiguito Matthew.

    Acabo de leer un libro realmente estupendo.  En un momento dado he sentido que sin referirse el autor,Geoffrey 0’Brian, para nada a Bertolucci, a Dreamers, estaba hablando, radiografiando, a sus protagonistas. Es como si un eclipse dejara ver mejor que nunca lo que parece oculta. Otra cosa sería, y lo sería de gran interés, saber si Bertolucci conocía este libro porque no una sino varias veces, a menudo, ambos O’Brian y Bertolucci, se cruzan muy dramáticamente:

    <<Los amantes  no necesitaban ningún grito de guerra más allá de sus propios cuerpos. Participaban en la revolución haciendo el amor. Cada mamada ofrecida amorosa y dulcemente, por ejemplo, era un mandoble contra el imperio. Su despreocupada desnudez provocaba un cortocircuito a la moralidad forzosa en virtud de la cual el estado policial y su aliada, la religión organizada, conspiraban para convertir el voyeurismo y la prostitución en fetiches. La libertad sexual era el paradigma de todas las demás libertades. La rendición al deseo. El abrazo, los gritos amorosos desencadenados; eran estos los auténticos cataclismos de los que las guerras, los rituales civiles y los levantamientos políticos no eran sino débiles parodias… Jack y Jane sentían que el mundo al otro lado de la ventana era una formación hostil, un insulto cifrado  vertido contra la infinita ternura que estaban empezando a cartografiar. Ellos mismos eran el límite. El universo humano estaba delimitado por su cama.

Geoffrey O’Brain: en Dream Time publicado en 1988. Traducida como: Tiempo de soñar  Ediciones Alpha Decay S.A., 2015 pag 143

El blog del autor:   http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

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