Derechos humanos

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Por Martín Ballonga

     El documental español ‘La encrucijada de Ángel Briz’ (2014), dirigido por José Alejandro González, ha conseguido, por votación del público, el premio honorífico de la XIII Muestra de Cine y Derechos Humanos de Zaragoza

   La  obra ganadora narra la historia del diplomático aragonés del título, una persona que actuó ante la injusticia y la barbarie, testigo de las atrocidades nazis que demostró su rebeldía durante el holocausto y consiguió salvar la vida de más de cinco mil judíos, hecho que le valió el sobrenombre de “ángel de Budapest”. Tras este documento, los espectadores también votaron respectivamente la producción española ‘Coria y el mar’ (Diana Nova, 2014), la francesa ‘La cour de Babel’ (Julie Bertucelli, 2014), la española ‘Boxing for freedon’ (Juan Antonio Moreno y Silvia Venegas, 2015), la producción entre España, Argentina, Perú, Colombia y Uruguay ‘Chicas nuevas, 24 horas’ (Mabel Lozano, 2015), la suiza ‘L’abri’ (Fernand Melgar, 2014) y la española ’23,30: una historia cautiva’ (David Marrades, 2015), que tratan los temas de la necesidad de refugio de personas sin hogar, de la trata de personas con fines de explotación sexual, de las mujeres saharauis, de la igualdad de oportunidades y la discriminación de la mujer en Afganistán, de la integración y los sentimientos de los jóvenes emigrantes en Francia a través de las clases de idioma o de la detención de inmigrantes y la realidad de los centros de internamiento de extranjeros.

    Desde Aragón, aparte del documental premiado sobre ese ángel de Budapest, se vieron también tres producciones, realizadas todas ellas en 2015: ‘María Domínguez, la palabra libre’, ‘Ballying’ y ‘Fuera’. El resto de la programación trató igualmente de hechos reales que no suelen ocupar espacio en los medios de comunicación convencionales: la belga ‘Acces to the danger zone’ (Eddie Gregoor y Peter Casaer, 2012), sobre las dificultades de las organizaciones humanitarias que prestan sus servicios en el Congo, Somalia o Afganistán; la franco-egipcia ‘Yo soy el pueblo’ (Anna Roussillon, 2014), acerca de las turbulencias de la actualidad en Egipto a través de los ojos de un campesino que vive en el valle del Nilo; la francesa ‘Arde el mar’ (Nathalie Nambot y Maki Berchache, 2014), historias fragmentarias de lucha y exilio de jóvenes tunecinos después de la caída de Ben Ali; la franco-senegalesa ‘La muerte del dios serpiente’ (Damien Fraidevaux, 2014), trágica epopeya en torno al exilio; la francesa ‘Las piedras’ (Florence Lazar, 2014), sobre la construcción inventada en la república serbia de Bosnia, o la franco-marroquí ‘Los caballos de dios’ (Nabil Ayouch, 2012), la vida en un poblado de chabolas de Casablanca.

    El mundo necesita imperiosamente un cambio radical de modelo, de sistema. Necesita de utopías, de esperanzas, de ambas a la vez para ejercer de motor, de generador de ilusiones. Lo sabemos, lo intuimos, pero evitamos nuestra conciencia a través de rasgos que son profundamente excluyentes, xenófobos incluso. Maquillamos las historias tremendas con evasivas, con circo, con expresiones humillantes como aquel programa televisivo de “los ricos también lloran”. Para que todo siga igual, que es, a fin de cuentas, el objetivo de ese sistema inhumano. La transmisión de ese maquillaje se hace a través de los interesados en mantener el estatus. Y quien lo hace posible es el tipo de cobertura mediática que cada evento genera, provocando una atención desproporcionada sobre un tema u otro. El mundo que imaginamos no es un reflejo necesariamente de la realidad.

    Derecho al trabajo, derecho a la vivienda, derecho a la vida, derecho a una infancia saludable. Papel mojado frente a los privilegios, los de los banqueros, los de los señores de la guerra, los de aquellos que convierten el sudor ajeno en dólares, en euros. Los jueces, tan solidarios como los agentes policiales, como los militares, certificarán esa legalidad. No hay derechos, ni individuales ni colectivos. No hay ni humanidad, ni decencia, ni vergüenza, ni ética, ni moral siquiera cristiana. Hay, en cambio, un gran despojo de magnitud extraordinaria cuya expresión diaria nos la exhiben con altanería ese puñado de privilegiados que, para más inri, dicen tener patria.

    Para terminar, un apunte. No figura en la declaración universal de los derechos humanos pero bien podría condensar la suma de todos ellos: el derecho al futuro. El derecho a poder resolver los conflictos y sus traumas de manera civilizada y ordenada para que nadie quede atrás.

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