Solo se vive una vez (24)

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Por Don Quiterio

    En estos últimos días van muriendo coetáneos nuestros de diferentes gremios artísticos y cuando leemos sus obituarios sentimos una sensación rara, extraña: no son jóvenes, son personas frisando una edad ya considerable, se nos van siendo viejos, como algunos de nosotros, por lo que, sin aliviar para nada el dolor, sí nos recuerda que el tiempo pasa inexorable y vemos cómo nuestra gata ya no salta como antes.

   El destino de toda vida. O ese mar que llamamos muerte.

    Paco Algora y Chus Lampreave son dos buenos ejemplos de lo que digo. El primero tenía pinta de cura de aldea y fue un segundón imprescindible del cine español. Se inició en el teatro y también escribió poemarios (‘Romance de lobos, romance de ciegos’), un ensayo sobre el compromiso de los actores (‘La insurrección de los cómicos’) y una obra teatral (‘Me llamo Jonás’) de la que se interesó Fernando Fernán Gómez. Este, precisamente, lo incluye en el reparto de ‘Bruja, más que bruja’ (1977), con guion de Pedro Beltrán. Tres años antes, Manuel Gutiérrez Aragón lo llama para intervenir en ‘Habla, mudita’, muy cercana al universo del oscense Carlos Saura. Otras películas en las que interviene son ‘Sodados’ (Alfonso Ungría, 1977), adaptación de ‘Las buenas intenciones’ de Max Aub y con Pepe Calvo de protagonista –tío del arriba firmante-; ‘Yo soy fulana de tal’ (Pedro Lazaga, 1975), una de las menos malas comedias del realizador, según una novela de Álvaro de Laiglesia y con música del turolense Antón García Abril; ‘El buscón’ (Luciano Berriatúa, 1974), haciendo de pícaro medieval según el original de Quevedo; ‘La momia nacional’ (José Ramón Larraz, 1980), con Queta Claver ‘La Maña’; ‘La colmena’ (Mario Camus, 1982), sobre el texto original de Cela y con música del turolense Antón García Abril; ‘La mujer de la tierra caliente’ (1978), una historia de amor en ambiente tropical dirigida por el zaragozano José María Forqué; ‘Me siento extraña’ (Enrique Martí Maqueda, 1977), con fotografía del zaragozano Raúl Artigot, o ‘Réquiem por un campesino español’ (Francesc Betriu, 1984), una fábula sobre el advenimiento del fascismo en torno a la figura de mosén Millán salido del texto homónimo del escritor oscense Ramón José Sender, párroco de un pueblo aragonés, delator y colaboracionista tras ser víctima del engaño, que rememora diversos momentos de su relación con un compañero muerto, desde la monarquía al alzamiento franquista, pasando por la república. En este réquiem fílmico  otros aragoneses participan en funciones de fotografía (Artigot, también coguionista), banda sonora (García Abril) e interpretación (José Antonio Labordeta, Gabriel Latorre, Chema Mazo…). También con Betriu participa en ‘Los fieles sirvientes’ (1979), con fotografía igualmente de Artigot.

       Algora participó en más de cien películas de cine y televisión, a las órdenes, entre otros muchos, de Juan Antonio Bardem, José Luis Garci, Pedro Olea, Antonio Drove, Fernando León de Aranoa, Ramón Fernández, Rafael Gordon, Francisco Regueiro, Antonio Fraguas, Antonio Mercero, José Luis Comerón, Pedro Olea, Vicente Aranda o el Vicente Tamarit de ‘El hombre de la nevera’ (1993), una suerte de remodelación de ‘La ciudad no es para mí’ que interpretó Paco Martínez Soria según el libreto de Lázaro Carreter. Pero los espectadores siempre le recordarán por su papeles de bandolero, sacerdote, cinéfilo desastrado, pícaro o campesino medieval, y, sobre todo, por las series televisivas ‘Crónicas de un pueblo’, ‘Curro Jiménez’, ‘Fortunata y Jacinta’, ‘El mayorazgo de Labraz’ o ‘Amar en tiempos revueltos’, ambientada esta última en la posguerra y creada por el zaragozano Eduardo Casanova, con la que se despide el actor de las pantallas. De inconfundible voz ronca, quebrada, su rostro esculpido sobre piedra con nariz de boxeador no le tenía reservados papeles de galán. Y su discurso ácrata no le ayudó a hacer amigos: “Con Franco había comisarios en los teatros; ahora las subvenciones son grilletes y mordazas. Además, antes iba a rodar y veías a López Vázquez o a Rafaela Aparicio, pero en estos momentos ves al novio de Chenoa o a la mujer de Bustamante, y en eso estamos”.

       Por su parte, la voz aguardentosa de Chus Lampreave, la abuela surrealista del cine español, una suerte de Luis Ciges en femenino, ya no volverá a hablar. Su autenticidad era una mezcla de aire rural y gracia de hueco de escalera, juego desde el que se fue haciendo un poco nuestro ídolo. Trabajó para Ferreri, Berlanga, Almodóvar, Colomo, Suárez, Mercero, Molina, Betriu, Fernán-Gómez, Trueba o José María Forqué. Con la hija de este, Verónica, coincidió en numerosos repartos. Pero será recordada, sobre todo, por sus frases, por su actitud, por su simple e inolvidable presencia. El diccionario del cine español dirigido por José Luis Borau apunta que inició su carrera sin demasiada fe en sí misma. Fue, precisamente, la solterona cotilla y despiadada que hurgaba en la maleta de la “querida señorita” que Jaime de Armiñán dirigiera a partir de la producción y el guion de Borau, una película modesta que es como un Buñuel demudado, más sorprendente, más ruidoso y tierno. El zaragozano García Velilla la dirige en ‘Fuera de carta’.

      Ha fallecido igualmente el cineasta cubano Julio García Espinosa, coetáneo de José Massip, Alfredo Guevara o Tomás Gutiérrez Alea. Guionista de Humberto Solás y Manuel Octavio Gómez, fue uno de los más importantes realizadores del llamado cine revolucionario en Cuba, con propuestas desde ‘Aventuras de Juan Quinquín’ (1961) hasta ‘La inútil muerte de mi socio Manolo’ (1989). Estuvo al frente, entre 2004 y 2007, de la prestigiosa escuela internacional de cine y televisión de San Antonio de Baños, en las afueras de La Habana, lugar donde estudiaron aragoneses como Jesús Lou y Jorge Nebra.

       También se ha ido al otro barrio Miguel Picazo (‘Extramuros’), uno de los principales realizadores del denominado “nuevo cine español”. Estudia en el instituto de investigaciones y experiencias cinematográficas al lado de los aragoneses Carlos Saura y José Luis Borau. Se inicia en el medio con adaptaciones literarias para la televisión de autores como Poe (‘El gato negro’), Cervantes (‘Riconete y Cortadillo’), Fernández-Santos (‘El hombre de los santos’) o Unamuno (‘Soledad’), de quien se sirve para realizar su primer filme como director cinematográfico, la versión de la novela homónima de ‘La tía Tula’, que aborda con sutileza el tema del deseo a través de lo sugerido. A Luis Buñuel le encantaba esta película, en la que Picazo y sus guionistas trasladan la acción del original a la España de 1960 para ofrecer el retrato de una mujer frustrada en un ambiente asfixiantemente provinciano, según las normas impuestas por la sociedad católica que le ha tocado vivir.

       Dejo para el final la muerte del productor zaragozano Eduardo Ducay, el tipo que creía en lo que hacía, más allá del reciente (y chato) documental que le dedica Vicky Calavia a su figura. Todo un referente del cine español del siglo veinte, su nombre ha quedado asociado a un conjunto de cintas tan variopinto como lo es el espectro que va desde ‘Dame un poco de amooor!’ (1968), el filme sicodélico de Los Bravos dirigido por el también zaragozano José María Forqué, a ‘La Regenta’ (Fernando Méndez-Leite, 1994), la adaptación del clásico de Clarín que marca un punto y aparte en la historia de la televisión española. Entre ambos, produjo a Luis Buñuel (‘Tristana’, 1970), ‘Francisco Regueiro (‘Padre nuestro’, 1985) o José Luis Cuerda (‘El bosque animado’, ‘La viuda del capitán Estrada’). También trabajó con Alfredo Castellón, García Sánchez, López Krahe, Julio Pérez Perucha…

      Con apenas veinte años, Ducay –de la cosecha de 1926- funda el cineclub Zaragoza, junto a Orencio Ortega y Antonio Serrano, con proyecciones en el cine Elíseos. Escribe en publicaciones como ‘Cinema’, ‘Índice’ e ‘Insula’, y con Juan Antonio Bardem, Ricardo Muñoz Suay y Paulino Garagorri funda la revista ‘Objetivo’. Su primer trabajo en el cine se lo proporciona Luis García Berlanga como ayudante en ‘Novio a la vista’ (1956). Hace un par de años, la academia de cine aragonés le premia con el Simón de honor en mayo de 2014. Y allí charlé por última vez con él, en un breve encuentro en el que me recordó su infancia por los alrededores del barrio de la Magdalena, y de cómo fue, de niño, amigo de Esther Nieto, mi madre, y de Lorenza García –más adelante con el nombre artístico de Pilar Lorengar-, cuando hacían recados y envolvían caramelos –uno por uno, que no había máquinas- en la fábrica de dulces familiar. Ahí tiene la viuda de Ducay –Alicia Salvador-, ahora que está escribiendo una biografía suya, material de primera mano. E inédito.

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