‘Angustias y Remedios’, largometraje de Fernando Usón

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Por Don Quiterio

     A lo largo de los años, Fernando Usón Forniés (Zaragoza, 1963) ha ido desgranando todas sus sapiencias cinematográficas en esta revista de ‘El pollo urbano’.

    Gran amante del cine clásico y experto en la obra de Leo McCarey y de King Vidor, nuestro colaborador es, además de escritor y cineasta, profesor de matemática aplicada en la universidad de Zaragoza, y compara esta su disciplina profesional con la del séptimo arte: “Hay estratégicas matemáticas que se utilizan en cine en cuestiones de montaje, y también hay sucesiones. Construir un guion es casi como hacer un teorema a la hora de estructurarlo”.

    Fernando Usón aprende las técnicas cinematográficas en un curso posgrado en la universidad de Zaragoza y estudia dirección de cine en el centro de estudios de Cataluña. En 2000 se inicia como realizador con el cortometraje ‘Cara y cruz’ y, desde entonces, no ha parado de hacerlos (‘Reencuentro’, ‘Caridad’, ‘Eva/Sonia’, ‘Las máscaras’, ‘La chica de la cárcel’, ‘La espera’, ‘Nocturno’, ‘Mal agüero’, ‘Yo y ella’), recibiendo numerosos premios en diferentes muestras nacionales e internacionales. Por poner un ejemplo, su corto ‘Extinción II: la cuadratura de los círculos’ (2010) obtiene el candelabro de oro en el certamen de cine de la India y la medalla de oro en el festival checo de Brno.

    Ahora, en este 2016, Fernando Usón debuta en el largometraje de ficción con ‘Angustias y Remedios’, recientemente estrenado en la filmoteca de Zaragoza que dirige Leandro Martínez. Es la historia de una mujer llamada Angustias, ‘Tita’, que acaba de perder a su esposo. La ruptura de códigos y referentes conocidos le traen la incertidumbre, el cambio sin rumbo, con un efecto perturbador, y un ansia generalizada. Se sume en el desasosiego, y las creencias y valores que le han protegido desaparecen. La duda se ha asentado en ella, la inseguridad, que le impide reconocer y aceptar la presencia de lo imprevisible.

    Para afrontar una soledad que la consume, Angustias –interpretada magníficamente por Gema Cruz, que ya trabajara en 2013 con el director en ‘La reverberación’, aquella historia con el pueblo de Belchite como telón de fondo- decide alquilar una habitación de su casa a Remedios, ‘Reme’, una estudiante de fuerte carácter. Ambas, al transcurrir los días sin día, se tirarán de los pelos en el coto cerrado de un piso que tienen que compartir, con todos esos inconvenientes domésticos que hacen difícil una convivencia pacífica, vertiendo veneno una en la otra. Dos mujeres, en fin, complaciéndose la una, audaz y segura de sí misma, en atormentar a la otra, afligida y llena de dudas y temores.

    En realidad, las dos protagonistas tienen miedos e incertidumbres, y cada una a su modo quieren vencerlos. En ese paralelismo entre miedo y desazón, cobardía y congoja, Usón se pregunta sobre las causas de determinadas reacciones. Unas respuestas que bullen con la aparición del personaje de Remedios, interpretado por Eli Val, otra actriz que también había trabajado con el zaragozano, en 2009, con el cortometraje ‘Última función’. Es, de hecho, el juego de la ambigüedad y de la incertidumbre, el equívoco y la perplejidad, una constante en la carrera del realizador aragonés para dejar al espectador con la mirada abierta, desnuda.

    La reunión de estas dos mujeres, de personalidades muy distintas, aunque las cosas no son lo que parecen, posibilita la reflexión sobre la incomunicación humana. Ambas se convierten en las protagonistas casi exclusivas de la función, y sus roles van entremezclándose hasta acabar fundiéndose con la sombra del muerto. El intento por romper la barrera emocional y la búsqueda y la necesidad de comunicación por parte del ser humano están enfocados en esa lucha contra la soledad.

    Usón sublima el sencillo punto de partida y enreda a sus dos protagonistas en un obsesivo carrusel de recuerdos y alucinaciones: los fantasmas tienen tanto peso como la realidad, en un mundo en que ambas cosas no son más que máscaras. Y reflexiona sobre la muerte, el rencor, el peso del pasado, los celos y lo inalcanzable de la felicidad para transportar al espectador a una pesadilla ineludible. La combinación de planos fijos, planos secuencia, fundidos en negro o leves movimientos de cámara se convierte en sujeto de una acción que crea una densidad cerrada. Y esto se consigue tanto por la tonalidad de la sobria fotografía de David Suárez como por los agentes externos e internos del relato: los sonidos del perro, el gato, la moto, el goteo del agua, la ambulancia, la campanilla, los niños jugando… Sin olvidar, claro está, los diversos objetos recurrentes, que sirven de hilo conductor a esta historia desarrollada en cuatro paredes: el libro, el retrato, el sofá, la televisión, el fular…

    El tono de ‘Angustias y Remedios’ pretende ser a la par ligero y grave, descarnado y elegante, y lo consigue Usón con unos mimbres más que sencillos, manejando con eficacia y soltura la transición de comedia a melodrama al jugar con los elementos de este y embarcar al espectador en diferentes vaivenes emocionales. Es, al fin y al cabo, un relato de choque, de combate, que deberá enfrentarse a los tropiezos provocados por el azar, pese a su tendencia a la anécdota y a ciertos lapsus rítmicos.

    Estamos ante un filme de cierta ambigüedad, que parece estar a favor del individualismo y en contra de todo sentido de colectividad. Usón demuestra poseer un adecuado sentido narrativo para saber cuándo conviene dejar a la pareja protagonista y revelar las actitudes de los demás, sin sugerir que la compasión de estos es condescendiente o que su indiferencia es malvada. Y sin esforzarnos a sentir rabia. No hay nada de artificioso en el tratamiento de la historia y, en consecuencia, tampoco hay modo de librarse de su patetismo. El dramatismo y la emotividad.

    Es acaso por ello que el director utiliza a esas bailarinas (Natalia Lorente, Marta Clement y Rebeca Bona) como medio de aclarar los afectos y lealtades de las dos protagonistas que se pelean por todo, desde las supuestas comodidades hasta los alimentos más perentorios. Los personajes episódicos, esto es, resultan siempre referentes más que complementos. A las bailarinas se añade una locutora, interpretada por Yolanda Blanco, y un contrapunto masculino, el fantasma infiel interpretado por Miguel Pardo. Y para remarcar ciertos hechos que se narran, Usón utiliza temas musicales como ‘El cascanueces’ de Tchaikovsky, el romance francés ‘Plaisir d’amour’ o ciertas composiciones de Rossini y Haendel.

    Usón afronta su primer largometraje con la modestia que requiere un exiguo presupuesto, y eso se puede notar en el resultado final, aunque el conjunto es de una mesura digna de encomio, de un gusto formal austero, desnudo, en el que abundan los planos con profundidad de campo para amortiguar su andamiaje de texto teatral. Y todo ello, explica el propio autor, “mediante secuencias aisladas que van sucediéndose, siguiendo el esquema musical de tema y variaciones, casi como si fueran fragmentos autónomos, que varían de lo humorístico a lo dramático”. Una tragicomedia, pues, muy a tener en cuenta, a la manera de un teorema matemático.

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