‘Relevos’ y ‘Naturaleza muerta’, dos trabajos codirigidos por José Manuel Fandos y Javier Estella

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Por Don Quiterio

     Anatole France decía que cada uno tiene la edad de sus emociones. Si somos nuestras emociones, el cine bien entendido es parte esencial de nuestra vida. Las películas, en efecto, pueden ser marcadores de nuestra sensibilidad.

   Porque el cine ofrece como ningún otro vehículo la oportunidad de transmitir al espectador una amplia gama de emociones con más intensidad que una novela o un diario. O, tal vez, no. En cualquier caso, las mejores películas documentales emocionan con la imagen y la palabra, que se encuentran íntimamente.

    Rodados simultáneamente, ‘Relevos’ y ‘Naturaleza muerta’ son los nuevos trabajos de José Manuel Fandos y Javier Estella, unos realizadores y productores aragoneses a los que, a mi modo de ver, no se les da la importancia que sin duda tienen. Juntos o por separado (‘Una noche cualquiera’, ‘Auda, retorno en Saharaui’, ‘Poropopos’, ‘La memoria proyectada’, ‘En el agua’, ‘Olele, prohibido no soñar’, ‘Antonio Artero, el celuloide en libertad’, ‘Pueblos sin camino’, ‘El hablador’, ‘Declaración de amor’, ‘Romper el muro’…), sus trayectorias son buenos ejemplos del riguroso hacer cinematográfico, siempre con talento, ya en ficciones o documentales, a la altura de otros importantes cineastas que pululan por este territorio aragonés, como los Lorenzo Montull, Javier Macipe, Ricardo Huerga o Ignacio Lasierra, de estilos sobrios y precisos, que adecúan las necesidades de lo que cuentan al desarrollo fílmico, a las formas de pensar del cine desde la grieta de la convención.

    A mi modo de ver, un documental no se puede reducir a un mero noticiario destinado a informarnos objetivamente sobre una realidad, sino que debería ser un instrumento de reflexión crítica y activa sobre el mundo que nos rodea. Esto lo entienden bien José Manuel Fandos y Javier Estella en ‘Relevos’, un cortometraje documental que crece alimentado por esperanzas y anhelos, sueños y visiones, remordimientos y desesperación, sabiduría y torpeza. Un trabajo lleno de vida, de pasión y nostalgia, de tristeza y desarraigo, de dudas y miedo. El rasgo esencial de estos cineastas es la sencillez con la que trazan el arco de la historia, simple como un engranaje dentado. Las piezas encajan con precisión. El relato, visualmente hermoso, se acelera o ralentiza para mantener al espectador ocupado con la peripecia e integra acertadamente factores sentimentales e intimistas, de luces y sombras. En el fondo, las sombras no dejan nunca de caminar con nosotros. Se quedan ahí. Nos cobijan. Son ecos del tiempo.

    Todo lo insignificante es tremendamente significativo. Todo es parte y conjunto. Todo contiene y explica todo. Ese es el eje de ‘Relevos’, un ensayo arriesgado, de pulsión emotiva. Ese es el mejor piropo a unos autores que tienen el don de ensimismar a sus espectadores. Porque la única forma de superar los prejuicios y los falsos mitos en torno a la discapacidad es crear una cultura corporativa abierta a la diversidad. El documento, así, nos habla de cómo unas actividades acuáticas permiten a un colectivo convivir con las personas con discapacidad (a los que comúnmente llamamos “discapacitados”, evidenciando nuestra falta de conocimiento sobre el tema), empatizar con ellas y derribar barreras y estereotipos. Los prejuicios e ideas preconcebidos generalmente están vinculados a la falta de conocimiento. Además, cuando uno pierde una capacidad, esto es, desarrolla otras. Las personas con discapacidad, sean del tipo que sean, suelen ser muy observadoras. Cada vez hay menos barreras y la sociedad, poco a poco, como la vieja hila el copo, está cambiando su forma de ver la discapacidad. El valor de las personas y su talento están por encima de las etiquetas.

    Esta actividad sirve a estas personas como estimulante para la autoestima. La naturaleza propia de la natación, una suerte de ballet acuático, permite que muchos de los problemas con que estas personas han llegado al equipo sepan cómo sobrellevarlos mejor, cómo canalizarlos. Y los entrenadores del equipo investigan las dinámicas de estos cuerpos para conseguir que se muevan mejor, se manejen, para lograr que rindan a partir de esas características. Gracias a ese trabajo, sacrificado pero reconfortante, y al empeño de sus integrantes, el equipo llega a competir en diferentes puntos de la geografía española. Antes, para llegar a ese momento, se han producido muchos horas de trabajo. Esa es la razón por la que los que han llegado y se han mantenido, en efecto, lo han logrado.

    Y lo han conseguido porque realmente lo han deseado. El camino es duro, es de trabajo para enriquecerse y crecer como individuos. Este empeño queda claro cuando se meten en sus atuendos, mientras se preparan para darlo todo en el escenario de una piscina. Estas personas con discapacidad han aprendido que en la vida nadie te regala nada, que no se puede ir hacia atrás ni para coger impulso, y que la única manera de conquistar un sueño es perseguirlo. A veces, sin embargo, el cuerpo se resiente cuando se le pide mantener más compenetración porque se tiene otro estado físico. Pero el sufrimiento queda atrás cuando todo sale a la perfección. Y se sienten orgullosos. Y lo exclaman.

    Cuando aprenden algo nuevo, los protagonistas de ‘Relevos’ lo incorporan a su repertorio de herramientas para la vida. Una acción que les devuelve un resultado que les ayuda, los beneficia de algún modo. O no solo una acción, sino, también, una idea o un sentimiento (que también se aprenden, aunque parezca que no) sobre cómo es el mundo, los demás o ellos mismos. Los incorporan tras explorar, probar y confirmar la relación entre esa acción que realizan al inicio intuitivamente y el resultado que surge. A veces, solo a veces, parece que los aprendizajes importantes en la vida suceden en una pugna contra el tiempo por una simple razón: porque aprendemos después de haber vivido.

    Es tan humano echar la vista atrás, con los ojos de la persona que somos hoy, y analizar el mundo en el que crecimos, del que provenimos y ver en este los escollos que superamos, pero con un cariz actual, con las herramientas que adquirimos, pero justo después de que afrontáramos dicho escollo. Y antes de que nos demos cuenta, nos estamos afanando en aplicarlas en nuestro recuerdo y reflexiones, a pesar de que esos dos momentos nunca podrán encontrarse en la línea del tiempo. Quizá las palabras del poeta William Wordswoth atrapen algo de esa esencia que Fandos y Estella dibujan en ‘Relevos’: “Nada nos devolverá los días del esplendor en la hierba, pero nos recordaremos y fortaleza hallaremos en lo que de ello nos queda”.

    ‘Relevos’ hace visible a las personas con minusvalía física como un valor y no como un lastre. Las historias deben ser capaces de emocionarnos, y Fandos y Estella sitúan el listón de la categoría humana para dar una dimensión adulta a un relato que cuenta a la gente cosas que le pasan a la gente. Una entrañable y elegante historia –acaso con una música inapropiada, si no equivocada, que no da lo que las imágenes requieren- sobre adversidades y superaciones, en torno al retrato de un grupo de deportistas con discapacidad que forman un equipo de natación (sus entrenamientos, sus competiciones, sus actividades). El relato, en definitiva, de la vida.

    Con un mejor acabado, si cabe, ‘Naturaleza muerta’ se sumerge en el universo pictórico del zaragozano Eduardo Laborda. No siempre una biografía o un retazo de esta arrojan luz sobre una creación artística. Ahí radica, por ejemplo, el fracaso de los recientes ‘Julia no habla’, corto documental de Pedro Avellaned en torno a la pintora informalista Julia Dorado, o ‘Cano, de profesión incierta’, trabajo de Emilio Casanova acerca del dibujante y viñetista José Luis Cano, que aportan, esto es, poca o ninguna luz sobre sus obras y personalidades. Por el contrario, Fandos y Estella eligen como columna vertebral una visión serena del pintor, a través de la armonía, la belleza y la sensualidad, y crean, en un proceso relajado, una película tan fluida y sinuosa como un río. Y las escenas fluyen en una única corriente, evitando, siempre, un paso rígido o exagerado. El caballete del pintor y el trípode de los cineastas tienen el reto de resolver su trabajo en una porción del espacio simbolista y mitológico.

    En ‘Naturaleza muerta’ no hay bustos parlantes ni entrevistas, que tanto daño hacen a la esencia cinematográfica. Es un relato fílmico de silencios y conversaciones, de revelaciones y misterios, pura virtud de fondo y forma, a la manera de un poderoso ejercicio de estilo que nos introduce en la personalidad íntima de un artista y nos demuestra que la verdad es solo una construcción social, un campo en el que no existe la verdad absoluta, sino solo versiones. Y el discurso parte del encargo de un cuadro sobre Belchite, el pueblo arrasado por la contienda española, a través del cual entramos en el proceso creador del artista a la hora de afrontar la obra, sus dudas y contradicciones.

    José Manuel Fandos y Javier Estella se ofrecen como los directores de la intimidad, capaces de capturar con su cámara el instante más sensible suspendido en la realidad, sin adornos, sin alharacas, sin gratuidades, de manera austera, estéticamente irreprochable, un acercamiento a lo puramente emocional en una suerte de intemporalidad. Ahí están, para corroborarlo, ‘Relevos’ y ‘Naturaleza muerta’, los nuevos trabajos –a la espera de ‘El maestro’, en proceso de posproducción- de unos cineastas que saben capturar lo cotidiano para convertirlo en virtud fílmica. El azar y lo inesperado. La vida y la muerte. La obra de arte o la felicidad como una aspiración entre estética y amorosa.

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