Los estrenos en los cines: ¿Cómo el pueblo alemán pudo callar ante tantas atrocidades?

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Por Don Quiterio

    El alemán Oliver Hirschbiegel (Hamburgo, 1957) se da a conocer internacionalmente en 2001 con ‘El experimento’, un filme sofocante, durísimo, que obliga a enfrentarse con la idea de que el ser humano es depredador y cruel por naturaleza.

    Tres años después realiza ‘El hundimiento’, superproducción que brinda los últimos días de Hitler en su búnker de Berlín desde una perspectiva propia, siguiendo básicamente los recuerdos de su secretaria. Ahora se estrena en las salas zaragozanas su nuevo filme, ’13 minutos para matar a Hitler’, centrado en la figura de Georg Elser, un humilde carpintero que en 1938 prepara un atentado que bien pudo cambiar el curso de la historia si el führer y su cúpula no hubieran abandonado, antes de lo previsto, la cervecería muniquesa donde el partido nazi celebraba su discurso conmemorativo anual. La narración empieza con el estallido de la bomba casera y lo que sigue son los duros interrogatorios a los que es sometido el apolítico y religioso carpintero, encaminados a sonsacarle una confesión sobre una supuesta trama conspirativa organizada, pues sus torturadores no se creen que haya actuado en solitario. La historia de David contra Goliat.

    Pese a cierta superficialidad y a un guion algo prolijo y farragoso que incurre en fuertes disonancias estéticas e ideológicas, el filme de Hirschbiegel es una poderosa recreación de esta poco conocida historia y se hace esta interesante pregunta: ¿hasta qué punto puede llegar el aguante de un hombre cuando siente que su libertad individual es restringida por un sistema político represivo? Tanto en ese ‘hundimiento’ como en estos ‘trece días’, los nazis no aparecen como unos villanos de opereta, sino como seres humanos, con perfiles creíbles, y por tanto más temibles. Muchos han alzado la voz ante el hecho de dibujar a Hitler como un ser humano, cuando lo que hace el director es retratar a una persona, sí, pero depravada, demente. ¿Cómo se sostuvo aquello? ¿Cómo honrados padres de familia participaron activamente de aquel horror? ¿Cómo fue posible llevar a cabo el más horrible crimen que la humanidad ha conocido ante la pasividad de la población civil? ¿En qué medida la sociedad alemana sigue aun cargando con ese sentimiento de culpabilidad? ¿Ha cambiado el cine alemán el enfoque desde el que se confronta con el pasado?

    La respuesta a cómo el pueblo alemán pudo callar ante tantas atrocidades suele ser que no se enteraban porque todo sucedió lejos de la vida de los alemanes. Y no deja de ser una recurrente disculpa para justificar el silencio y la indiferencia ignorante y cómplice de toda una sociedad. Nunca supieron nada. Nunca lo vieron “de cerca”. Al ver hoy las imágenes del inhumano malvivir de refugiados y migrantes en Indomeni y Calais, o al leer las últimas decisiones de la EU sobre los Balcanes, ¿dónde está la sociedad civil europea? ¿Dónde su acción contra estos crímenes genocidas del capitalismo? ¿Dónde su movilizadora respuesta? Dentro de unas décadas alguien rodará una película y esa respuesta aparecerá cubierta de vergüenza en algún diálogo semioculto. Pero sigamos con las películas, por el amor de dios.

    Así, muchos de los últimos estrenos son coproducciones, y parecen ser, cada vez con más insistencia, la solución a los problemas de financiación de las películas: la franconoruega ‘El amor es más fuerte que las bombas’ (Joachim Trier), poco inspirado drama acerca de los odios y los reproches de un grupo familiar; la germanocanadiense ‘Remember’ (Aton Egoyan), tan interesante como inverosímil intriga detectivesca sobre la memoria y las cicatrices permanentemente abiertas del genocidio nazi; la francoalemanoturca ‘Mustang’ (Deniz Gamze Ergüven), interesante crónica de la inocencia perdida, la de cinco hermanas adolescentes que verán cómo sus complicidades secretas se diluyen debido a la patriarcal sociedad turca, narrada con cierta profundidad dramática pero sin renunciar a las tonalidades de comedia ni, maldita sea, al filme de tesis; la chinoestadounidense ‘Kung Fu Panda 3’ (Jennifer Yut y Alessandro Carloni), tercera entrega del patoso pero entusiasta oso fanático de las artes marciales, una olvidable fábula animada dirigida al público familiar, de colorida ambientación pero con muy pocas sorpresas, muchas moralejas obvias e inofensivos gags; la francosuiza ‘Luna de París’ (Marc Fitoussi), discreta comedia melodramática, entre lo rural y lo urbano, de una pareja en crisis que se dedica a la ganadería bovina en Normandía, y la francocanadiense ‘Agente contrainteligente’ (Louis Leterrier), vulgar parodia del cine de agentes secretos.

    De Estados Unidos han llegado ’13 horas: los soldados secretos de Bengasi’ (Michael Bay), ruidosa y patriotera acción bélica que detalla cómo el once de septiembre de 2012 unos terroristas atacaron el departamento estatal de misiones especiales que Norteamérica tiene en el Líbano; ‘El bosque de los suicidas’ (Jason Zada), relato terrorífico de fantasmas y espíritus, lastrado por el artificio y el susto fácil; ‘Rock the Kasbah’ (Barry Levinson), deslavazado análisis en tono de comedia de la sociología tribal afgana; ‘Nunca es tarde’ (Dan Fogelman), tópica comedia de una leyenda del rock inspirada en un cantante verídico; ‘Leal’ (Robert Schwentke), otra fastidiosa entrega de la saga de ficción científica ‘Divergente’, según las novelas de Veronica Roth, de la que no conviene tener mucho más de diecisiete años parar encontrarle el punto a esta historia de futuro lejano y angustioso; ‘Frente al mar’ (Angelina Jolie), insulsa historia sobre la crisis de pareja que trata de entroncar con Godard, Rossellini o Antonioni y se queda, ay, en un relato sin alma, sin intriga, sin romanticismo; ‘Calle Cloverfield 10’ (Dan Tachtenberg), tan impulsivo y rebuscado como efectivo y claustrofóbico thriller sobre el rapto de una joven decidida que cae en manos de un obsesivo personaje, y ‘El regalo’ (Joel Edgerton), otro hábil thriller, con moraleja final, en la onda de los realizados por John Schlesinger, Barbet Schroeder o Curtis Hanson.

    De Irlanda han llegado ‘La habitación’ (Lenny Abrahamson), historia de un niño que se ve obligado a vivir de espaldas a la humanidad, según la novela de Emma Donoghue, pero no llega a la altura de ‘El pequeño salvaje’ o ‘El enigma de Gaspar Hauser’, con una banda sonora persistentemente empalagosa, y ‘Brooklyn’ (John Crowley), academicista y complaciente melodrama sobre la inmigración a Estados Unidos de los principios de la década de 1950, el desarraigo y el sueño americano, basado en la novela de Colm Toibin.

    De producción española son ‘Tenemos que hablar’ (David Serrano), rancia comedia de enredo en torno a la crisis española; ‘Cien años de perdón’ (Daniel Calparsoro), thriller de brillante factura visual pero con deficiente perfil de personajes, especie de cruce entre el Lumet de ‘Tarde de perros’ y el Lee de ‘Plan oculto’; ‘Poveda’ (Pablo Moreno), plomizo repaso por los momentos más significativos de la vida del sacerdote del título, santo mártir que murió fusilado por los milicianos republicanos; ‘Vulcania’ (José Skaf), mediocre ficción científica que nos traslada a una pequeña comunidad industrial donde nada es lo que parece, y ‘El pregón’ (Dani de la Torre), dinámica comedia popular de enredos, sin mayor trascendencia.

    ‘El recuerdo de Marnie’ y ‘El cuento de la princesa Kagaya’ vuelven a situar a la factoría japonesa fundada por Hayao Miyazaki en lo más alto de la animación con este par de maravillosas historias sobre el retorno a los orígenes, la orfandad y el anhelo de perfección. La primera, dirigida por Hiromasa Yonebayashi, es una fábula que habla de la amistad y de aprender a aceptar el pasado y a uno mismo, sin sensiblerías, y tratando al público infantil como personas inteligentes. La segunda, con influencias de Winsor MacCay y otros ‘cartoonists’ de la edad dorada, está basada en un cuento tradicional nipón del siglo nueve y relata la admirable historia de una niña que crece mucho más rápido que los demás, pero ama el pasado en las montañas y no el presente en la corte, donde es cortejada por el mismísimo emperador. Dos obras mayores del cine de animación.

    Para terminar, la película dirigida por la australiana Jocelyn Moorhouse ‘La modista’, una desequilibrada tragicomedia rural basada en la novela homónima de Rosalie Ham y adaptada por la propia directora y su marido P.J. Hogan, el autor de ‘La boda de Muriel”. Todas las bodas, ya saben, devienen cursis y esa no fue una excepción. Faltan, eso sí, los poemas de los amigos de los novios, ese momento de vergüenza ajena, y la conga de Jalisco.

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