Solo se vive una vez (23)

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Por Don Quiterio

    Para profundizar en las cosas hay que leer y hay que pensar, hay que dejar que se sedimenten los conocimientos y luego someterlos al ejercicio de la crítica.

    Aun así, el que aspira a entender siempre debe conservar un margen de duda, porque no hay nada más nefasto que las certezas absolutas, como Luis Buñuel subrayaba. El calandino, muchas veces, profundizaba en esto y en aquello en los bares, donde pasó horas deliciosas. El bar era su lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida hubiera sido inconcebible. Y en los bares pasó largos ratos de ensueño, hablando rara vez con el camarero y casi siempre consigo mismo, invadido por cortejos de imágenes a cual más sorprendente. De Madrid le gustaba especialmente ‘Chicote’ y su camarero predilecto fue Fernando del Diego, recientemente fallecido, que le preparaba su clásico ‘dry-martini’ y tenía una forma de saber si había sido del gusto del cineasta: si se despedía al irse, alzando la mano, o haciendo una reverencia, significaba que se iba satisfecho. Sabía Fernando del Diego que el ‘dry-martini’ debía estar frío, pero no aguado, y no con una aceituna, como prefería Buñuel, sino con cáscara de limón, mucho más fragante. Y si bien el ‘dry-martini’ era su cóctel favorito, el calandino fue el modesto inventor del ‘Buñueloni’, en realidad un simple plagio del ‘Negroni’, pero, en lugar de mezclar ‘Campari’ con la ginebra y el ‘Cinzano’, ponía ‘Carpano’. Además, la presencia de ginebra era un buen estimulante para su imaginación.

    Otras personalidades, ya sean de la cultura o del andamio, se han ido recientemente al otro barrio, y todos ellos, como el maestro de Calanda, aspiraron a comprender una realidad desde la duda. Ahora, para sus disyuntivas, podrán reunirse con el cineasta en el cielo. O en el infierno, vaya usted a saber. Sofía Gandarias, por ejemplo, fue una pintora en cierto modo literaria, que plasmó con sus pinceles a gentes de las artes y las letras como Cervantes, Kafka, Lorca, Borges, García Márquez, Cortázar, Carpentier, Paz, Rulfo, Onetti, Pessoa, Nureyev, Dalí, Spielberg, Primo Levi o Neruda. Nacida en ese pueblo vasco devastado por la guerra, su tríptico de Gernika fue su grito artístico. Fue modelo de Gyenes, el gran fotógrafo, y muy amiga de Buñuel, quien quiso, sin conseguirlo, que se dedicara al cine. También la tentó Marco Ferreri, al que le dio las correspondientes calabazas. La reflexión formal de Gandarias, como la de Bacon, como la de Giacometti o la de Music, es una reflexión visual sobre la figura desfigurada, no solo convertida en sombra expresiva, enmarcada en los cuadros como se enmarcan las esquelas o apoyada en sus propios pies de pedestal, sino fundamentalmente convertidas en erosión, en fuga de sí mismas.

    O el cronista de Zaragoza Julián Ruiz Marín, colaborador del ‘Heraldo de Aragón’ y gran apasionado del cine, de los cineastas aragoneses (Chomón, Rey, Buñuel, Forqué, Saura, Borau) y de las salas de la ciudad (Latino, Fuenclara, Victoria, Avenida, Rex, Coliseo, Dorado, Gran Vía, Roxy, Dux, Pax, Norte, París, Elíseos), que formó parte, en sus comienzos, de la tertulia de Ramón Perdiguer, que ahora cumple veinte años. Un personaje educado, elegante, siempre discreto, gran conocedor de las calles, tabernas o tiendas de la inmortal llamada. ‘El ángel exterminador’ la había visto una veintena de veces. Le subyugaba.

    O el dramaturgo, ensayista, profesor y pintor José Ricardo Morales, que se inició en el grupo teatral El Búho que dirigía Max Aub. Español exiliado a Chile, fue un gran admirador de Goya y Buñuel. De hecho, al calandino siempre le interesó su teatro sobre el absurdo, esa representación de la irracionalidad del hombre. Otra de sus particularidades era que dominaba el francés y el latín, cosa que encantaba al autor de ‘Los olvidados’.

    O el abogado catalán inmerso en los sueños fílmicos Arnau Olivar, fundador del legendario cineclub Linterna Mágica con el que deseaba impulsar una lucha reivindicativa en aquella sociedad domesticada por el régimen franquista. En las décadas de 1960 y 1970 organizó en Perpignan unos encuentros cinematográficos sobre temas relacionados con los realizadores Buñuel, Losey, Kurosawa, Bergman, Pasolini, el cine soviético, el neorrealismo italiano o la ‘nouvelle vague’ francesa. El diálogo entre fe, cultura y realidad guiaba aquellas sesiones. En 1963 colaboró en el guion de ‘Vida de familia’, único largometraje dirigido por Josep Lluís Font. En 1976 apareció en la película de Antoni Ribas ‘La ciutat cremada’. Este barcelonés fue colaborador de revistas como ‘Ensayos de cine’, ‘Canigó’ o ‘Serra d’Or’.

    O el sacerdote y sindicalista Francisco García Salve, zaragozano de Farlete, para quien ‘Nazarín’ y ‘La vía láctea’ fueron dos ejemplos de películas representativas del conflicto de las certezas absolutas. Conocido como ‘Paco, el cura’, fue jesuita, cura obrero y miembro de las direcciones del PCE y de CCOO. Ejerció un papel destacado en la izquierda durante la transición y fue condenado por el franquismo a diecinueve años de cárcel en 1973 en un proceso contra la dirección de Comisiones Obreras.

    O el pintor Antón González Alfonso, conocido como Hanton, que, aunque bilbaíno de nacimiento, tuvo mucha relación con Zaragoza, ciudad a la que se trasladó de niño y en la que desarrolló su carrera artística, siendo uno de los mayores exponentes de la vanguardia plástica de la época, junto con los pioneros Aguayo, Lagunas, Borobio, Vera o Laguardia. Zaragoza (y Canarias) fue la cuna de la abstracción española. A finales de 1955 se trasladó a París y allí ha muerto, a las pocas semanas que su compañera, la escritora Nivaria Tejera. En la capital del Sena conoció a Buñuel, se hicieron amigos y en una escena de ‘Belle de jour’ –finalmente descartada del montaje definitivo-  una pintura suya decoraba uno de las salitas del burdel. Suya es esta pregunta, que haría las delicias del calandino: “¿Es la intuición la que alerta los sentidos, los despierta, los aguza hasta encaminarlos en su tanteo por ciertas fuentes que irrigan la razón?”. Pocos saben que cuando se reformó, en 2003, la casa de Zaragoza donde tenía el estudio el pintor –la del chaflán de la calle Torrenueva con la plaza San Felipe- los albañiles tiraron a la basura una veintena de sus cuadros. Un conocido restaurador de al lado recuperó los lienzos y los fue vendiendo a precios irrisorios.

    Otro admirador de la obra de Buñuel, el bilbilitano Ricardo José Suárez, albañil de profesión, se ha ido también al otro barrio, al caerse de un andamio. La caída fue mortal. Amigo del que esto escribe desde la infancia, le inculqué la personalidad del calandino y prácticamente le obligué a ver todas sus películas. Todas. Incluso las de sus compañeros de fatigas y sus diversas colaboraciones. Cuando leyó las memorias de la mujer de Buñuel, Richard –que así le llamaba- me dijo que el protagonista de ‘Él’ era el propio Buñuel, y que esa película debía mucho al Cukor de ‘Doble vida’, realizada cuatro años antes, otro fascinante (y extraño) melodrama acerca de un actor neurotizado que asume incluso en su vida personal el papel de Otelo que está representando en la escena. Hasta siempre, amigo.

    El tiempo se fuga, se escapa, sucede, nos deja ante el misterio y nos devuelve a la realidad. Nos acaban de dejar varios personajes que, de una forma u otra, tuvieron relación con nuestro insigne Luis Buñuel, siempre inagotable. Nunca se acaba. Como la buena ginebra.

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