‘El viaje de las reinas’, documental de Patricia Roda

Plantilla by Pixartprinting

Por Don Quiterio

    Ana Marín, Nuria Herreros, Amor Pérez, Marisa Nolla, Laura Plano, Luisa Peralta, Carmen Marín, Marilés Gil, Inma Chopo, Minerva Arbués, Amparo Luberto e Inma Oliver son el grupo de actrices profesionales de diferentes edades que se unen para llevar a cabo el montaje teatral ‘Reinas’, cuya dramaturgia corre a cargo de Susana Martínez y Eva Hinojosa, bajo la dirección general de Blanca Resano.

    El proceso de creación, hasta el estreno a mediados del 2014, durará más de un año, y le sirve a la realizadora Patricia Roda para levantar el documental ‘El viaje de las reinas’, estrenado comercialmente en una de las salas Aragonia.

    Granadina que se cría en Teruel desde los tres años, Patricia Roda estudia dirección de cine en el centro de estudios cinematográficos de Cataluña (CECC), y ha sido productora de varios largometrajes documentales y de ficción, entre ellos ‘Cineclub’ (2008), del fallecido Salomón Shang, ‘El encamado’ (2012), de su hermano Germán Roda, y ‘Juego de espías’ (2013), dirigido al alimón por el propio Germán Roda y Ramón J. Campo. Tras los cortometrajes ‘Como pasa a veces en los sueños’ (2001), ‘Contactos’ (2004) o ‘Como un ángel’ (2005), Patricia Roda rueda su primer largo con este documental en el afán de discernir la vida con hondura y verdad a través de un montaje teatral que ilustra la articulación artística de la reivindicación feminista, una suerte de crítica del sometimiento y la opresión de la mujer y el papel que, a menudo, ella misma se asigna en la sociedad.

    Teatro y cine, pues, se funden en un relato de reconocimiento a una modernidad alternativa, una modernidad que tradicionalmente se ha descuidado. En realidad, las relaciones humanas no se detienen en ningún lugar definitivo y no hay, por tanto, relatos que no puedan tener una vuelta de tuerca detrás de otra. Es una historia donde las mujeres se hacen notar, porque la identidad femenina es parte de ‘El viaje de las reinas’. ¿Por qué una mujer no puede ser el cabeza de familia? La pregunta va con los tiempos, los de antaño y los de hogaño, en esa pelea por una igualdad de género en sueldo y oportunidades. A las mujeres la cultura les ha complicado maravillosamente la vida. Acaso sea este un pensamiento que, al caer al estanque de las neuronas (sobre todo de las neuronas de un hombre), provoca círculos concéntricos de curiosidad.

    Unas mujeres reivindicativas, sí, que quieren desmitificar una imagen estereotipada de muchos años y necesitan quitarse de encima esos tópicos históricos que tanto daño les han hecho. Porque trabajan dentro y fuera de casa. Porque educan a sus hijos junto con sus parejas o sin ellas. Porque consumen cultura. Porque emprenden nuevas profesiones. Porque luchan por mantener servicios. Y se divierten. Y lloran. Y ríen. Y se emocionan. Acaso estas mujeres están en la bruma, entre el encierro y la supervivencia, pero, con sus contradicciones, tienen mucho de carne y hueso.

    En muchos sitios, las mujeres son las mayores consumidoras de cultura, pero el mensaje que manda esa cultura no es un reflejo de la sociedad. Los hombres, tal vez, mantienen una posición de poder en la que se encuentran muy satisfechos (o cómodos) con otros hombres como iguales y las mujeres como subordinadas. Por alguna extraña razón, las historias de mujeres de más de cuarenta años tienen esa reputación de que interesan menos que la de los hombres.

    Patricia Roda así lo entiende, con mayor o menor fortuna, en su idea de que las mujeres parecen destinadas a gravitar como satélites alrededor del género masculino, héroes fracasados que cargan con el peso del mundo. Si la familia es el núcleo central para evocar las presiones sociales sobre los individuos, la figura de la esposa como ama de casa es una sombra, en efecto, en segundo plano. Los roles femeninos, muchas veces, son personalidades pasivas, sin individualidad propia y solo definidas en relación con los hombres. En esas mujeres desvaídas, sin embargo, se agitan los mismos dilemas éticos que abruman a sus maridos. Y se revelarán más inteligentes y complejas, más lúcidas y resistentes, las que sobreviven cuando ellos resultan arrasados por las circunstancias sociales.

    Con una cuidada fotografía de Álvaro Amador, la realizadora sigue a la docena de actrices que encarnan a otras tantas reinas europeas (Isabel la Católica, Catalina la Grande, Cristina de Suecia, Leonor de Aquitania, Elisabeth I, María Estuardo, Isabel Farnesio, Catalina de Aragón, Luisa Isabel de Orleáns…) y las hace reflexionar en su análisis del papel de la mujer en los procesos históricos, sociales, políticos, culturales, artísticos. El conjunto es digno y esforzado, aunque, a decir verdad, no se aleja del documento convencional, acaso porque Patricia Roda –y su hermano, coguionista- no centra su mirada en los márgenes, en cada gesto, en todo aquello que queda fuera de lo socialmente aceptable, en los límites, en aquello que pasa desapercibido, para capturar aquello que se le escapa a la mayoría de los mortales, más allá del imaginario que se forma a base de palabras, emociones y acumulación de experiencias.

    Así las cosas, uno prefiere el cine experimental de la recién fallecida cineasta belga Chantal Akerman y su extraña mezcla entre el hiperrealismo y el distanciamiento, siempre interesada por descubrir la alienación femenina, a través de una serie de interminables planos secuencia, tan áridos como la vida, con los que describe la condición de la mujer y el trauma ligado a la identidad, rompiendo con nociones inherentes al lenguaje fílmico como la narración lineal o la elipsis temporal. Cuestión de gustos. O de estilos.

Artículos relacionados :