Desde el diván: ‘Danzad, danzad, malditos’

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Por José María Bardavío

        Para filmar esta película Sydney Pollack reconstruyó un famoso salón de baile en Santa Mónica, entonces un pueblecito a una hora en coche de Los Angeles, ahora una conurbación de la gran ciudad. El edificio original fue levantado en los años veinte (lo destruyó un incendio en 1963) y se hizo famoso por albergar por primera vez en la historia un dance-marathon. La película se sitúa a principios de los  años  treinta, cuando la Great Depresion (1929-34), asolaba el país.

    Título original: ‘They shoot horses, don’t they?’.  Nacionalidad: Estados Unidos. Año: 1969. Producción: Irwin Winkler, Robert Chartoff y Sydney Pollack. Dirección: Sydney Pollack. Guion: James Poe y Robert Thompson. Argumento: novela de Horace McCoy. Fotografía: Philip Lathrop (color). Música: John Green. Intérpretes: Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susannah York, Gig Young, Red Buttons, Bonnie Bedelia, Michael Conrad, Bruce Dern, Al Lewis, Robert Fields, Frederic Semple, James Kozo, Leonard Hamilton, Andrew McIntire, Christina Albee, John Meldegg, Viceca Patterson. Duración: 129 minutos.

    Consistía el espectáculo en la concesión de un importante premio en metálico a la pareja que resistíera bailando el mayor tiempo posible. En 1923, al poco de la inauguración, una telefonista de treinta y dos años llamada Alma Cummings bailó veintisiete horas seguidas sin detenerse ni un solo instante,  agotó a todos los partners que se atrevieron a seguirle el ritmo, seis en total.

    Parece extraño que un país como los Estados Unidos se volviera loco por los dance-marathon, pero lo cierto es que en los años veinte el país padeció un poderosísimo y sistemático culto al sinsentido. Sertontita era algo a lo que aspirar para conquistar el  mundo, algo muy chic, algo a lo que consiguió llegar ( y  luego recomienda fervientemente a su propia hija)  Daisy Buchanam, la protagonista de The Great Gatsby la gran novela de Francis Scott Fitzgerald tan  representativa de la década. Daisy lo dice, lo hace y lo postula filosóficamente. Solo que al final demuestra ser muy cínica y para nada tonta. Debajo de la consumada tontita dormía una cobra que hacía sonar el cascabel de la cola listísimamente cuando hacía falta. Tontísima por fuera listísima por dentro. Es lo que sucede en esta gran película de Sidney Pollack, los maratones de baile  parecen concursos tontos  e  inocentes  pero lo cierto es que escondían una lengua de víbora descomunal.

     Cuando surgieron en California, el país era más rico, más libre,  más feliz y más guapo que lo había sido nunca. Pero la llegada del crack del veintinueve lo cambió todo. Cambió la faz de la tierra y la expresión de los rostros, ahora  pobres, tristes, patéticos y feos. Como el desempleo iba en aumento y la recompensa por bailar sin parar suculenta, se apuntaban más concursantes que nunca; gentes que podían comer unos días por el simple hecho de bailar y bailar.

    Los salones de baile convencionales se modificaron para acoger en ellos a los dance-marathon, que se extendieron por el país rápidamente. El tema central siempre era el mismo, la pareja que aguantara más tiempo sin dejar de moverse ganaba un buen  premio en metálico. El espectáculo incluía la entrada, las apuestas sobre ganadores, números de vodevil, el animador que dirigía el espectáculo, y la orquesta. Gig Young ganó el óscar de 1969 al mejor actor interpretando a Rocky, el astutísimo animador de They Shoot Horses, Don’t They? un charlatán, un político de raza, capaz de embaucar a cualquiera.

     Las empresas dueñas de los locales imponían sus reglas y protegían el negocio bajo el paraguas  de las ideologías: Había  salones de baile religiosos, republicanos, liberales… Los había que incluían númerospicantes abiertos exclusivamente para adultos. 

    En 1938 una ley federal los prohibió de un plumazo. El Departamento de Justicia de los Estados Unidos terminó reconociendo que los dance maratón habían superado en crueldad al circo romano.

     El número bomba, el corazón del espectáculo, consistía en una carrera de diez minutos alrededor de la pista obligatoria para todos los concursantes. Las tres últimas parejas en llegar a la meta abandonaban automáticamente el concurso. En realidad era una forma encubierta de librarse de las parejas exhaustas.La lucha para no quedar rezagados, los esfuerzos para mantenerse vivos,  las caídas, todas las patologías inimaginables, surgían aderezando la desesperación y, al parecer, emocionando a los espectadores que tenían ocasión de  contemplar a unos pobres diablos en el suelo por pagar simplemente la entrada. Ver a gente- sin verse a ellos mismos – sufriendo de verdad.

    Los concursantes disfrutaban de un descanso de diez minutos cada dos horas; tenían tres horas al día para dormir y debían de comer de pie sin dejar de mover los pies. Si perdían el ritmo que marcaba la orquesta eran  descalificados de inmediato. Los jueces de pista  se movían como lobos por entre las desfallecidas parejas.

     Al séptimo día, Sailor, un marinero entradito en años, se queda tan profundamente dormido que no hay posibilidad alguna de hacerle despertar.  Los celadores lo zarandean un rato en el catre pero  sin conseguir despertarle. Así que lo levantan de pies y manos y lo  trasladan en volandas hasta la bañera de hielo de los refrescos. Balancean el cuerpo para sobrepasar el pretil y lo dejan caer dentro sin contemplaciones. Sailor despierta  dando alaridos y manoteando en el hielo como un poseso.

    They Shoot Horses, Don’t They? es una película no solo imprescindible como tal sino por lo que subyace : una  parábola insuperable sobre la hipocresía social. Y una excelente radiografía de cómo se adultera un espectáculo. De cómo se tergiversa pericial,  sistemáticamente y científicamente la verdad, para convertirla en espectáculo melodramático  para beneficio económico de unos cuantos especuladores y salvapatrias:

     Esos chicos– vocifera Rocky manipulando la sensibilidad de los espectadores-  merecen que se les anime porque ellos luchan contra el cansancio y el agotamiento esforzándose por ganar, ¿y no es esa la forma de vida americana? Mientras, publicistas,  apostadores y empresarios del contubernio hacen su agosto.

El blog del autor:   http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

 Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

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