Los estrenos en los cines: El fallido regreso de Amenábar

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Por Don Quiterio

    Como las salchichas (¿producirán cáncer?), hay películas que dejan de inspirar respeto a medida que sabes cómo están hechas.

    Después de ‘Mar adentro’ y ‘Ágora’, con las que el cineasta de origen chileno Alejandro Amenábar parecía desmarcarse un tanto de sus temas y estilo, el autor de ‘Tesis’, ‘Los otros’ y ‘Abre los ojos’ vuelve al territorio del género fantástico y de terror en ‘Regresión’, un filme sobre sectas satánicas y perversiones fanáticas, el miedo y los senderos de la muerte, cuya premisa parte de las investigaciones llevadas a cabo por un detective en relación con siniestros abusos infantiles en el entorno familiar de un pueblo grisón de la América profunda. Estamos ante un thriller sicológico, de género, ambiguo y contradictorio, mil veces visto, con una trama al modo del Polanski de ‘La semilla del diablo’ que propone mucho y no concluye nada, a través de unos personajes e imágenes tan planos como convencionales. Un fallido ejercicio de estilo, muy poco engarzado, en el intento de recuperar el aliento de su ópera prima, en vano, porque no aporta nada nuevo, nada original, nada que sorprenda. Hasta el punto de que el impacto comercial en el espectador se busca con los típicos sobresaltos a golpe de efectos de sonido. Nada nuevo bajo el sol.

    Después de la lúcida ‘No’, el también chileno Pablo Larraín dedica su oscura energía a describir en ‘El club’ el tenebroso día a día de una particular casa de acogida donde viven, apartados del mundo, un grupo de curas pederastas y la monja que cuida de ellos, en un filme contundente, sin sermones, con inesperados retazos de humor que lo hace más inquietante y perturbador. Por su parte, el uruguayo Federico Veiroj, tras las sentidas ‘Acné’ y ‘La vida útil’, vuelve a acertar con ‘El apóstata’, protagonizada con mucha gracia por un tipo que quiere borrarse de la fe cristiana. Un filme escéptico sin ser cínico, que recuerda el universo kafkiano de ‘El proceso’ y a unos determinados Ferreri (‘La audiencia’), Bellocchio (‘En el nombre del padre’) o Buñuel (‘El ángel exterminador’).

    Autor de la celebrada ‘De dioses y hombres’, el francés Xavier Beauvois recrea el caso de dos infelices que robaron el ataúd de Charles Chaplin en el cementerio de la localidad suiza de Corsier-sur-Vevey, con la pretensión de exigir un rescate a su familia, pero no consigue fundir de manera adecuada la comedia y el drama, con el añadido de un molesto sentimentalismo que no llega a conmover. Realizador de ‘El violín rojo’ o ‘Seda’, el canadiense François Girard presenta en ‘El coro’ una historia decididamente previsible, un melodrama con niño rebelde y voz de oro que ingresa en una prestigiosa escuela de música para cultivarla. Tampoco ha estado muy afortunado el español Gerardo Herrero con el thriller ‘La playa de los ahogados’, adaptación de la novela de Domingo Villar, creador de la figura del detective gallego Leo Caldas y que firma el guion con Felipe Vega, pero el cineasta dota al relato original de poca tensión, de poca garra, de poco conflicto en casi todas sus secuencias.

    Después de varios incursiones en el documental, el escritor y productor catalán Carles Porta debuta en la dirección con el decepcionante ‘Segundo origen’, a partir de la idea central de la novela de Manuel de Pedrolo ‘Mecanoscrit segon origen’ (ya llevada a la pequeña pantalla en 1985), un proyecto que iba a realizar su paisano Juan José Bigas Luna, pero, tras su muerte, lo saca adelante su amigo y colaborador, sin mucha destreza, desde luego. En fin, que Bigas Luna nos envía al apocalipsis desde el más allá. Tampoco ofrece mucho interés la nueva película de otro catalán, Agustí Villaronga, quien encuentra en la novela homónima del cubano Pedro Juan Gutiérrez, ‘El rey de La Habana’, materiales como el dolor, la muerte, el sexo y la juventud que estaban presentes en sus filmes anteriores, pero aquí el efectismo se impone sobre cualquier atisbo de autenticidad, y el esperpento se impone a la tragedia.

    Otro esperpento, aunque más divertido y delirante, lo realiza el bilbaíno Álex de la Iglesia, que recupera la figura del cantante Raphael en ‘Mi gran noche’, una reconstrucción a lo bruto de la grabación de un macroespacio televisivo navideño en ‘playback’, en el que un buen número de estrellas del panorama nacional se sumerge en un caótico e hilarante circo, pero el clímax final resulta un tanto precipitado, pierde la fuerza del caos que le precede.

    Más cine nacional: ‘Los miércoles no existen’, de Peris Romano, una comedia generacional con números musicales llena de lugares comunes, pese al buen arranque, según la misma obra teatral del propio realizador; ‘Amama’, de Asier Altuna, un singular drama que mezcla ficción, fantasía, onirismo y simbolismo para contar la imposibilidad de la vida en el ámbito rural, porque el arte brinda un camino de conciliación entre mundos opuestos, entre formas de entender la vida que, en un momento dado, pueden romper los lazos familiares; ‘El cadáver de Anna Fritz’, del debutante Héctor Hernández Vicens, una intriga sobre la moralidad de la necrofilia llevada con un equilibrio inusual, pese a ciertos defectos de guion y una interpretación sobreactuada; y ‘Truman’, de Cesc Gay, sobria y detallista comedia dramática acerca de un hombre afectado de cáncer terminal y obsesionado en encontrar un nuevo hogar para su perro –el del título-, que se reúne con un viejo amigo a modo de despedida. Decididamente, hay que comer menos brasa y ahumados.

    La estadounidense ‘Yo, él y Raquel’, del mexicano Alfonso Gómez Rejón, es una película fresca y estimulante, según una novela de Jesse Andrews, atestada de brillantes diálogos, de personajes pintorescos, de vida y muerte al límite, entre la comedia y el drama, para una historia de amistad entre un adolescente y una chica enferma de leucemia, acaso con excesivas citas cultas y cinéfilas. Otro mexicano, Guillermo del Toro, homenajea al horror gótico de la tradición novelesca del diecinueve en la norteamericana ‘La cumbre escarlata’, de gran inventiva visual, que recuerda la textura del Burton de ‘Sleepy Hollow’ y las atmósferas de los clásicos de Poe reformulados por Roger Corman.

    El británico Ridley Scott ejecuta una buena publicidad a la NASA con ‘Marte’, una historia de supervivencia extrema basada en la novela ‘El marciano’, de Andy Weir (rendido admirador de Isaac Asimov y Arthur Clarke), en torno a un astronauta perdido en el planeta rojo y que asume su situación con tanto optimismo que ninguna de sus desventuras genera tensión. Por suerte para la película, heredera de ‘Robinson en Marte’ (Byron Haskin, 1964) y de la literatura de Kim Stanley Robinson, el astronauta es botánico: si no salchichas, con sus excrementos ‘fabricará’ patatas…

    Músico escocés que aprende a rodar con los videoclips que realiza para su grupo ‘The Beta Band’, John MacLean debuta en la dirección del largometraje con el pintoresco, extraño y violento ‘Slow west’, un homenaje al wéstern de Sam Peckimpah y Monte Hellman y al acto de contar historias con reparto de lujo. La sencillez con que el iraní Jafar Panahi representa en ‘Taxi Teherán’ tres estadios de la imagen en el limitado espacio de un taxi es una auténtica clase magistral para todos aquellos que se quejan de no tener medios para hacer cine. La película tiene puntos de contacto con el Kiarostami de ‘Ten’, y mezcla ficción y realidad, humor y tragedia, para hurgar en lo cotidiano de una sociedad bajo constante vigilancia oficial.

    El  belga Jaco Van Dormael ofrece en ‘El nuevo Nuevo Testamento’ una divertida sátira a medio camino entre Jean-Pierre Jeunet y Terry Gilliam que contribuye poderosamente a una necesaria desmitificación, según la teoría teológica del realizador de que el mundo va mal porque a dios, su creador, se le atribuye el sexo masculino. A nada que se ponga al frente a las mujeres, no cabe duda de que todo irá mucho mejor, un suponer, entre otras cosas porque hace falta un cambio de sensibilidad urgente, visto lo visto. De ahí que el cineasta belga proponga una corrección mejorada de las sagradas escrituras con un toque innovadoramente femenino. Mucho menos interés ofrece ‘Little boy’, del mexicano Alejandro Monteverde, una tan bienintencionada como empalagosa fábula sobre la fe, que, como saben, mueve montañas.

    Actor en algunas películas de Tom Tykwer, el alemán Sebastian Schipper crea en ‘Victoria’ un thriller asfixiante y atmosférico, rodado en una única toma, que acaso le hace un flaco favor porque devora la lógica del relato, sobre lo que le ocurre en un par de horas a una joven española residente en el barrio berlinés de Kreuzberg. Tampoco es desdeñable la estadounidense ‘Everest’, del islandés Baltasar Kormákur, inspirada en los acontecimientos que tuvieron lugar durante un intento por alcanzar el pico más alto del mundo, a pesar del tono casi documental que no favorece al dramatismo del relato y ralentiza en exceso los momentos más emotivos. Igualmente reseñable es la película del francés Benoît Jacquot ‘Tres corazones’, un interesante triángulo amoroso para un melodrama clásico de gran elegancia, tal vez demasiado gélido.

    Sin embargo, el cine estadounidense más comercial, hecho en serie como las salchichas, viene de la mano de Scott Cooper y su ‘Black Mass’, pues recorre los caminos más o menos habituales del género gansteril con ese perpetuo olor a traición en la lealtad, que no aporta nada nuevo, solo banalidad y exageración, y un desenlace tan burlón como moralizante. Más perritos calientes norteamericanos: ‘El corredor del laberinto: las pruebas’ (Wes Ball), ficción científica sobre una misteriosa y poderosa organización; ‘La verdad’ (James Vanderbilt), impersonal reflexión sobre las relaciones entre el poder y los medios de comunicación, según el libro de Mary Mapes, aunque su director no es el Pakula de ‘Todos los hombres del presidente’; ‘El último cazador de brujas’ (Breck Eisner), baratija de acción y fantasía con guerreros inmortales y exterminadores del mal; ‘El becario’ (Nancy Meyers), ligera comedia con toques de un feminismo de manual que habla de los conflictos generacionales; ‘El marido de mi hermano’ (Tom Vaughan), comedia sentimental con un profesor que enseña en Cambridge poesía romántica del siglo dieciocho; ‘Hotel Transilvania 2” (Genndy Tartakovsky), animación con el conde Drácula, monstruos varios y huéspedes humanos; ‘Pan’ (Joe Wright), fantasía de muchachos y orfanatos sin ninguna trascendencia; o ‘Paranormal activity: dimensión fantasma’ (Gregory Plotkin), quinta entrega de la franquicia de los espíritus malignos con unos protagonistas imponiendo la ley del más fuerte.

    Lo decía Bismarck: “Las leyes, como las salchichas, dejan de inspirar respeto a medida que sabes cómo están hechas”. Pues eso, canciller, menos brasa y ahumados, que son cancerígenos.

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