El documental ‘Gervasio Sánchez’ gana el Delfín de oro en Cannes

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Por Don Quiterio

     Nos ha alegrado mucho en esta casa el premio Delfín de oro otorgado en el festival de Cannes al documental ‘Gervasio Sánchez’, realizado por Gustavo Jiménez Vera para ‘Imprescindibles’, el programa televisivo que dirige Alicia de la Cruz.

    Antes de su primer pase televisivo, en abril del año pasado, hubo un preestreno del mismo en la sede de la filmoteca de Zaragoza, con un coloquio posterior moderado por el periodista José Luis Trasobares y la presencia del fotógrafo especializado en conflictos armados. Un coloquio, recuerdo, sin desperdicio.

    ‘Gervasio Sánchez’ es una obra rigurosa, eficazmente realizada, repleta de virtudes, y no las mierdas que los voceros de turno, siempre previsibles y sectarios, quieren vendernos como piezas maestras. A ver si espabilamos y dejamos de tomar el pelo al personal, que el tiempo, como siempre, pone las cosas en su sitio. Para promocionar mediocridades subvencionadas son los primeros, siempre encerrados en su núcleo duro, siempre mirando para otro lado cuando les interesa. Así va la cultura (cinematográfica y de la otra) en una Zaragoza provinciana, opusita y decididamente maloliente. La función del periodismo no es solo informar, sino, también, enseñar.

    Son tiempos extraños, donde las modas apenas duran un instante y, maldita sea, no se distingue la buena repostería del puro pasteleo. El nivel de peloteo y baboseo es tal en personas de las artes y las letras que el respeto que les tenía se tornó en decepción, y desde entonces tuve claro que la línea que separa la lealtad de la sumisión es, a veces, tan imperceptible que da asco. Debe ser la emoción la que mueve el tiovivo de la feria de la nostalgia en la que ya no se sabe si a uno le toca el papel de la bruja del tren o la del hombre sin cabeza.

    Esto también lo tiene muy claro Gervasio Sánchez, y el documental a él dedicado es una buena muestra. Habrá que recordar a los despistados –esos, digo, que miran siempre para otro lado- que en esta casa de ‘El pollo urbano’ se le dio el premio anual a su labor profesional, cuando empezaba y no era mediático. El tiempo, otra vez, pone las cosas en su lugar. La vida, como la naturaleza misma, es engañosa. Ya advirtió el gran Auden que los hombres, como las películas o los libros, pueden ser injustamente olvidados, pero ninguno injustamente recordado.

    Por eso mismo, por su indudable interés, se reproduce en estas páginas la reseña publicada con ocasión del estreno mundial en la filmoteca de Zaragoza del excelente documental ‘Gervasio Sánchez’, ahora galardonado en Cannes. Muchos realizadores, de aquí o de allá, que se creen brillantes -y no saben, los pobres, que no lo son-, deberían aprender de un espacio como ‘Imprescindibles’. O como ‘Página 2’, ese espacio de libros con un formato cinematográfico de primer orden. Porque el tiempo pone las cosas en su sitio. Otra vez. Al pan, pan, y al vino, vino. Lean. 

     Tienen razón nuestros colegas de fatigas Gervasio Sánchez y José Luis Trasobares cuando afirman que el oficio del periodismo está por los suelos. Y en Zaragoza, más. El antaño cuarto poder se encuentra hoy más pendiente de entretener que de formar e informar al receptor. ¿Por qué un tema es noticia? ¿Quién decide que lo es? ¿Cómo calibrar la dimensión de las informaciones? ¿Cuáles van a ser sus consecuencias? ¿Deben dejarse avasallar por el morbo que suscitan? Ya no hay riesgo en la profesión y los periodistas, y los escritores, y los agentes culturales, retornan a sus hábitos más acomodaticios, a la irrelevancia de las vanidades personales. Los medios de comunicación deberían organizarse en comités de redacción y de empresa, no solo preocupados por los salarios, sino también por los deberes a cumplir diariamente. Si es cierto que quien paga manda, existe el riesgo de dar margaritas a los cerdos.

    Gervasio Sánchez es muy crítico con la actual situación del periodismo. No se casa con nadie. Tonterías, las justas. Para él, el oficio tiene una responsabilidad, pero palidece, su mediocridad se revela de forma instantánea al no atreverse a poner a los políticos contra las cuerdas, enfrentándolos a sus propias declaraciones. El ejemplo del periodismo español, muchas veces, es fuente inagotable para conocer cómo no se debe hacer periodismo. Con un llenazo hasta la bandera –se quedaron sin entrar casi… ¡doscientas personas!-, la filmoteca de Zaragoza ha presentado un documental dedicado a este fotoperiodista, nacido en Córdoba pero aragonés de adopción, que lleva media vida retratando las guerras pero también, y esa es su virtud, las posguerras. Lo que ocurre después es tan grave como lo que ocurre durante la guerra, pero los conflictos desaparecen cuando dejan de ser mediáticos. Y de esta forma de ver el mundo y la profesión de periodista trata el documental dedicado a su persona, dentro del espacio televisivo ‘Imprescindibles’, dirigido por Alicia de la Cruz Casielles y realizado por Gustavo Jiménez Vera, y que la filmoteca de Zaragoza ha proyectado en primicia, con un coloquio posterior moderado por José Luis Trasobares, presidente de la asociación de la prensa en Aragón, en el que se criticó el papel de los medios de comunicación, más preocupados por el análisis económico que por invertir en periodismo, pese a tener ahora la mejor generación de periodistas españoles en conflictos. 

    Como periodista crítico, Gervasio Sánchez comenta su pesimismo frente a la situación de la profesión en nuestro país, porque no está controlado el poder y considera “vergonzosas” las amistades que, día a día, traban entre los directivos de los medios de comunicación con los poderes fácticos, económicos y jurídicos. “Si con veinte años”, reflexiona amargamente, “aceptas la censura, las entrevistas pactadas, no habrá nunca ninguna razón que te permita decir que no a este tipo de cosas. Si yo hubiera trabajado en prensa local, me habrían cortado la cabeza hace mucho tiempo. Una cosa es decir que el presidente de Irak o de Irán es un corrupto, y otra ponerte a decir que el presidente del Santander o del BBVA lo son, a ver quién se atreve a publicarlo. La culpa la tienen una serie de sinvergüenzas que están en los puestos claves y que se dedican a destruir la esencia del periodismo. No se puede ir con un discurso pacifista y, al mismo tiempo, vender más armas que nadie. ¿Para qué sirve nuestro trabajo, de todos modos, si somos incapaces de parar unas guerras que si acaban es por puro cansancio?”. 

    Entrañable y emocionante, de palabras y silencios, el hilo conductor del documental se hace a través de la historia de Adis Smaljic, víctima como tantos otros miles de la guerra de Bosnia, quien, con trece años, estaba jugando al fútbol en Sarajevo y se dio de bruces con una mina antipersona. Por miedo a que alguien la pisara, la cogió para retirarla y, cuando la depositó en un lugar apartado, le estalló. Nueve años después, en 2004, el médico que le realizó la última operación en los ojos aún sacó restos de metralla de su cara. Otros nueve años después, Adis fue padre. Y este periodista incansable, tenaz, osado, recorre buena parte de los conflictos armados desde los años ochenta del siglo veinte, como este relato conciso, muy bien planificado por sus responsables, con gusto sin buscar la vena sensiblera.

    A lo largo, pues, de más de treinta años de profesión, en los que ha presenciado los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos, Gervasio se detiene en contar la historia de las víctimas, capaz de establecer un vínculo personal más allá del final de la guerra. Contar estas historias que acaban abriendo ventanas a la esperanza es precisamente lo que más interesa a este corresponsal de guerra. Y los testimonios de su familia, de compañeros de profesión y carretera, de actores y editores (Alfonso Armada, Iñaki Gabilondo, Ramón Lobo, Mónica Bernabé, Sandra Balsells, Leopoldo Blume, Chema Caballero, Carmelo Gómez), retratan a este personaje incansable, alejado del protagonismo, que huye de la idea de periodista comprometido, porque lo suyo es una obligación, siempre vigilante del poder, y de los que beben de él.

    Gervasio fue camarero en Tarragona mientras ahorraba para buscarse la vida, alojándose en hoteles baratos de aquellos lugares donde ocurrían sucesos dignos de ser capturados.  Donde más se reconoce su figura es en las víctimas que él retrata. Las que ha buscado en todos los lugares donde ha cubierto una guerra (los Balcanes, Sierra Leona, Afganistán, Irak, Bosnia, Israel, Colombia) para ponerles nombre y apellidos, para darles voz y seguir documentando sus vidas a través del tiempo. Lugares en los que es necesario estar para contar lo que está ocurriendo. Lugares sin electricidad, ni alcantarillas, ni esperanza. Lugares en los que se escucha el runrún de los generadores, única fuente de luz. Lugares que huelen a miedo y polvo. Lugares en los que decenas de camiones cisterna acarrean agua potable hasta los puntos de reparto. Lugares en los que no hay trabajo, solo soldados y guerra. Lugares en los que sus mercados venden los restos del hundimiento: pobreza y piezas de segunda mano. Lugares en los que sus millones de habitantes se hallan en riesgo de sufrir una hambruna. Lugares de odio y memoria de odio en los que las etnias se matan entre sí. Decenas y decenas de matanzas, de mujeres y niños asesinados no se sabe muy bien por qué. De civiles asesinados no se sabe muy bien por qué. 

    Lugares llenos de campamentos, de soldados muertos en las batallas, de desplazados que huyen a no se sabe dónde, de gente que lo ha perdido todo: casa, cabras, ollas… De gente sin dinero ni fuerzas para construirse un chamizo. Gente sin saber qué hacer, escondida, donde la paciencia se torna impaciencia. Hombres que se echan barro en la cara y en el cuerpo para espantar las moscas. Mercenarios cuyo sueldo es el saqueo. Con la violación de la mujer se humilla a la familia, al clan. Con su muerte se impide el pastoreo, el cultivo. Es la lucha del poder. Es la historia del hombre. La muerte y el hambre. Y el primer mundo a lo suyo, acostumbrado a mirar hacia otro lado. Imprescindible Gervasio. Aunque no le guste el adjetivo.

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