Por Don Quiterio
Zaragozano de 1971, el escritor Jesús Gil Vilda es el guionista de “A puerta fría” (2012), largometraje premiado por la crítica en los festivales de cine de Málaga y de Toulouse, y estrenado recientemente en una sala de los Aragonia.
La dirige el catalán Xavi Puebla, también coautor del guion, y con el que Jesús Gil Vilda ya participara en su anterior e interesante “Bienvenido a Farewell Gutmann” (2008), para hablar también de las lacras del capitalismo, en la que varios ejecutivos se despedazan entre sí en su intención de alcanzar la dirección de recursos humanos en una multinacional.
Se trata del tercer largometraje de este director (autor, asimismo, de los cortos “Viernes” o “Cartas desde la locura”), que ya diera buenas sensaciones con su ópera prima, “Noche de fiesta” (2002), una especie de práctica de fin de carrera, a la manera del cine independiente americano, en torno a una serie de personajes (interpretados por Sergio Caballero, Borja Toustrop, Manuel Romeu y Germán Madrid) que celebran una singular despedida de soltero.
Ahora, en “A puerta fría”, Xavi Puebla y Jesús Gil Vilda, con un sentido de la observación del todo encomiable, nos ofrecen un drama cómico cargado de ironía alrededor de un empresario sevillano en apuros (un sobrio y magnífico Antonio Dechent), de métodos anticuados, que no sabe cómo solucionar sus problemas. Le acompañan en esa aventura una bella azafata de congresos (María Valverde), un ex director comercial reconvertido en agente (Héctor Colomé), un exagente ascendido a director (José Luis García Pérez) y un cliente extranjero (un excelente, como siempre, Nick Nolte) al que hay que embaucar.
La lucha por la supervivencia del protagonista, un vendedor a la antigua usanza que debe conseguir –sí o sí- un importante contrato para no ser despedido, es la crónica seca e incisiva del cambio de los tiempos y la renuncia a las virtudes de antaño en pos del arribismo del presente. Un cine abiertamente político, que critica las prácticas abusivas del sistema capitalista en materia laboral y bucea en el competitivo mundo de las ventas, en plena crisis del sector a causa de la pérdida de poder adquisitivo. De este modo, la historia retrata la crueldad del mundo de los negocios y tiene como fondo, en efecto, la crisis y lo que el mundo laboral te empuja a hacer, que no siempre va acorde con tus criterios.
Con una funcional y efectiva fotografía de Mauro Herce, la cámara va recorriendo unos personajes en una historia sencilla y directa, aguda y amarga, que rezuma una eterna sensación de callejón sin salida. El instinto del ser humano es querer y que le quieran, vivir bien, encontrarse con besos y abrazos. El sistema financiero pervierte eso y consigue, por tanto, su conversión en máquinas de miserias. La gente que quiere mandar y tener dinero consigue que se acabe hablando de economía y no se tiene tiempo para quererse. Durante mucho tiempo se ha estado construyendo sistemáticamente esta miseria que ahora invade a unos protagonistas que transmiten una profunda sensación de fracaso, de hastío, definidos y delimitados por una cotidianidad que logra que resulten más antipáticos.
Contenida en su pulsión dramática y desesperanzada en su desenlace, “A puerta fría” se encuentra en la línea de piezas teatrales estadounidenses como “Muerte de un viajante”, de Arthur Miller, o “Glengarry Glen Ross”, de David Mamet, en las que los vendedores son mostrados como símbolo de la degradación de la humanidad, como espejo de una sociedad que siempre demanda una comisión. Una sociedad, al fin y al cabo, que lo vende todo, incluida la dignidad. Y también recuerda, por su textura, a la también película española “Smoking room” (Roger Gual y Julio Wallovits, 2002), otra deshumanizadora historia que cruza las dialogadas vivencias e inquietudes de distintos personajes, tan granujas como honrados, que llevan su dignidad mal envuelta en papel albal, con el vínculo de su mediocridad humana y la pertenencia a la misma empresa.
Aquí, en “A puerta fría”, a través de un guion escrito desde la verdad, con sentimiento y lucidez, todo sucede en un gélido hotel donde parecen comprarse y venderse voluntades, personas, almas, vidas, e impera, al mismo tiempo, el machismo, la soledad, el sometimiento, el codazo laboral. La música clásica que acompaña realza las imágenes, el espíritu profundo o transgresor de un relato duro, seco, sin resquicios para la mirada ingenua y retrata, con decisión, la podredumbre moral que nos ha conducido a la crisis, que nos sitúa en las tripas de una feria de productos electrónicos en la que los comerciales, unos personajes esféricos y humanos, “camelan” a los clientes. Un retrato, a fin de cuentas, de la figura del vendedor en declive, superado por los más jóvenes que le van sacando terreno, como metáfora del carácter mercantilista de la sociedad. El tiempo, parecen decir Puebla y Gil Vilda, pasa demasiado deprisa y, en ocasiones, olvidamos que la experiencia es fundamental.
Un filme sobrio y preciso, diferente en el panorama del cine español contemporáneo, que hunde el cuchillo en una realidad que va contra el discurso oficial y, frente a la impersonal apelación a un dios hermético, recuerda que la crisis tiene causas y tiene consecuencias, responsables y víctimas. Cine, en fin, como un espejo crítico de la realidad, de una atmósfera salvaje, irrespirable, que habla de cosas que duelen. Porque todo lo que importa duele.
La película, además, cumple una función política y social que, acaso, ha dejado de tener el cine. Y funciona como un catalizador del consumismo de masas. Quien manda, en realidad, son las multinacionales y los capitales económicos vinculados a las grandes fortunas. Pasan los días y se han ido solapando los apaños para los desastres financieros que van estallando con gran bombo mediático de una forma que casi se ha convertido en costumbre.
Sí, la película muestra el fenómeno humano e invita a mirar. El espectador recibe una invitación para intentar entender algo. El mejor drama se consigue cuando la palabra y el gesto se contradicen en la pantalla. Se dice una cosa, pero se ve y se entiende otra. Ahí entra “A puerta fría”. Ahí se entra hacia el alma de los personajes. La nuestra es una sociedad fallida y el desencanto que genera está presente en todos ellos. En todos nosotros.